A Luján (una novela peregrina) | Reseña

Sobre A Luján (una novela peregrina),  de Ariel Magnus (Interzona, 2014).

—¿Usted cree en lo que está diciendo?

—No, pero tampoco es mi tarea, yo me limito a exponer.


Querido lector: ¿Sabe usted que hay libros que muestran el camino? Mejor aún, ¿sabe usted que hay libros que son caminos? En esta novela usted puede ser un peregrino más —«ingenuamente el peregrino piensa que antes se acabará el camino que su energía y sus ganas de caminarlo»—.

A Luján (una novela peregrina), de Ariel Magnus (Interzona, 2013), está dividida en cinco trayectos: de Liniers a Morón, de Morón a Merlo, de Merlo a La Reja, de La Reja a General Rodríguez y desde allí, finalmente, a Luján. Cada trayecto consta de largos párrafos sin punto y aparte (en realidad, sin ningún tipo de punto), que se suceden como los pensamientos y cavilaciones que se tienen mientras uno, pie tras pie, sigue adelante: caminar y peregrinar no son lo mismo; las oraciones se interrumpen con fragmentos de diálogos cortos oídos al pasar durante la peregrinación:

—¿Se puede ser de dos Iglesias a la vez?, pregunta uno de los fieles.

—Tanto como de dos equipos de fútbol, pero uno de la A y otro de la B, sentencia el confesor.

Novela coral llena de humor y de comentarios políticamente incorrectos, en ella el narrador habla sin filtros y arrastra al lector junto a la multitud de caminantes por los casi setenta kilómetros que separan el tradicional barrio porteño con la basílica en la que en octubre de 2012, el arzobispo de Buenos Aires, un tal Jorge Bergoglio, dio su última homilía antes de ser nombrado papa «…sale Benedicto entra Francisco, a ver si con este jesuita tribunero y de buena llegada el Deportivo Eclesiástico logra revertir el resultado contra el Combinado Evangelista».

El narrador es una voz que va enlazando un tema con otro, a veces, incluso, temas que parecen no tener nada que ver entre sí. Mezcla cosas que les pasan a los peregrinos con hechos que ocurrieron alguna vez en esta o aquella esquina por la que pasan, con noticias del momento, reflexiones religiosas (y no tanto) y consejos para caminar mejor. La voz va de una cuadra a otra, de un personaje a otro y de un tema a otro como si lo que se escuchara fuese la narración de un partido de fútbol en postas y línea recta:

son las trece horas y dos minutos la temperatura es de veinticuatro grados y tres décimas la humedad es del sesenta y cuatro por ciento el cielo está despejado vientos moderados del sector sudoeste lo que se dice un día ideal para peregrinar.

—Y para escuchar Radio Camino, la radio del peregrino.

—Mueva su cuerpo pero no su día.

Magnus llega a conclusiones teológicas insólitas que funden, dentro de un humor inteligente, lo popular con lo culto, lo controvertido con la moral en turno, lo mordaz y lo sutil. Explora lo mismo el pavimento que lo intrínseco del ser humano (en una multiplicidad de seres); se cuestiona con la misma intensidad si es pecado bañarse desnudo que si el hueso sacro debería cambiar de nombre para ser menos herético.

Una de las particularidades de este libro es que el protagonista no es un héroe o antihéroe tradicional, sino la misma multitud. La voz narradora hace un movimiento de zapping que va de personaje en personaje, de una conciencia a otra, hasta que ese rumor toma cuerpo en el texto —mediante un uso singular de la ortografía, por ejemplo— y en la imaginación del lector.

Cirilo Sánchez camina a Luján con zapatillas robadas y Juan Manuel Baigorria camina con las nuevas zapatillas que se compró luego de que Cirilo le robara las suyas, en cambio Eustaquio Comodoro Álvez marcha descalzo y Herminio Piccio marcha doblemente calzado, en los pies lleva unas 43 y el cinto una 38.

David Voloj le preguntó a Magnus para Ciudad Equis:

A Luján está atravesada por un tipo de humor que roza con lo patético e inclusive se tiñe de cierta inocencia grotesca.

¿Cómo te vinculás con el universo de la risa?

El humor es el lugar hacia el que derrapo con naturalidad, la solución a todos los problemas (o el primero de todos ellos, sin solución a la vista). A veces trato de ser serio, pero dura poco. Quizá por eso elijo temas no humorísticos, como para lograr un equilibrio (y tal vez porque suelen estar menos explorados en ese tono). Creo en el humor sutil, en la fina ironía, pero también en la risotada, y por eso no me amilano ante el chiste tonto. Si es un error, es deliberado. Igual, siempre me prometo subsanarlo. Hasta que aparece el primer juego de palabras y chau, no puedo resistirme. Su propia novela podría aportar a la respuesta:

—¿Es pecado jugar con las palabras?

—Tanto como jugar con la comida.

—¿Y tanto como jugar con el pito?

—Más vale.

Ariel Magnus Buenos Aires (1975). Descendiente de inmigrantes alemanes, estudió becado por la fundación Friedrich Ebert Stiftung literatura española y filosofía en Alemania, país donde residió entre 1999 y 2005. Ha colaborado con las revistas SoHo, Gatopardo, el suplemento Radar de Página/12y actualmente con el suplemento El Ángel de La Reforma (México) y ocasionalmente con la revista cultural La mujer de mi vida y el diario Die Tageszeitung (Taz) de Alemania. Ha publicado las novelas Sandra (2005); La abuela (2006); Un chino en bicicleta (2007) —Premio de novela La otra orilla, traducido al alemán, italiano, rumano, croata y hebreo—; Muñecas (2008)—Premio de Novela Breve Juan de Castellanos—; Ganar es de perdedores (2010); Doble Crimen (2010) y El hombre sentado(2010). Trabaja como periodista cultural y traductor literario

Este artículo fue originalmente publicado en el N° 168 de la revista CartóNPiedra

El año nuevo indígena: época de florecimiento

Este artículo fue originalmente publicado en el N° 36 de la revista de7en7

De7en7_Tumarina

El inicio del año nuevo indígena está marcado por los ciclos de siembra y cosecha: solsticios y equinoccios, vida y muerte.

Para nadie es un misterio que el calendario que utilizamos actualmente está regido por los movimientos de la Tierra alrededor del sol; tampoco es un enigma que muchas de las fiestas que celebramos fueron fijadas por la Iglesia católica para encubrir ritos paganos que dificultaban que las fiestas eclesiásticas se fijasen en la memoria colectiva.

Del natalicio del sol invicto a Navidad y un nuevo calendario

Sucede eso con Navidad, por ejemplo. En ninguna parte de la Biblia se indica al 25 de diciembre como el nacimiento de Jesuscristo. Sin embargo, esa fecha fue establecida a partir del siglo V para encubrir las Saturnalias —ceremonias en honor Saturno, dios de la semilla y del vino—, que empezaban el 17 de diciembre y terminaban con el festival del nacimiento del sol invicto (Dies Natalis Solis Invicti) que se celebraba cuando la luz del día aumentaba después del solsticio de invierno. Este festival corría desde el 21 al 25 de diciembre.

Algo parecido sucede con la fecha en la que celebramos el año nuevo. Antiguamente, el calendario romano comenzaba el primer día del mes de marzo; sin embargo, era en enero (undécimo mes) cuando los cónsules romanos asumían el gobierno. Posteriormente, y con la expansión de la cultura occidental, el 1 de enero se convirtió en una fecha de carácter universal que anunciaba el inicio de un nuevo ciclo.

Desde el año 46 a. C. hasta 1582, el calendario que se utilizó fue el llamado Juliano —instaurado por Julio César— que reemplazó al caótico calendario romano que era particularmente manipulable porque no estaba sincronizado con las estaciones de la Tierra; políticos y comerciantes añadían o quitaban días o meses al azar. El calendario juliano, aunque había sido el más preciso hasta entonces, no era lo suficientemente exacto porque el año tropical (lo que la Tierra tarda en completar una vuelta completa alrededor del Sol) no dura 365 días y 6 horas —según los cálculos julianos—, sino 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos.

Esta diferencia de 11 minutos y 14 segundos, que parececía mínima, no lo era, ya que cada 128 años estos minutos se convertían en un día completo. En 1582, el papa Gregorio XIII instaura un nuevo calendario (el Gregoriano que utilizamos hasta ahora) para eliminar ese desfase y con él fijar el momento astral en que debía celebrarse la Pascua y, en relación con esta, las demás fiestas religiosas móviles. Lo que importaba era la regularidad del calendario litúrgico; así, se debía corregir calendario civil para que este se adapte al litúrgico y este a su vez al año trópico.

Antes de Gregorio, la Pascua debía conmemorarse el domingo siguiente al plenilunio posterior al equinoccio de primavera en el hemisferio norte (equinoccio de otoño en el hemisferio sur).

Solsticios y equinoccios: nuevos ciclos

Mencionamos que el calendario se instauró también para corresponderse con las estaciones (primavera, verano, otoño e invierno), directamente relacionadas con la siembra y la cosecha, los solsticios y equinoccios: ciclos de vida y muerte.

Para muchos pueblos indígenas, el inicio las estaciones implica un renacer natural y espiritual y, por lo tanto, están ligados a sus celebraciones de año nuevo.

En los pueblos andinos, el pueblo kichwa, por ejemplo, estos rituales anteriores a la Colonia aún se mantenien. Garcilazo de la Vega relata que en el incario eran 4 las celebraciones más importantes: Pawkar Raymi, Inti Raymi, Kolla Raymi y Kapak Raymi.

Pawkar Raymi o Mushuk nina que significa literalmente ‘florecimiento’. Coincide con el equinoccio de primavera, que es el día en que todos los puntos de la Tierra el día y la noche tienen la misma duración (21 de marzo). Esta festividad tiene como ritual el Tumarina, que consiste en depositar un poco de agua y flores sobre la cabeza de la otra persona. Las mujeres recolectan flores de chocho, maíz y ñachac y recogen agua de las vertientes sagradas para purificar.

Fiesta de la chonta: Para los shuar, el año inicia con la cosecha del uwy o chonta y el mes en que se celebra (entre mayo y agosto) es un mes sagrado. Los shuar mantienen una comprensión cíclica de las relaciones espacio-temporales que se conciben de manera unitaria y expresan movimiento: el tiempo transcurre y con él, simultáneamente, el espacio. Esta dimensión, Tsawant, no tiene tiempos prefijados.

El Kasama: Los tsáchilas celebran el Kasama (Nuevo Amanecer), en una fecha móvil que suele coincidir con el Sábado de Gloria católico. La celebración inicia a las 03:00 cuando los pone (chamanes) realizan el mukeka que consiste en invocar a sus ancestros para luego tomar un baño de purificación para recibir el nuevo año. El ritual se cumple antes de que los pájaros canten con el fin de recibir purificados la aurora del Kasama.

We tripantu: Para otros pueblos indígenas, como los mapuches en Chile, el año nuevo inicia en el solsticio de invierno austral (de verano en el hemisferio norte) y se denomina We tripantu y significa ‘nueva salida del sol y de la luna’. Esta fecha marca el inicio de la época fría.

De esta manera, lo que para muchos de nosotros significa solamente un cambio de fecha más —aunque de por medio tengamos ritos, cábalas, celebraciones y propósitos cargados de buenas intenciones—, para muchos pueblos —como los indígenas mencionados aquí— implica un renacimiento espiritual vinculado a los ciclos de la Tierra. Como vemos, años nuevos hay muchos, lo que cuenta es que al inicio de cada período lo que cambie y se renueve seamos nosotros.