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Nos conocimos antes del diluvio
pero no pudimos alcanzar el arca.
—Camina conmigo —sugerí—
y nunca más volviste a soltarme la pata.
Hubiese sido más romántico
morir de mutuo ahogo
con las lenguas del otro atravesadas en la garganta,
que ser esa especie extinta de los relatos bíblicos
por no escuchar la alarma.