Señoras y señores: de la consciencia lingüística a militar la palabra

En los últimos años hemos presenciado infinidad de debates (aunque aún no los suficientes) respecto al uso del lenguaje inclusivo frente al masculino genérico. Las posturas han sido diversas y se han centrado, desde el lado de los especialistas en cuestiones de la lengua, filólogos y académicos en su mayoría, en una defensa de la norma. El lenguaje no es sexista —se dice—, sino su uso. Se nos recuerda no confundir invisibilidad femenina con el predominio del masculino en el género gramatical. También hay una facción que nos dice cada tanto que verdaderamente inclusivo es aprender lenguaje de señas y no eso de protestar por si se puede o no flexionar en femenino determinadas profesiones.

Frente al uso del masculino genérico tengo dos posturas: por un lado, como correctora de textos tiendo a defender la norma y a buscar claridad, concisión y economía del lenguaje; en consecuencia, el exceso de desdoblamientos me parece un horror porque oscurece el texto y complica las concordancias, las equis y las arrobas que reemplazan los marcadores de género son impronunciables y funcionan solo en el papel, el ‘todes’ me recuerda al juego de «le mer estebe serene…», entonces no lo puedo utilizar con seriedad. Mi otra postura, sin embargo, es más radical que la defensa de la norma: considero que la lengua es un sistema dinámico y, por lo tanto, es susceptible de ser modificado, lo que incluye la incorporación de neologismos y la variación debido a interferencias lingüísticas por contacto. Creo, además, que hay elementos extralingüísticos que determinan nuestro uso de la lengua, y, sobre todo, creo que la lengua le pertenece a la comunidad de hablantes y no a las academias, aunque esto ya se ha dicho. La realidad sobrepasa las prescripciones normativistas.

En agosto de 2017, María del Pilar Cobo, lexicógrafa y correctora de textos, nos invitaba a pensar en glotopolítica: aquella dimensión que, de acuerdo con los ‘inventores’ del término (Marcellesi y Guespin, 1986), «es necesaria para englobar todos los hechos del lenguaje donde la acción de la sociedad reviste la forma de lo político». Si bien este concepto nos puede servir para hablar particularmente de lengua y territorio, minorías lingüísticas y hegemonía, también es útil para pensar nuestro uso de la lengua con respecto a la mujer.


Flexionemos en femenino si eso ayuda a visibilizar a las mujeres en la historia, usemos el ‘todes’ si con eso desplazamos en algo el reduccionista binarismo de género —gramatical y también biológico—, resemanticemos términos, eliminemos usos y prácticas machistas de nuestro vocabulario, divirtámonos un poco pensando en los sentidos que le damos a lo que escribimos. Escuchemos a Rita Segato y seamos un poquito más desobedientes.


En uno de sus artículos, mi muy admirado Alex Grijelmo nos decía: «La lengua no es la realidad, sino una representación de la realidad». Por el contrario, creo que debemos recordar que el lenguaje no solo representa, sino que también genera mundo, así que, conscientes de la dimensión política de la lengua, militemos también con la palabra hasta cambiar el mundo. Nombrarnos da cuenta de nuestra existencia.

A propósito de su texto La RAE trata de redimirse al fragor de la lucha feminista, Isabel Hungría, de diario El Telégrafo, me invitó a publicar una columna de opinión sobre lenguaje inclusivo. Comparto con ustedes mi texto publicado originalmente como Militar la palabra (19/05/2019). La imagen que acompaña este texto pertenece a El Telégrafo.

Resplandor, de Igor Icaza | Reseña

En enero de 2018 tuve el enorme placer de presentar, junto con Francisco Santana, el libro Resplandor del querido Igor Icaza, uno de los íconos del rock en Ecuador. Acabo de rescatar el texto que escribí para aquella noche:

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Este libro-objeto —que es a la vez testimonio y concreción física de un recorrido vivencial y musical— recopila cuarenta y ocho letras de canciones publicadas en el transcurso de los veintiocho años que, hasta el momento, abarca la carrera musical de Igor. Leer estas letras es acompañar un recorrido por los afectos, los desencuentros, las disidencias, los repensares y las fragmentaciones por y desde la música. Es aproximarse, desde otro soporte, a la experiencia sonora de bandas como Obertura, Ente, Sal y Mileto, Funda Mental y al mismo Igor Icaza, en solitario, que nos presenta además de esta compilación, once textos inéditos.

«Somos la memoria», nos dice Igor antes de empezar el recorrido, y nos recuerda algo que a menudo olvidamos: hay que respetar la forma en que organizamos nuestra mente en determinadas épocas; el devenir se encarga de mostrarnos las otras perspectivas y nos presenta, frente a ese yo —yo soy muchedumbre, diría Igor— que se transforma incesantemente, como una imagen pasada por un caleidoscopio.

A estas letras acompañan breves ensayos de autores como Cristina Burneo, María Auxiliadora Balladares, Hernán Guerrero, Javier Calvopiña, Edgar Castellanos, entre otros. El texto de Javier, Hemiplejía y trascendencia, sobre Ente, nos descubre el universo filosófico que yace en el nombre de la agrupación: «Ente sugiere una existencia que no es necesariamente material» y, a partir de esta inmaterialidad, la música, el rock vívido se propone como renuncia y como crítica.

Las letras, como será una constante a lo largo de la compilación, no solo enuncian sino que también denuncian. Nos exponen como seres enajenados, pero con un atisbo de luz, como seres que buscan. Letras como las de ‘El descenso’, ‘Expiación’ o ‘Ábside’, nos remiten a la experiencia poética, aquella que pasa desde el descenso de Dante al inframundo, hasta la Anábasis de Sait-John Perse que es, a fin de cuentas, una indagación en la médula de la naturaleza humana. También nos encontramos con vivencias mucho más mundanas: con ‘San Kamilo’, las cornadas; con ‘Alcantarilla’ vienen los olores de ese Quito de noche y esos que somos en la oscuridad. En estas líricas hay una búsqueda permanente de imágenes con las que todos nos identificamos. También una multiplicidad de voces, tonos y sujetos interpelados.

Al final del libro hallaremos un ‘Anekdotarium’ escrito, pero también uno visual condensado en varias postales y, finalmente, un disco que recoge doce temas que son a la vez testimonio y legado de la música en Ecuador.

Las letras nos invitan a pensar en un sinnúmero de temas, aquí algunas sugerencias:

  • La luz al final del túnel en ‘Resplandor’ (Sal y Mileto).
  • La idea del eterno retorno en ‘Círculo’ (Funda Mental).
  • Juego de oxímoron en ‘En busca del switch’ (Igor Icaza, trabajo en solitario)
  • La influencia de Altazor, de Huidobro, y lo dialogal en ‘Tierra’.
  • El tono sosegado frente a la idea de la muerte en ‘Abrigué la idea’.
  • Los juegos ortográficos en la época de Sal y Mileto que nos hablan de la alteración de la ortografía como un campo de acción semántico.
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Con Andrés Villalba Becdach y Francisco Santana.