Comparto con ustedes la reproducción de mi artículo sobre Librerías para niños y animación a la lectura publicado en la revista de7en7.
«Las librerías nunca deberían desaparecer. Ni siquiera en tiempos de crisis. La sensación de escoger un libro entre cientos de títulos siempre será placentera. Solo en las librerías —aunque es posible disentir— perdemos la noción del tiempo mientras fisgamos en las estanterías donde se acurrucan toda clase de libros: relatos de ciencia ficción, obras literarias, best sellers.
En estos espacios es fácil sentirse como en casa. Hay muchas librerías que han adecuado espacios, con sillones confortables para sentarse a leer sin miedo. Pero estos refugios no solo están pensados para los más grandulones, sino también para quienes han aprendido a leer hace apenas unos cuantos días: los niños.
No se trata de espacios convencionales, sino de rincones dedicados al entretenimiento didáctico, donde también se pueden organizar talleres, sesiones de magia, cuentacuentos… Con esa lógica se han creado librerías concebidas para los niños, para que descubran tempranamente el placer de la lectura, para que se acerquen de un modo emotivo y lúdico a esos objetos que pueden hacer que el universo se expanda mediante un proceso de adquisición de conocimiento.
Son muchos los que decidieron hacer del amor a los libros su modo de vida. Crear una plataforma y un mecanismo para formar más y mejores lectores. Aunque es posible que un adulto se ‘enganche’ con un libro y continúe siendo lector, este es, sobre todo, un hábito que se adquiere a temprana edad. Así nos aseguramos que el amor por la lectura nunca desaparezca.
De alguna manera, quienes están al frente de estas librerías tienen un gran desafío: inocular el gusano de la lectura de la forma más entretenida posible a los más pequeños. Si la estrategia funciona, habrá razones para creer que el mundo tendrá más devoradores de libros…».
Editorial de Andrea Rodríguez B.
Mi primer acercamiento con la literatura no fue, necesariamente, un encuentro con los libros, o al menos no de una manera consciente. Cuando era niña mi papá viajaba mucho y cuando estaba en la ciudad solía atrasarme al recorrido de la escuela para que él me llevara. En el trayecto recitaba poemas y relataba historias. Con el tiempo descubrí que esa —que yo creía prodigiosa— memoria de mi papá, tenía sus fallas, pero que existía un dispositivo, una especie de prótesis, que podía hacer que la ‘Leyenda del cedrón’ volviera a situarse en la misma estancia con sus puntos y comas. Más tarde descubrí también que esas extensiones de la memoria en formato escrito podían comprarse y entrar a donde las vendían era mi versión de llegar al paraíso.
La primera vez que entré a una librería no era ya una niña, hasta entonces habían bastado las bibliotecas de la casa y de la escuela, pero cuando llegué a esa casona fue como descubrir un nuevo universo. Volví continuamente hasta que algunos años después llegué para quedarme y dedicarme a leer y a acercar esos descubrimientos a más personas. En ese entonces estaba segura de que todos los niños del mundo se merecían saber que los libros no solo eran extensiones de la memoria sino también pasadizos a mundos nunca antes imaginados y decidí permanecer en la sección infantil, porque era mucho más fácil y real hacer que un niño se enamore de la biblioteca del capitán Nemo o de los personajes de Tonke Dragt que un adulto de Slavoj Žižek.
Lo mismo que me pasó a mí ha sucedido con otras personas que decidieron hacer del amor a los libros su modo de vida. Crear una plataforma y un mecanismo para formar más y mejores lectores. Ciertamente es posible que un adulto se ‘enganche’ con un libro y continúe siendo lector, pero un hábito que se adquiere a temprana edad, difícilmente podrá ser eliminado.
Con esa consigna se han creado librerías especialmente pensadas para los niños, para que descubran tempranamente el placer de la lectura, para que se acerquen de un modo emotivo y lúdico a esos objetos que pueden hacer que el universo se expanda mediante un proceso de adquisición de conocimiento. Existen también librerías que si bien están pensadas para adultos, tienen áreas especialmente destinadas para los más pequeños.
¿Qué diferencia a una librería para niños de una de adultos?
Pues no únicamente los contenidos y la adecuación del espacio. Las librerías para niños generalmente buscan crear las condiciones para fomentar el hábito lector en distintos ámbitos; surten directamente a los niños —que son su público objetivo—, a los padres, a escuelas y bibliotecas y promueven la creación de circuitos a partir de programas de animación a la lectura que estimulan el interés por los libros (como objeto) y sus contenidos. Tal es el caso de las librerías especializadas El oso lector en Quito y Giving tree books en Cumbayá, además de los rincones especiales de LibriMundi, Mr. Books, Librería Española, Studium, etc.
Carolina Bastidas tiene una maestría en Literatura infantil y es propietaria de El oso lector. Relata que su librería nace a partir de la necesidad que existe en la ciudad por un lugar dedicado especialmente a los libros para niños y jóvenes. “La mayor parte de los libros que tengo son libro ilustrado y libro álbum, en ediciones muy bien cuidadas, con autores e ilustradores destacados (algunos conocidos mundialmente pero de los que acá no se sabe nada, y otros emergentes)”.
El oso lector nació hace 4 meses con la idea de ser un referente en librerías infantiles en la ciudad y de la literatura infantil local y del mundo. Tiene proyectos de fomento a la lectura en la librería y a partir de ella.
Giving tree books, en cambio, menciona en su página web que es una librería dedicada a los niños que se estableció en 2005. Nació como “un pequeño proyecto de una educadora con una creencia firme en la importancia de los libros en las vidas de los niños y jóvenes y la necesidad de proveerles con literatura de calidad, en inglés y español”.
Además de libros para cada edad, desde maternales hasta best sellers para adolescentes, Giving Tree Books tiene otro tipo de materiales y soportes para a impulsar las destrezas lectoras (títeres, rompecabezas y literatura especializada para padres y maestros).
¿Qué es y para qué sirve la animación a la lectura?
Borges decía que un libro que nadie ha leído no es más que un cubo de papel con hojas. Es la lectura la que da importancia, proyección y existencia a lo que el autor escribió.
Guglielmo Cavallo y Roger Chartier en Historia de la lectura en el mundo occidental (1997) hacen una reflexión de la lectura como proceso histórico; plantean, a partir del paso de literatura oral al registro escrito y, ahora al uso de las nuevas tecnologías, que las competencias (o facilidades) tecnológicas no suplen las competencias críticas. Que es necesario tener un proceso de apropiación del libro y la consecuente aprehensión de los contenidos desde la propia experiencia del lector. En esa medida, la animación a la lectura es un proceso de aprendizaje intencionalmente formativo. Su objetivo final es acercar el sujeto al libro. Supone el paso de una lectura básicamente pasiva y decodificadora, a una lectura activa que permita profundizar en los contenidos para obtener respuestas. Divertirse, soñar, aprender, recrearse y tener conocimiento sobre los más variados temas puede ser parte del proceso. Pero también es importante recordar que la lectura no es un acto edulcorado e inocente; es un proceso consciente y requiere también de una dosis de esfuerzo y determinación.
Este tipo de actividad utiliza diferentes estrategias que combinan acciones creativas para lograr que los lectores sientan motivación e interés por la lectura y desarrollen la capacidad lectora y el cultivo de destrezas (análisis, síntesis, comprensión, autodeterminación).
Pensar también que leer es la única forma de acercarse a la literatura, puede ser errado, mucho más si pensamos en que estamos en una cultura que se enriquece por una gran variedad de relatos orales que dan cuenta de un vastísimo universo (si no, recordemos la facilidad con que las abuelas nos construían mundos contándonos leyendas, o cómo hemos podido conocer nuestras historias familiares a partir de lo que nos cuentan nuestros papás).
Consejos para formar lectores desde casa
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Hacer que el libro sea un objeto cotidiano y no un ‘objeto de culto’; es decir que el libro tiene que ser algo cercano, como un lápiz que lo mismo puede estar en una mesa de la sala, en una biblioteca o en el cuarto. Es importante que los niños puedan tener un contacto directo y sentir al libro casi como un juguete con el que se pueden divertir y al que deben cuidar.
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Gianni Rodari, pedagogo, decía que “Nunca se debe ordenar leer un libro a nadie. Lo mejor es sugerir, mostrar, indicar aquellos libros que nos parecen los mejores, para que nuestros hijos (…) se diviertan y aprendan”. En esa medida debe haber una combinación de lo que a los niños les gusta y lo que queremos que aprendan.
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No hay que presionar, como la lectura debe tener un proceso de apropiación que parte también de la experiencia previa, no te desesperes si tu hijo prefiere un libro recomendado para una edad mayor o menor. En algún punto encontrará su propio ritmo y sus gustos.
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Si un libro no nos gusta no tenemos por qué leerlo.
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La lectura también es un acto de complicidad y de ejemplo. Si tenemos papás y profesores que no leen o que no leen con los niños, ¿qué podemos exigir?
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Se debe procurar que los niños manejen el mayor número posible de lecturas; es decir que se busque que a sus manos lleguen desde libros de terror hasta de aventuras o de ciencia ficción o periódicos. Cuantos más libros tengan a su alcance, más fácilmente lograremos que sean capaces algún día de elegir críticamente.