Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca | Reseña

Diorama bolsillo Poeta en Nueva York Federico García Lorca
Diorama de bolsillo Poeta en Nueva York

Escrito entre 1929 y 1930 durante su residencia en la universidad de Columbia, Poeta en Nueva York (originalmente Nueva York en un poeta) fue publicado de manera póstuma (1940) con diferencias estructurales entre sus versiones española y bilingüe.

Nueva York es una ciudad que impresiona sobremanera a García Lorca: exuberante y voraz; despersonalizada a ratos o con multitudes agobiantes, es una metonimia de la vorágine y de la ciudad en sí misma. Su estética habría estado inspirada en el Manifiesto surrealista; supone una renovación en el aspecto formal y se aleja de aquella poesía de corte hispanista de Romancero gitano; sin embargo, el tema de los otros, los rechazados, es un punto en común. Lo que en el romancero fueron los gitanos, lo serán los negros de Harlem en este poemario.


Están presentes la arquitectura; la música, el baile; la aversión a la ética protestante —y al culto— visto desde la óptica de un católico andaluz; la soledad, lo abyecto, la muerte y el impacto del crash de la bolsa de valores. «Geometría y angustia», dice García Lorca.
El poemario no expresaría una vivencia personal (como anécdota), sino una visión onírica y subterránea de la ciudad.

Aquí algunos fragmentos de mis poemas favoritos:

«No preguntarme nada. He visto que las cosas
Cuando buscan su curso
Encuentran su vacío». «1910 (Intermedio)»

«Yo tenía una niña.
Yo tenía un pez muerto bajo la ceniza de los incensarios».
«Iglesia abandonada (Balada de la gran guerra)»

«La mujer gorda, enemiga de la luna, corría por las calles y los pisos deshabitados […]
y llamaba al demonio del pan por las colinas del cielo barrido y filtraba un ansia de luz en las circulaciones subterráneas. Son los cementerios, lo sé, son los cementerios y el dolor de las cocinas enterradas bajo la arena. Son los muertos, los faisanes y las manzanas de otra hora los que nos empujan en la garganta».
«Paisaje de la multitud que vomita (Anochecer de Coney Island)»

La posibilidad de una isla

Escribir sobre nosotras mismas, sobre nuestra escritura, a veces nos hace recordar que «ninguna mujer es una isla», parafraseando a John Donne.

Ilustración Dusteam para Revista Tangente Gecko UArtes
Ilustración de Dusteam para Tangente n.º 6

Una deconstrucción siempre tiene como objetivo revelar la existencia de articulaciones y fragmentaciones ocultas dentro de totalidades aceptadamente monádicas.
Paul de Man

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Llevo meses con la hoja en blanco y haciendo las lecturas mínimas. Leer es un ejercicio de confrontación. Leer algo ‘inadecuado’ en un estado de vulnerabilidad puede ser iluminador o una forma más de descender. He pensado mucho en el viaje, en la exploración, en la literatura, en esa catábasis y anábasis que se suceden; en que leer y escribir pueden presentar esa misma dualidad del pharmakon y la naturaleza vectorial del viaje hacia las costas o al interior de una misma. 

Repasando mis bitácoras he visto que, sobre el papel, una no puede volver sobre las experiencias, pero sí seguir las huellas, remontarse al rastro: ¿autohistoria o ficcionalización de la vida? Ahora mismo, esta escritura es ese proceso de ida y vuelta, arqueología de mí misma. Yo, mujer-andina-escribiéndome-en-el «hervidero del hampa huancavilca» —como dice el Tush—, me asimilo como si fuera una isla: voy a buscarme caminando el río. ¿Qué ha pasado desde el descenso desde los 3078 m s. n. m., en que estaba mi casa, hasta venir a esta «tierra del prado hermoso asentada en la región del Quilca?».

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Cuando me mudé a Guayaquil empecé una bitácora al estilo de las crónicas de Indias y los diarios de viaje de las expediciones científicas. «T. Señora de las altas tierras», se titula. La primera entrada decía:

Me gustan los números. Yo misma me considero un punto cero de referencia. En los 11 810 días que han trascurrido desde el día en que nací hasta que se inicia este documento, cientos de cifras me han acompañado: conjuntos, fechas, distancias, coordenadas, magnitudes… El más reciente número significativo: 3078 —añádase a la cifra la sigla de metros sobre el nivel del mar—. Mis dominios allende los Andes se extendían sobre esa altura.

Han pasado 3528 horas (y contando) desde que Tobi, el ‘adelantado’, partió de Quito para establecer nuestra base en Santiago de Guayaquil. 2° 8’ 12,1’’ Sur; 79° 53’ 29,5’’ Oeste son las coordenadas que mi explorador escogió para establecer la embajada de Tobisburgo y Nueva Teledonia. La locación se ubica a 1,4 km hacia el oeste del río Daule. El sector en que nos ubicamos es conocido como Sauces 7, este será el punto de partida y de retorno para nuestras expediciones durante los próximos cuatro años. Vine a estudiar Literatura. Me gustan los números, sí, pero la palabra me atraviesa.

Nada queda ya de esa voz impostada. Las entradas de la bitácora han ido menguando con el paso del tiempo. Soy, en notas adicionales, una pésima escritora de viajes, más si la intensidad de la vida me abruma tanto que ni siquiera puedo sentarme a escribir al término de los días o los lugares. Hay días en que me debato entre vivir y escribir, como si de alguna manera no fueran para mí la misma cosa. Guayaquil, quizá con la expansión de mi caja torácica en la que ahora cabe más oxígeno, me ha regalado nuevos matices en la voz y el sonido del flujo del agua.

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Soy, a veces voz,
a veces cuerpo
a veces nada.

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Ahora mismo entiendo las identidades como tránsito. Me reconozco como un sujeto sonoro en movimiento, aunque mi musicalidad actual sea una mera contingencia (¡maldigo al zapatero que hizo que el cierre de mis botas favoritas parezca un cascabel!). Pienso en ese verso de Drexler: «No estar en, sino ser el movimiento», que quizá para Deleuze sería: «No definirse, sino haceos rizomas».

Si pienso en esta idea del movimiento, me encuentro con que no solo mi idea de identidad es la que veo como un tránsito, sino que, en efecto, he sido este tránsito identitario y vivencial: cambiando de opinión, posturas críticas, domicilios… Pienso en mi subjetividad, en mi contexto, en mi propio cuerpo como materialización de la transformación del sujeto político. Soy todo el bagaje social, familiar, cultural, mis propias expectativas, aciertos, casos fallidos. Proceso. Esa distancia entre lo que soy y lo que quisiera ser.

La Agrado, de Almodóvar, decía que una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñada de sí misma. Eso: lo que soy, cómo escribo, es un perpetuum mobile que oscila entre lo que empecé siendo en la llakta y el infinito.

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Si ahora mismo escribo sobre mí no es por onanismo. Vine a Guayaquil a estudiar Literatura. Alguna vez estudié Sociología y no se me permitía escribir sino en tercera persona para denotar ‘imparcialidad’ (una mentira que durante muchos años se han creído los cientistas sociales y los periodistas). En los últimos diez años, además, he trabajado como correctora de textos: mi función se centra en que se entienda —sin lugar a dudas— lo que los otros quieren decir. He postergado mi voz. Ahora, me estoy escuchando.

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«No saber de uno mismo; eso es vivir. Saber mal de uno mismo, eso es pensar».
Pessoa, Libro del desasosiego.

Este texto apareció originalmente en la revista Tangente, n.º 6, Gecko (Guayaquil, UArtes: diciembre de 2019).

Peces de ciudad

Relato de ficción que proyecta una catástrofe ambiental dentro de diez años. Quisiera que fuese una distopia futurista y no una predicción que de que «El mar era un cementerio sinuoso».

No podía recordar la última vez que entró a un lugar que no tuviera el aire acondicionado encendido. La idea de una temperatura ambiente agradable se había convertido en algo lejano; hacía tiempo que los termómetros no bajaban de los 35 °C. Cuando el mozo se acercó, pensó —con cierto pudor— que era demasiado temprano para pedir cerveza, pero la sed era más fuerte y aún tenía que hacer tiempo. Minutos después, mientras miraba una gota de agua deslizarse por la superficie del vaso recién salido del refrigerador, imaginó que su frente y espalda debían verse igual, empapadas de sudor.

Antes de salir, escuchó la conversación de la mesa de al lado y recordó que debía volver a untarse el bloqueador solar y ponerse la camiseta de mangas largas para evitar las quemaduras. —Ayer el bebe salió quince minutos y regresó rojito como camarón, ya no se puede andar así nomás.

Ataviada y con la maleta al hombro, se encaminó hacia la playa.

Un destello verdiazulado se reflejaba sobre el mar y se emocionó. Apretó el paso, pero al llegar junto a las fibras pesqueras, la imagen que se había figurado se vio corrompida. Miles de botellas plásticas se balanceaban con la marea confundidas con un montón de cadáveres de peces flotando panza arriba. La basura se extendía en el horizonte y el olor fétido se le instaló en el hipotálamo. Hubiera querido descalzarse, extender una toalla y después zambullirse en el mar, pero ya no había ni arena, sino un sinfín de micropartículas plásticas bajo sus pies. El mar era un cementerio sinuoso.

Hace varios años había escuchado de unas islas flotantes en el Pacífico, en el Índico y el Atlántico. Una especie de ingenuidad juvenil le había hecho querer viajar allí, pero cuando descubrió que las islas eran toneladas de basura y no los Uros oceánicos que se había imaginado, se horrorizó. Ahora sabía que esas islas se habían convertido ya en algo similar a las placas continentales y la contundencia de la estupidez humana le pesó sobre los hombros. Hubiese querido que su abuela estuviera ahí. No, mejor no, se hubiera muerto de nuevo del coraje. Ana había escuchado cien mil veces la misma discusión en las reuniones familiares:

—¡Ahora tanto adefesioso comprando platos desechables! Para no más de comer y luego lavar, andar gastando en tonteras.

—Ay, mamá, ¿quién va a estar lavando todo esto? Así es más fácil.

Su abuela sabía. Ana no entendía cómo, en cambio, alguien como su mamá pensaba que era fácil extraer petróleo, procesarlo, convertirlo en plato, distribuirlo en su supermercado de confianza para ser usado por menos de media hora y que luego este regrese a la tierra de la que, inicialmente, nunca debió haber salido.

Escuchó su nombre y se volteó. El resto del equipo de biólogos acababa de llegar. Debían empezar la recolección de muestras. Desde que los plásticos inundaban el mar, los peces que no habían muerto habían tenido que adaptarse. Eran como esos barquitos que vendían dentro de botellas de cristal: diminutos, rígidos y como embalsamados. Peces dentro de escaparates. Peces de ciudad. Ana tendría que averiguar si el consumo de esta mutación tendría efectos dañinos o si era una opción viable, ahora que ya no había nada más.

Este texto fue publicado originalmente por Diario EL TELÉGRAFO (31/12/2019) bajo la siguiente dirección: 
https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/cultura/10/plasticos-playas

Chicas muertas, de Selva Almada | Reseña

Pensad que esto ha sucedido:
os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
al estar en casa, al ir por la calle,
al acostaros, al levantaros;
repetídselas a vuestros hijos.
Si esto es un hombre
(Primo Levi, Trilogía de Auschwitz, 2017:29)

Vivo en un cuarto piso y estoy sola, mi marido está de viaje. Por primera vez en muchos años he puesto seguro en cada una de las puertas de mi casa. Un viento inusual, que viaja a más de veinte kilómetros por hora, se pelea con las hojas de zinc que recubren mi techo. Ese sonido, como de trueno, hace que me sobrecoja. A veces, Guayaquil hace que me duela el cuerpo. La escena que estoy viviendo es la misma que vive Andrea, mi tocaya, una de las protagonistas del libro que leo. Ella no despertó del sueño, ¿lo haré yo?

Chicas muertas, de Selva Almada, es un relato profundo y sin concesiones que oscila entre la crónica policial y el thriller, pero va más allá de eso. La narración parte de tres casos reales, «tres muertes impunes ocurridas cuando todavía, en nuestro país, desconocíamos el término femicidio». Almada, implicándose desde el primer momento en el relato, se remonta a sus recuerdos en la década de los ochenta, para contarnos las historias de Andrea Danne, quien fue hallada muerta en su cama, apuñalada; María Luisa Quevedo, cuyo cadáver, con el rostro picoteado por los pájaros, se encontró abandonado en un terreno baldío; y, Sarita Mundín, desaparecida —probablemente— debido al tráfico de mujeres.

Almada recuerda cuando escuchó en la radio la noticia de la muerte de Andrea. Entonces «no sabía que a una mujer podían matarla por el solo hecho de ser mujer» o que «la casa […] no era el lugar más seguro del mundo. Adentro de tu casa podían matarte. El horror podía vivir bajo el mismo techo que vos». A la noticia le sobrevino el silencio, el suyo y el de su padre. ¿Qué se puede decir frente al horror? O se calla o se escribe muchos años más tarde, como Primo Levi o Selva Almada.

Almada hace uso de múltiples voces narrativas, en primera y tercera persona especialmente, y varía entre el discurso directo y el indirecto libre. Incluso las chicas muertas pueden hablarnos. La autora, con eso, nos propone habitar una zona de indiferenciación entre nosotras y el afuera. Lo mismo hace uso de los recursos investigativos más pedestres como de lo esotérico —encarnado en la «Señora», una médium por medio de quien las occisas se expresan—, para proponernos: «Lo que tenemos que conseguir es reconstruir cómo el mundo las miraba a ellas. Si logramos saber cómo eran miradas, vamos a saber cuál era la mirada que ellas tenían sobre el mundo».

Noticias como las que son materia del libro llenan a cada día las páginas de los diarios en casi todos los países de Latinoamérica y usualmente la impunidad es también el pan de cada día, da lo mismo si los crímenes suceden en las grandes ciudades o, como en este caso, en las afueras. Algo que aprendemos con esta narración es que la muerte también tiene periferias y en sus márgenes también están los pobres y, lastimosamente, las chicas muertas.

Referencias bibliográficas:

Almada, Selva. Chicas muertas. Buenos Aires: Literatura Random House, 2014. E-book.
Levi, Primo. Trilogía de Auschwitz. Colombia: Editorial Planeta, 2017, 2.ª edición.

Mudanzas: cómo mudarme a Guayaquil me devolvió la voz

Aviadoras sin nombre en el Museo Municipal

La literatura y los viajes se parecen: son experiencias
de lo desconocido.
Cees Noteboom

Creo que las mejores cosas de mi vida han pasado viajando: conocer amigos, transitar espacios, enamorarme en el Perú de un hombre que catorce años después sigue preparando mochilas o cajas si decidimos cambiar de aires. Pasajera en trance, de Charly García, es uno de mis temas favoritos de toda la vida y tengo que admitir que quería ser esa mujer de la que habla la canción. Me vuelve loca el olor de una cafetería cerca de una tienda de perfumes, me huele a aeropuerto y esa sensación me hace feliz. Me encanta ese vacío en el estómago que se produce cuando el avión está despegando. Prefiero viajar ligera, con mochila, de preferencia. De niña me soñaba a menudo siendo viajera, no turista, y viviendo de lo que escribiera sobre esa experiencia.

Esta vez, si no hubiese tenido que mover toda la casa hubiera empacado a lo Chejov: un par de botas y unas cuantas libretas de notas, pero la cosa era un poco más compleja. ¡Qué cantidad de cosas puede la gente acumular en una casa! Recuerdos, principalmente. Este abril se cumple un año desde que mi familia humano-perruna y yo nos mudamos a Guayaquil. Fue una decisión adulta y bien pensada, además, con todas las circunstancias confluyendo a nuestro a favor para irnos. Tobi, mi marido, quería salir de Quito y su toxicidad y yo quería volver a la universidad para estudiar literatura —si era gratis, mejor—. Él viajó un mes antes que yo por requerimientos de su nuevo trabajo y para buscar un departamento, yo me quedé en Quito a cargo de la mudanza y haciendo trámites para ver si podía mantener mi trabajo desde allá. Esto segundo no funcionó.

La mudanza en sí misma implicó un rotundo movimiento emocional. Yo, que me pensaba poco materialista, encontré dificilísimo desprenderme de algunas cosas: esos pinceles no porque me los compré en un pulguero en Buenos Aires; tampoco esa figura que traje de México; eso no porque me lo dio mi mamá. Aun así, emocionada por el viaje, empaqué la mar de contenta por semanas, pero no fue sino hasta el jueves en la tarde, en vísperas de que el camión de la mudanza llegara, cuando un comprador se llevó el piano de la sala, que me di cuenta de que estaba dejando el refugio que me había construido a 3.078 m s. n. m. Mientras la puerta del parqueadero se cerraba, todo a mi alrededor se ponía como en fadeout y yo me eché a llorar. Por un momento no quise irme, me anulé. ¿Qué carajos estaba haciendo! En Quito tenía —como decía mi abuela— cama, dama y chocolate. En Guayaquil no tenía nada: ni amigos ni casa ni trabajo. ¿Futuro?

Venir a Guayaquil ha supuesto mucho más que el obvio desplazamiento físico, ha sido el inicio de un remezón emocional e intelectual. Francesco Careri postulaba en su libro Walkscapes el andar como práctica estética. El andar, dice, es un acto creativo y cognitivo capaz de transformar simbólica y físicamente tanto el espacio natural como el antrópico. El desplazamiento-tipo-mudanza, en consecuencia, es no solo un suceso existencial, sino también uno estético porque te permite pasar de un espacio topológico a otro y modificar ese espacio e incluso las poéticas de vida. Bajar al nivel del mar me ha permitido hacer un recorrido de la voz al cuerpo y del cuerpo a mí. Recuperarme.

Por muchos años me dediqué a corregir lo que otros escriben y a redactar textos esporádicamente. Por primera vez en un trabajo académico, medio crónica medio ensayo —una revisión sobre la curaduría de un museo que explora la ausencia de mujeres tanto en las representaciones como en la autoría—, me permití escribir un muy consciente «desde donde me enuncio» y anotar: «Asumo mi sesgo antrópico. Soy una mujer que escribe sobre mujeres que no aparecen, busco para no encontrarlas. Me pregunto lo mismo que Alice Rossi en 1965: ¿por qué tan pocas?». Sí, ya sé que enunciarse no debiera ser una novedad, pero mi antigua formación en sociología me había llenado la cabeza de una búsqueda —pretenciosa y falsa a más no poder— de una supuesta imparcialidad ligada indisolublemente a una escritura en tercera persona, un otro que no soy yo.

Habitar en el puerto me devolvió a mí. Acá soy esta: una deriva de páramo que contempla el río. Dialéctica. Heráclito no se dio cuenta de que no solo cambia el agua; cuando observo al Guayas, la que ha mudado, indefectiblemente, soy yo. Escribo, busco, me pienso en movimiento. Río y soy feliz. La mudanza es una expresión continua de mi existencia.

 

Este texto fue originalmente publicado en la revista digital La Zoila, el 19 de abril de 2018.

Ciudad sitiada: ciudad y poética del cuerpo

Fotograma del videoarte Ciudad sitiada, Conjugar, Proyecto Escena
 Bailan Rita Rodríguez y Cristian Zárate
Fotograma de Ciudad sitiada

Ciudad sitiada: ciudad y poéticas del cuerpo

Autor: Andrea Torres Armas
Realización: Turbina helicoidal, laboratorio experimental (Andrea Torres Armas y Tobi Mena) 
Bailarines:
Rita Rodríguez y Cristian Zárate
Música incidental: «GyeCityada», de Tobi Mena
Duración: 12 minutos
Edición: Michelle Ortiz
Año: 2018

Sinopsis: Tomando como base la obra Conjugar, del Proyecto Escena, e inspirada en la novela Ciudad sitiada, de Clarice Lispector, este videoarte es una exploración del encuentro sensible entre las poéticas del cuerpo y la ciudad. El nombre es un guiño al estado de sitio y a una ciudad, como Guayaquil, amurallada. Los tres momentos en que se estructura la obra son, a la manera del Ulises de Joyce, fragmentos de un solo día. Los movimientos y las tensiones cambian, no solo importa hacia dónde vamos, sino qué parte del cuerpo se desplaza primero y con qué ritmo e intensidad.

El texto completo de esta obra se puede leer haciendo clic en este enlace.

Tomoscopios, rock y poesía

tomoscopios

La historia de la música se construye con pequeños fragmentos: con narraciones, sonidos y silencios que se van ensamblando de a poquito, como si fuesen teselas de un gran mosaico. La música nos permite comprender al universo como si lo viéramos a través de un tomoscopio: nos presenta una infinidad de visiones de la realidad, pero sin desprenderse del entorno; aquello que apreciamos está condicionado por el contexto cultural desde el que lo percibimos. El rock y la poesía, el tema que nos atañe, son dos de aquellos espejos dentro del tomoscopio en que el arte se constituye.

Ciertamente la pregunta: «¿Existe relación entre música y poesía?» ha sido respondida innumerables veces, ¿pero qué hay de la relación rock/poesía? La respuesta pasa por cuestiones como que Robert Allen Zimmerman, el genial Bob Dylan, tomara su nombre del poeta Dylan Thomas; o que cuando escuchamos algunas canciones emblemáticas del rock nos referimos a ellas como «verdaderos poemas»; que Morrissey, el exlíder de los ingleses The Smiths abriera su concierto en Quito con poesía de Anne Sexton, o que incluso Spotify ponga a nuestra disposición The writers playlist (en la que encontramos temas como ‘Walt Whitman’s niece’, ‘The Joy of D. H. Lawrence’ o ‘Dear Seamus Heaney’ entre otras joyas). Esta vez abordamos esa relación música/poesía desde otra perspectiva —usualmente bidireccional— para enfocarnos no en cómo la música se proyecta en la poesía, sino en cómo la poesía ha influido directamente en el rock.

De los inicios, la psicodelia y en inglés

Tomaremos como punto de partida la década de los sesenta, una vez superados los inicios del género, cuando el rock and roll empieza a desligarse de los moldes del country, del blues, del swing y el góspel, para pasar a una etapa más underground, con la radicalización de la escena estadounidense en contra de la guerra de Vietnam, en que los versos se tornan más combativos, con ribetes sociales y de denuncia y empieza a convertirse en un ente autónomo, que va de la mano, por qué no decirlo, de la experimentación con las drogas y las percepciones extrasensoriales.

El blog español El batiscafo rojo cuenta que uno de los pioneros en la adaptación del poema social fue el grupo estadounidense The Byrds, que incluyó en su primer LP (1965) el tema ‘The Bells of Rhymney’ del galés Idris Davies, y más tarde, en su disco Fifth Dimension registra una versión de ‘Wild Mountain Thyme’, una balada folk inspirada en un poema de Robert Tannahill, poeta escocés de finales del XVIII y principios del XIX (yo prefiero la nueva versión de Ed Sheeran). Por otra parte, y también en 1965, Phil Ochs (uno de los folk singers que más incursiones hizo en el rock, junto con Dylan) adaptó el largo poema narrativo ‘The Highway Man’, del británico Alfred Noyes, en su segundo disco, I Ain’t Marching Anymore. Leonard Cohen, a su vez, musicalizó en 1988 al García Lorca más surrealista, al de Poeta en Nueva York, en su ‘Take This Waltz’ (del álbum I’m Your Man) cuya letra es la traducción del ‘Pequeño vals vienés’ del poeta granadino. Lorca será un referente para muchos otros como Tim Buckley, que en 1970 tituló uno de sus LP como Lorca, en honor al poeta. En este disco, Buckley, asistido por grandes músicos y un montón de substancias psicotrópicas, intentó traducir la angustia, el desconcierto y la locura del Lorca vanguardista. A diferencia de Cohen, Buckley, que trabajó sus letras originales, no musicalizó, sino que convirtió a sus canciones en «artefactos poéticos»¹ per se.

En la época de la psicodelia, al final de los sesenta, hay un punto de partida en la experimentación en el rock: los músicos se lanzan a buscar referentes en la literatura. Tal es el caso de uno de los temas más emblemáticos del rock ácido, el ‘White Rabbit’ de Jefferson Airplane, que, si bien no se basa en un poema, echa mano de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll. De la misma época podríamos mencionar al líder de los primigenios Pink Floyd, Syd Barrett, figura que con ‘Lucifer Sam’, tema dedicado al gato, en el LP The Piper At The Gates of Dawn alude al poema ‘Le chat’ incluido en Las flores del mal de Baudelaire. Barrett destaca por su gran capacidad de componer rimas absurdas, emparentadas con las nursery rhymes inglesas y las fatrasies francesas en temas como ‘Bike’ o ‘Rats’. Como se mencionó, en esta época se intenta ya adaptar materiales literarios a la música recreando la atmósfera particular de la obra literaria. Un ejemplo singular constituye H. P. Lovecraft, combo psicodélico neoyorquino que toma prestado el nombre del gran creador del cuento materialista de terror y autor del enigmático poema ‘Nathicana’; pero más singular aún es el caso de la banda The Doors, con Jim Morrison a la cabeza, que se constituye en una de las agrupaciones de rock con más conexiones literarias.

Empecemos con el nombre: «Las puertas» (originalmente «Las puertas de la percepción») tomado de un ensayo de Aldous Huxley sobre los efectos de la mescalina, un alcaloide con propiedades alucinógenas, cuyo título se inspira en unos versos de The Marriage of Heaven And Hell del poeta inglés William Blake. Morrison intenta traducir el espíritu del romanticismo; de hecho, el mismo Morrison escribió dos libros de poesía (Los Señores y Notas sobre la visión y las nuevas criaturas) en los que rendía homenaje a sus ídolos: Blake y Rimbaud. Luego se mudó a París donde murió, como es sabido por todos, a los 27 años. Sus restos reposan en Père-Lachaise, rodeado de tumbas de los más afamados poetas franceses.

Otro hito a destacar es la publicación del primer disco-concepto del rock, S. F. Sorrow (grabado entre 1967 y 1968 en Abby Road Studios) de The Pretty Things. Este álbum gira en torno a la vida de Sebastian F. Sorrow, un antihéroe. El álbum evoca a los grandes poemas-libro de las vanguardias del período de entreguerras, en especial a La tierra baldía de T. S. Elliot, con el que comparte ciertos paralelismos, como el conflicto bélico de fondo (la Primera Guerra Mundial), las preocupaciones existenciales y ese latente tono melancólico, presente, por ejemplo en ‘Private Sorrow’. Década de los setenta: se empieza a experimentar con el ruidismo y el avant-garde. El rock progresivo alemán (ligado al movimiento contracultural de las comunas hippies y las casas okupa) rompe con las raíces afroamericanas del rock e inaugura el llamado Krautrock², cuyas raíces se asientan en el ruidismo vanguardista de experimentadores radicales como el pintor y músico futurista Luigi Russolo. Por el lado de España, Esplendor Geométrico experimenta con el más salvaje sonido industrial; su nombre procede de un poema de F. T. Marinetti, futurista italiano. A la vez, en los países de habla inglesa, Metal Machine Music de Lou Reed, exlíder de The Velvet Underground, se convierte en un punto de inflexión en el rock experimental, la crítica emparenta a la obra de Reed con referentes de la poesía Dadá como Tristán Tzara, Hugo Ball o Kurt Schwitters.

Este nihilismo subterráneo allanó el camino para el punk, la última eclosión contracultural del siglo XX. El situacionismo, un movimiento subversivo en cuyo ideario lo poético, en el sentido bretoniano del término, era un elemento central, había aterrizado en Londres procedente de París. A finales de los sesenta, uno de los jóvenes que entró en contacto con este situacionismo fue Malcolm Mclaren, creador de los Sex Pistols. A partir del punk, en el rock se vive un período de renovación paralelo al de las vanguardias poéticas y artísticas del primer tercio del siglo XX, algo que se notaba tanto en el sonido como en la estética. La indumentaria personal, los posters, las portadas de discos y libros hechas de retazos de otras obras, remiten al Dadá y a poetas como Hugo Ball cuando recitaban sus textos el mítico Cabaret Voltaire.

La diversidad estilística del rock se amplía enormemente. De aquellos años hay que destacar además un par de músicos/letristas con estrecha relación con la poesía. En primer lugar está Patti Smith, que aparte de las excepcionales letras de sus canciones (con un guiño a los poetas malditos del XIX en su famosa revisión del clásico ‘Gloria’ de Van Morrison) también fue autora de libros de poesía tan desgarradores como Babel (1978) y que más «recientemente», en el Festival Palabra y música de 2010, le dedicó su recital al chileno Roberto Bolaño, de cuya obra, 2666, dijo que «es la primera obra maestra del siglo XXI». También está Tom Verlaine, en cuyo apellido artístico se revela la influencia parnasiana.

Por el lado del No Wave solo mencionaremos a Sonic Youth, banda que en 1996 le dedicó un tema de su disco A Thousand Leaves a Allen Gingsberg, el gran poeta beat, con motivo de su fallecimiento.

A diferencia del punk, el grunge de los noventa no generó una contracultura. Sin embargo, de estos años se destacan un par de discos con claras conexiones poéticas. Uno es el disco Omega (1998) de los granadinos Lagartija Nick, que recurren a su coterráneo, García Lorca, y que a cargo del cantaor Enrique Morente dan una orientación flamenca a su música. Aparece nuevamente Lou Reed, pero esta vez para rendir homenaje a la genial obra de Edgar A. Poe con ‘The Raven’.

De este lado del mar y en español

Yo crecí escuchando música en español, latinoamericana sobre todo, desde la protesta de la época entre dictaduras —que era la música de mis padres—, hasta el rock argentino que me acompañó en mi adolescencia (ahora también, pero de una forma distinta) y creía realmente que muchas de esas letras eran los «verdaderos poemas» de los que hablé al inicio. Pero hubo un quiebre, algo que me llevó a ver las cosas de una forma distinta: en 2007 estuve en un concierto especial de Platero y tú por las fiestas de Vitoria Gasteiz y, de entre el humo y las luces, apareció primero la voz y luego el hombre: «Soy eterno viajero de sueños e ilusiones.
Soy eterno viajero de amores.…». Esa noche me emborraché con una maravillosa banda sonora, entre los temas figuraban ‘Palabras para Julia’ de Goytisolo versionado por Los Suaves y ‘La canción del pirata’ de De Espronceda, que en la versión musical se llama ‘Con diez cañones por banda’ interpretada por Tierra Santa. Volví a mi casa en Quito con los oídos abiertos, ávidos, y empezaron a aparecer cosas desordenadas, pero llenas de una carga emotiva muy fuerte. ‘La canción de Alicia en el país’ se convirtió en la búsqueda de Charly en el país de las alegorías³; ‘Alicia’ de nuevo, pero de Bunbury, se transformó en la disección de ‘La estatua del jardín botánico’ inspirada en La Monadología de Leibniz de Radio Futura y en el «hoy es siempre todavía» de Machado. Poco después, Alturas de Macchu Picchu, de los Jaivas, se volvió, de manera concreta, ese Canto General de Neruda.

Luego, en un bar de ‘la zona’, aparece Lina Toxel y entre tema y tema se lee algún verso de Andrés Parra; en otro concierto, en otro tugurio, La cruel jarana y los adorables mutilados de la Batalla de Pichincha declama el ‘Canto primero de Altazor’ de Huidobro y se me viene la sonrisa que me asegura que voy a dormir bien, porque gracias a no sé qué dios existen rock y poesía.

NOTAS

  1. En los artefactos, el decir poético y el texto mismo se reducen a una unidad en la composición: el fragmento. Un fragmento utilizado como un dispositivo verbal que cuando el lector lo descifra, estalla en su conciencia iluminando múltiples zonas de lo real, atrayendo distintos planos de contenido.
  2. También conocido como Kosmische Musik, es una corriente musical de rock y electrónica surgida en Alemania Occidental a fines de los años sesenta. El término, originalmente despectivo, aludía a Kraut, col en alemán, más precisamente al Sauerkraut (chucrut), y era uno de los apodos que se le dieron a los alemanes durante las guerras mundiales. El término se refiere a un gran número de artistas alemanes que habían sido influidos por géneros como el rock psicodélico, el rock progresivo, la música avant-garde y el jazz, que utilizaban nuevas tecnologías y nuevas formas de usar las tecnologías de grabación, amplificación y mezcla musical, con nuevas estructuras formales.
  3. Mara Favoretto (2014). Buenos Aires: Gourmet Musical.

Este texto fue originalmente publicado en No 248 del suplemento cultural CartóNPiedra.

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Manolillo Chinato y Platero y tú. Vitoria Gasteiz (06/08/2007)

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‘Facebook’. Poema de Andrés Parra, Quito (27/10/2015)

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La cruel jarana y los adorables mutilados de la Batalla del Pichincha, Quito (25/06/2016)

The Next Rembrandt

The next Rembrandt

Retrato del proyecto The Next Rembrandt generado por una computadora, impreso en 3D

En este enlace se puede observar el video oficial del proyecto.

La primera vez que vi uno de sus cuadros yo tenía 22 años. Había invertido todos mis ahorros en un viaje de mochilera por Europa y Alemania era mi destino principal. Janna, mi hermana ‘hamburguesa’, que había vivido en casa de mis padres durante un intercambio estudiantil, sería mi anfitriona. Ella estudiaba Arte en Kassel y ese año trabajaría como guía en la documenta 12, una de las exposiciones de arte contemporáneo más grandes del mundo. El evento, que se realiza cada cinco años, dura cien días y se toma todos los espacios de la ciudad. Una de las paradas obligatorias del recorrido es el parque Wilhelmshöhe, un complejo barroco en la cima de una colina que cuenta, entre otras maravillas, con un palacio octogonal, el monumento de Hércules, un sistema hidroneumático que transporta agua hasta la cima que luego desciende por una cascada de 350 metros de caída, y un palacio neoclásico construido a fines del siglo XVIII. Este último, el palacio Wilhelmshöhe, alberga, en la Galería de los Viejos Maestros, una de las colecciones de Rembrandt más importantes, la tercera más grande del mundo.

Este que me impresionó era un cuadro pequeñito, un autorretrato. Había, en los efectos de las luces y las sombras, algo parecido a la timidez: la cabeza y el busto aparecían bien definidos aunque el rostro no podía verse por completo, solo la mejilla y un trozo de oreja estaban claramente iluminados. La luz entraba por la izquierda e iluminaba la zona derecha de la cabeza desde el cabello al cuello, el resto estaba oscuro; los ojos se escondían en la penumbra lateral. La textura de las pinceladas podía distinguirse, como si el pintor hubiese querido que uno reparara en ellas. Algo que aprendí luego, sacando cuentas, es que en la pintura, datada hacia 1628, él tenía, igual que yo, 22 años. Supongo que esa rara belleza me impresionó —Rembrandt no era particularmente guapo y me pareció que tampoco se había esforzado mucho en parecerlo—; en ese entonces, quizá, lo vi hermoso porque mis ojos eran más honestos.

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Rembrandt van Rijn, el pintor barroco más importante de los Países Bajos, nació en 1606; perteneció a una generación posterior a Rubens y fue siete años más joven que Van Dyck y Velásquez. Dice Ernst Gombrich [1] que aunque no anotó sus observaciones, nos parece que conociéramos a este mucho más de cerca que a otros maestros porque dejó un asombroso registro de su vida, desde que se mudó a Ámsterdam a probar la fama, hasta que murió arruinado.

Cultivó tanto el autorretrato como el retrato colectivo, el paisajismo y las escenas bíblicas. Experimentó con el claroscuro y utilizó técnicas como el óleo, el dibujo y el grabado en aguafuerte.

En 2004, tras analizar decenas de obras, la doctora Margaret Livingstone [2] y su equipo concluyeron que la mayoría de autorretratos, pintados durante cuarenta años, muestran un ojo mirando directamente al observador y otro desviándose hacia un lado. En los retratos de otras personas Rembrandt pintó ambos ojos bien alineados. La conclusión: Rembrandt sufría estrabismo divergente en el ojo izquierdo, lo que le permitía percibir la realidad como una imagen plana y le facilitaba la tarea al trasladarla al cuadro. En esta condición, uno de los ojos hace foco en su entorno, mientras que el otro se desvía hacia uno de los lados; para evitar la doble visión, los niños aprenden a suprimir las imágenes del ojo estrábico. El efecto es similar al que produce cerrar un ojo.

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Rembrandt murió hace ya casi 350 años, y, digamos, una nueva obra ‘suya’ nos sorprendió hace poco. ING, Microsoft, la Universidad Tecnológica de Delft y los museos Mauritshuis (La Haya) y Museo Casa de Rembrandt (Ámsterdam) desarrollaron un proyecto por el cual un software de aprendizaje y una impresora 3D ‘pintaron’ un Rembrandt. El estudio tomó dieciocho meses y se basó en 168.263 fragmentos de 346 pinturas del autor de ‘El cegamiento de Sansón’ y ‘La ronda de noche’.

«Usamos muchos datos para mejorar los negocios, pero no hemos podido usar los datos de manera que toquen el alma humana», asegura Ron Augustus, ejecutivo de Microsoft. «Usamos la tecnología y los datos de la misma manera que Rembrandt usó sus pinturas y pinceles para crear algo nuevo».

Dado que un gran porcentaje de sus cuadros fueron retratos, la estadística determinó que la obra debía ser la efigie de un hombre blanco entre treinta y cuarenta años, con barba, con ropa oscura, de camisa blanca con cuello escarolado, sombrero y con el rostro mirando hacia la derecha. La verosimilitud se logró con una impresión de 149 millones de píxeles. Los investigadores tuvieron que hacer un estudio tridimensional con el que estimaron la altura —en milímetros— de los brochazos, algo así como una topografía del lienzo; el software analizó las características específicas de cerca de sesenta puntos en cada pintura y las proporciones faciales. Una tinta especial para impresión 3D, aplicada en varias capas para crear la textura, hizo el resto.

Pero ¿qué opinan los expertos de que la Inteligencia Artificial se aproxime, a base de algoritmos, a la genialidad humana, al más puro estilo de Ex Machina? Peter Schjeldahl, crítico de The New Yorker, ha llegado a decir que «el ‘nuevo Rembrandt’ falla tras una segunda mirada y choca tras una tercera». Según él, el personaje «carece completamente de la personalidad que nunca eludió Rembrandt».

«¿Qué será lo siguiente?», se pregunta la voz en off del vídeo que presenta la obra. Y aquí nos preguntamos lo mismo.

Este texto fue originalmente publicado en el N° 246 del suplemento cultural CartóNPiedra.

Notas

1. Gombrich, E. H. (2007). La Historia del Arte (16° ed.). Nueva York: Phaidon.

2. Profesora de Neurobiología en Harvard, especialista en problemas de visión. New England Journal of Medicine (septiembre de 2004).

Ubicación geográfica de los sucesos

Son tres meses ya desde que Ubicación geográfica de los sucesos vio la luz. Desde entonces ha habido más sucesos, más caminos, más imágenes, vida.

Agradezco a dos maravillosas poetas: Laura Casielles Hernández por su comentario para la contraportada y a Carla Badillo Coronado por sus palabras de presentación; también a mi querido René Martínez por su portada.

PortadaAndreaTorresArmas

Diseño de portada: René Martínez Sáncez

Estas son las palabras de Laura:

Este libro nos recuerda algo que demasiado a menudo olvidamos: que las ciudades no están hechas de asfalto y edificios, sino de lo que sentimos en ellas, de las miradas que arrojamos a sus calles, de la comunidad que construimos con nuestros encuentros. Hay ciudades de nuestras vidas: las ciudades en las que vivimos el amor, las ciudades a las que hicimos viajes iniciáticos. Las fotos nunca son estáticas, precisamente porque nos contienen. Los espacios mutan con nuestro vivirlos. La ciudad somos nosotros: hay que recordarlo para poder seguir creándola cada día, con los pasos y con las palabras.

Este libro, estos sucesos y geografías, son un modo de ayudarnos a ese recuerdo necesario. Y por eso gracias.

Y esta la presentación de Carla:

La poesía será búsqueda o no será; en consecuencia, todo verso una nueva pregunta. Ubicación geográfica de los sucesos es una búsqueda constante a través de las grietas de su autora, quien indaga el lenguaje moviéndose hacia adentro como un uróburos, ese animal mitológico que engulle su propia cola.

Andrea Torres Armas va en busca de la construcción poética. La encuentra. Vuelve una y otra vez sobre ella como vuelve sobre la palabra ciudad, imaginario vivo de sus letras. Las musas de Andrea son palpables y no etéreas, musas que se encuentran en lo táctil, en lo cotidiano: detrás de una cámara de fotos o en medio de una carretera.

Dividido en tres partes: ‘De sucesos y geografías’, ‘Tomoscopios’ y ‘Relatividad especial’, este poemario fue escrito en diferentes tiempos y mantiene contrastes entre la multitud y el yo. En la primera parte desfilan un abanico de lugares: Quito, Perú, Nueva York, París, mientras que la segunda se trata de un tomoscopio -una variante del caleidoscopio- donde la realidad se fragmenta en un juego de espejos. Y la tercera: ‘Relatividad especial’, es un guiño a Albert Einstein cuando nos dice que la realidad depende del punto de vista del observador. Así, Ubicación geográfica de los sucesos nos invita a recorrer su naturaleza circular, laberíntica, con poemas lúcidos y cotidianos como el que habla de su abuela con alma de profeta.

Es fácil darse cuenta de que las interrogantes de la autora llevan ya largo trecho. Hace algunas semanas le pregunté a Andrea desde cuándo escribía poesía y me dijo que desde niña, quizá desde los 9 años, y que siempre le resultó cercana. Su padre, en gran parte, fue quien encendió la luz, cuando su memoria prodigiosa le permitía recitarle poemas a su hija como si fueran cuentos.

Hoy Andrea Torres Armas, con esta ópera prima, nos demuestra que vive en poesía, y con este libro nos da la llaves para múltiples lecturas. O en palabras de ella misma:

Ya nada es radicalmente verdadero
ni siquiera la penumbra
amortiguada a media vela.
No importa qué tan rápido corra la luz
la oscuridad llega siempre primero.
Y nosotros
medio tontos
medios ciegos
queremos seguir sin darnos cuenta
-del todo-.

Aquí dejo un par de notas que han salido por ahí:

El silencioso motor de nuestro llanto por Diego Cazar Baquero en Revista Rocinante

Quito es una ciudad muy ruidosa a la que le falta música por Luis Fernando Fonseca en El Telégrafo

Las ciudades son sensaciones 

Un recuerdo necesario

Café con letras, Entrevista con Marc Bayes en Click radio online

Sandra Araya, Andrea Torres Armas, Carla Badillo Coronado

Sandra Araya, Andrea Torres Armas, Carla Badillo Coronado

Fotografía de Álvaro Pérez, El Telégrafo

Andrea Torres Armas. Fotografía de Álvaro Pérez, El Telégrafo

Nueva Orleans, el sitio donde el alma canta

 

Violín de Clarence 'Gatemouth' Brown en el U.S. and Mint Museum_Andrea Torres Armas

Violín de Clarence ‘Gatemouth’ Brown. La imaginería popular lo muestra como uno de los músicos legendarios que hizo un pacto con el diablo.

This time I’m walkin’ to New Orleans
I’m walkin’ to New Orleans
I’m going to need two pair of shoes…

Fats Domino, ‘Walking To New Orleans’

Es cierto, uno nunca puede estar seguro de haber estado ahí, pero tiene fe en lo que muestran las fotos. He dicho que Nueva Orleans es el sitio en el que el alma canta, pero debí haber dicho que es el sitio en donde las almas cantan. Si de algo se puede jactar esta ciudad es de tener música en cada esquina y de ser ‘el sitio más embrujado de los Estados Unidos’; está habitada por fantasmas y por el blues. Se dice que en Nueva Orleans hay tres tipos de personas: los músicos, las meseras y los guías turísticos; habría pensado en incluir un cuarto grupo: los bebedores alegres, pero este no excluye a los tres anteriores, entonces, dejémoslo así.

Nueva Orleans, hace diez años, se hizo tristemente famosa (no es que antes no lo fuera, pero la televisión y los desastres se llevan bien) por la devastación causada por el huracán Katrina, considerado el más destructivo y que más víctimas cobró en la temporada de huracanes del Atlántico en 2005. Entre paréntesis quedó la idea que nos remitía a Nueva Orleans como la cuna del jazz, del Mardi Gras, del Zulu King, Louis Armstrong, Lestat, John Kennedy Tool y una interminable lista de etcéteras. Incluso las historias de terror que alguna vez protagonizara Delphine Lalaurie (socialité y asesina en serie) en su mansión en Royal Street, quedaron sepultadas bajo una tumba de agua.

La muerte silba un blues, dice la escritora Gabriela Alemán, y quizá sea cierto, pero por un momento, al adentrarse por las callejas de esta ciudad, la gente local nos recuerda que la vida también silba y que se vale, para hacer su música, de descendientes creoles empuñando saxofones y trompetas y de un montón de gente de todos los colores que ama el rock ’n’ roll. Caminar por Nueva Orleans requiere bastante agua, días más largos, un oído aguzado y, como dice Fats Domino, dos pares de zapatos.

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La historia dice que el French Quarter fue el lugar de Nueva Orleans donde todo comenzó, así que se lo conoce también como Vieux Carré (el barrio antiguo). La ciudad fue fundada en 1718 por Jean-Baptiste Le Moyne —señor de— de Bienville, un hombre que supuestamente fue enviado a buscar un enclave para comerciar con los nativos americanos que se asentaban entre el río Mississippi y el lago Pontchartrain, así que esta planicie en la delta del Mississippi era el lugar adecuado. Se supone también que fundó la que en 1722 sería la capital de la Luisiana francesa, justamente donde había un asentamiento de nativos, porque —claro— estando el sitio entre el río, los pantanos y con la mayoría del territorio por debajo del nivel del mar (-2 m s.n.m.), parecía lógico quedarse donde ya había una base. Si De Bienville hubiese tenido el don de la clarividencia, se habría sentido orgulloso de sí mismo por ese acierto fundacional: fue el French Quarter el sitio que menos daños tuvo luego del paso de Katrina.

Tras ser la capital de la Luisiana Francesa, Nueva Orleans pasó a ser un corregimiento español y un importante puerto comercial, hasta que, en 1803, con la escisión del pacto borbónico entre España y Francia, el próspero puerto pasó a formar parte de la naciente república norteamericana con la famosa venta de Luisiana. Desde su fundación, y precisamente por esta ‘superposición’ de culturas (franceses, españoles, criollos americanos, esclavos africanos traídos por sus amos tras la revuelta independentista de Haití), Nueva Orleans se convirtió en un mosaico multicultural que la hacen ser lo que ahora es: una de las pocas ciudades con alma que quedan es Estados Unidos. El Barrio Francés es donde se conjugan todos los elementos de su herencia histórica: el arte, la cocina creole, la arquitectura, la música y los vestigios de varias religiones. Usualmente se identifica al Barrio Francés con la famosa Bourbon Street, la sede del Mardi Gras, el sitio donde cada año la fiesta de la carne cobra nuevas dimensiones cuando las mujeres —entre cócteles como el Hurricane y el Gin fizz— muestran los senos para recolectar el mayor número de collares.

Luego de la devastación del Katrina, la ciudad fue reconstruida, la ayuda humanitaria llegó del planeta entero y, según dicen los locales, incluso algunas de las casas coloniales que pasaron años abandonadas por estar ‘embrujadas’, fueron levantadas nuevamente. Capitales de famosos como Brad Pitt y Angelina Jolie fueron inyectados a la ciudad y el flujo turístico se revitalizó. No fue solamente la infraestructura de la ciudad la que tuvo que reedificarse sino también el imaginario colectivo. Nueva Orleans, diez años después del huracán es el símbolo de la unión y el tesón de la nación norteamericana, es la ciudad que tras la destrucción se erigió como lo que siempre ha sido: el alma de la fiesta.

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El desayuno del Café Beignet en el New Orleans Jazz Music Legends Walk incluye huevos, tocino, pan tostado y la música en vivo de Steamboat Willie. Dixieland1, jazz y ragtime. “La música alimenta el alma y alegra la vida”. Cerca de ahí, en la esquina de Dauphine y Franklin, pasa un hombre con botas, sombrero y un hermoso tutú azul; me mira, sonríe y sigue su camino. Por la noche, en uno de los especiales que las televisoras locales han organizado a propósito del renacimiento de la ciudad tras el huracán, vuelve a aparecer aquel hombre tan peculiar. Tiene nombre: es Jack ‘the tutu man’. Jack mira a la cámara con desparpajo y responde las preguntas sobre su apariencia: “Soy hétero, nacido y criado en Nueva Orleans. He conocido a algunas mujeres a las que incluso les gusta el tutú y me he acostado con ellas. Yo, a diferencia de los turistas que vienen solo al Mardi Gras, puedo emborracharme todos los días”. Jack, ‘The tutu man’, un respetable trabajador social, es el sacerdote del extraño ritual del sacrificio de la sandía que tiene lugar durante el carnaval. Incluso tiene su propia canción: “Meet Jack the Tutu Man./ He is the Tutu Man/ for all of New Orleans,/ and if you see him dance,/ and if you see him shake,/ he is the greatest sight you’ve ever seen./ And everybody knows,/ when Jack is back in town,/ it’s time to party down…” (Conoce a Jack the tutu man./ Él es el hombre del tutú/ para toda Nueva Orleans./ Y si lo ves danzar,/ y si lo ves menearse,/ es la mejor imagen que verás./ Y todo el mundo sabe/ que cuando Jack está de vuelta,/ es hora de irse de fiesta). Es como si los ingleses The Smiths se hubiesen inspirado en él para su tema: It was worthwhile living a laughable life/ just to set my eyes on the/ blistering sight/ of a vicar in a tutu/ he’s not strange/ he just wants to live his life this way” (Valió la pena vivir una vida ridícula/ solo para fijar mis ojos en la/ cálida imagen/ de un vicario en tutú./ Él no es extraño,/ sólo quiere vivir su vida a su manera).

¿Y no es eso lo que queremos todos?

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En The Crescent City (‘la ciudad creciente’, como se conoce a Nueva Orleans) nacieron músicos de jazz como Louis Armstrong, Wynton Marsalis y Fats Domino, el vocalista de heavy metal Phil Anselmo y el rapero Lil Wayne. También es la cuna de los escritores Tennesse Williams, Anne Rice y John Kennedy Toole. William Faulkner vivió por mucho tiempo en la ciudad, en Pirat’s Alley, y la que fuera su casa ha sido convertida en una pequeña pero maravillosa librería. Justo al lado del callejón están la catedral y el Cabildo, ubicados, como en cualquier ciudad de planta española, frente a la plaza de armas: Jackson Square. Frente a Jackson Square hay un pequeño cruce de caminos por donde pasan los tranvías y unas gradas, y tras ese breve trayecto está, como lo describiría Dean Moriarty, el río Mississippi “seco en la bruma veraniega, bajo el agua, con su rancio y poderoso olor que huele como esa América en carne viva a la que lava”2.

Siguiendo el curso del río está el Moon Walk, el camino que conduce al mercado francés y hacia el Old U. S. Mint y Jazz Museum, el único edificio que sirvió como casa de moneda tanto de los Estados Unidos como de los Estados Confederados. Aparte de ser un museo numismático, el Mint está dedicado a guardar los tesoros musicales de algunos de sus ciudadanos más ilustres; lo mismo se encuentra una galería fotográfica sobre ‘Satchmo’ Armstrong que el piano Steinway de Fats Domino que fue restaurado gracias a generosas donaciones de gente alrededor del mundo, incluyendo a sir Paul McCartney.

En el tercer piso del museo hay un teatro para conciertos en vivo y una sala de grabación. Un quinteto (The DotLO) toca con tanto entusiasmo que la gente se queda. Hacen chistes, improvisan, pasan por varios estilos de jazz, blues, bossa nova y le explican al público las diferencias entre uno y otro. Cuando se acaba la función y los músicos dejan sus instrumentos, dos de los cinco intérpretes regresan a sus labores como guardias del museo. El ranger Matt Hampsey (guitarra) baja al primer piso y recuerda a los visitantes que pronto es hora de cerrar.

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La vida de neón

Todos, invariablemente, llegan al French Quarter y solo esperan la noche para instalarse en Bourbon Street, y si queda tiempo, quizá, llegar hasta Frenchmen Street, pero el recorrido debería ser al revés. En Bourbon St. hay miles de locales con letreros de neón que ofrecen el paraíso, restaurantes de comida ‘al paso’, rock y pop en los bares, músicos callejeros, alcohol al granel (incluyendo cócteles nativos de NOLA —Nueva Orleans-Luisiana— servidos en vasos de todos los colores, formas y tamaños)… en fin, fiesta a morir; pero para quien quieren una noche con gente de Nueva Orleans, es mejor empezar en Frenchmen Street, la calle adonde han migrado el jazz y el blues escapando de la saturada Bourbon. Dibujantes y poetas en la acera, bluegrass y jazz gitano, bandas que han encontrado su nido en la esquina de Chartres y Frenchmen. Diversidad de estilos en distintos bares con shows en vivo, no cover. Es un ambiente movido donde es posible asistir a espectáculos de calidad y ver luego a los músicos pasar el sombrero para que la gente —como diríamos en Ecuador— les dé ‘algún cariñito’.

No hay nada mejor que escuchar unas voces ya aterciopeladas, ya otras desgarradas, que tomándose un French 75 (champaña, gin Hendricks, azúcar y jugo de limón), reír hasta llorar y salir del bar con la música metida en los pies, ir bailando por las calles hasta dar de nuevo con las luces de neón, entrar con tu compañero de baile a un local de esos que suelen ser para caballeros (aunque la verdad es que en las mesas parecen ser las clientas las que más disfrutan) y quedarse con la boca abierta preguntándose si aquella mujer que baila en el tubo tiene huesos —porque está claro que articulaciones tiene demasiadas— y luego pedir un show privado.

—Por solidaridad de género —me dijo ella— exijo que te quites la blusa.

Obedecí. Luego de eso, es imposible pensar en Nueva Orleans sin recordar a Leonardo Favio: “la rubia del cabaret, qué lindo fue, qué lindo fue…”.

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No todo en Nueva Orleans es una fiesta. Si bien la ciudad se ha puesto de pie, las cifras humanas y económicas que arrojó la tragedia del huracán dieron cuenta de una desigualdad enorme y de la incapacidad del Gobierno de responder ante el colapso de los diques que rodean la ciudad y la inundación. Se estima que 250 000 viviendas fueron destruidas, que hubo 1 800 víctimas y unos 300 000 desplazados. “La mayoría de los afectados por el Katrina fueron negros, por razones económicas. Los que tenían dinero y transporte, mayoritariamente blancos, pudieron irse antes”, dijo, en una entrevista con Efe, Ernest Johnson, el presidente de la Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color (NAACP) en el estado de Luisiana, donde se ubica Nueva Orleans3. En 2006, un año después de la catástrofe, alrededor de la mitad de la mano de obra para reconstruir la ciudad era latina y el 54% de ellos indocumentados, según un estudio de la Universidad Tulane y la Universidad de California en Berkeley. La población blanca (en esta categoría quedan excluidos únicamente los afroamericanos y los nativos americanos) de Nueva Orleans pasó en los diez años posteriores al Katrina de representar el 26,5% al 31%.

Inmigrantes latinos, muchos de ellos indocumentados, ayudaron en las labores de reconstrucción. “Esta nueva generación de inmigrantes en Nueva Orleans no vino solo a ayudar a esta ciudad con su trabajo, sino también a revitalizarla económica y culturalmente. Sin embargo, aún sigue enfrentando grandes retos como la explotación laboral continua y la discriminación racial por parte de varias agencias gubernamentales”, denunció Fernando López, organizador comunitario con el Congreso de Jornaleros4. Aún es posible encontrar casas en proceso de reconstrucción y calles sin asfalto. En los mismos parques llenos de turistas, cuando cae la noche, se puede ver a varios indigentes durmiendo a la intemperie y a las afueras de la ciudad, debajo de los anillos viales, viviendas ya no improvisadas sino pequeños campamentos que se han construido con desechos y restos de lo que alguna vez fueron casas.

Años atrás, en Valdivia, Chile, me sorprendió ver en distintos sitios de la ciudad varias anclas gigantescas; cuando pregunté qué significaban, una amiga me respondió que las habían puesto ahí para que la ciudad no se fuera nuevamente con el agua o con los terremotos. Eso es algo que le vendría bien a Nueva Orleans: quedar anclada, poner áncoras por la ciudad entera y recordarle a su gente que si bien Katrina (considerada como una tormenta del tipo “una en cada cuatrocientos años”) sirvió para generar una nueva forma de integración social a partir de la reconstrucción, también fue la que puso a todo un país a tocar, al estilo de los funerales del Second Line “When the saints go marching in”.

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¿Qué fue lo que hizo posible la rehabilitación de la ciudad? El experto en estudios urbanos Richard Florida, autor de The rise of the creative class5 dice que en el último decenio cambiaron las condiciones que hacen que una ciudad, zona o país se desarrollen económicamente. Las ciudades que atraen talentos (artistas, intelectuales, científicos) no solo lo hacen porque tengan grandes infraestructuras o numerosas empresas, sino porque son lugares en los que se puede vivir una vida de experiencias reales y donde conviven estilos de vida diversos. Son ciudades abiertas y tolerantes que combinan tecnología (empresas hi-tech), talento (buenas universidades) y tolerancia (aceptación de la diversidad).

Quien es capaz de vivir su creatividad es también capaz de generar nuevas respuestas frente a los requerimientos de la vida práctica. Esta nueva ‘clase creativa’ redefine su tiempo, sus períodos de ocio y trabajo se entremezclan y se crea una nueva relación trabajador-empresa y por lo tanto, en la productividad. Nueva Orleans cuenta con todas estas características: el sector turístico asociado al ocio, la recreación y el turismo gastronómico y cultural es el que mayor capital mueve. Además, es una ciudad con una variada herencia cultural que reúne a grupos con factores de cohesión social que ya no se ven en las grandes ciudades estadounidenses. Latinos, afroamericanos, descendientes de italianos, irlandeses y franceses son algunos de los conglomerados que pueblan la ciudad. Todos tienen rasgos comunes: la forma en que disfrutan de su tiempo libre, sus nexos familiares, son más descomplicados y hasta ruidosos. Se genera eso que Emilio Durkheim definiera como solidaridad orgánica. Para reconstruir la ciudad fue necesaria una sinergia en la que todos dependen de todos.

Después del huracán, el Mardi Gras de 2006 estuvo en duda. En la ciudad había personas que no estaban de acuerdo con celebrar tan poco tiempo después de la tragedia. Pero el Mardi Gras ocurrió, y en agosto, el trompetista Wynton Marsalis promovía una ‘celebración cultural’ por el primer aniversario de Katrina. En una entrevista para la revista Where, le preguntaron por qué celebrar algo que causó tanta destrucción y angustia, y él contestó que “en Nueva Orleans, lamentarse es una forma de celebración. […] En nuestros funerales nos lamentamos, luego celebramos. Muchas veces cuando eres despojado de todo, tienes la oportunidad de ver quién eres en realidad. Y en los momentos más dolorosos, es cuando debes celebrar, porque te afirmas a ti mismo y te levantas aún más fuerte”6.

Nueva Orleans debe seguir celebrando.

Fragmento de 'Bellongins Immortelle' de Krista Jurisich

Fragmento de ‘Bellongins Immortelle’ de Krista Jurisich (2005). CAC Nueva Orleans.

Este artículo fue originalmente publicado en el N° 205 de la revista CartóNPiedra

Notas

1. Dixieland es un tipo de jazz temprano típico del sur de EE.UU. Una teoría sobre su etimología dice que el término proviene de la palabra francesa dix (diez) impresa en los billetes de diez dólares. Luisiana, el estado al que pertenece la ciudad se convirtió en la tierra (land) de dix.

2. Kerouac, Jack (1989). En el camino. Barcelona: Anagrama, p. 26.

3. Fernández, Cristina (2010, 29 de agosto). Las cicatrices de Nueva Orleans. El Confidencial (Crónicas del Imperio). Recuperado de http://blogs.elconfidencial.com/mundo/cronicas-del-imperio/2010-08-29/las-cicatrices-de-nueva-orleans_437911/.

4. García Casado, Cristina (2015, 28 de agosto). Una Nueva Orleans más hispana tras el Katrina. El Día.es. Recuperado de http://eldia.es/agencias/8272388-KATRINA-ANIVERSARIO-Cronica-Nueva-Orleans-hispana-Katrina.

5. Florida, Richard (2002, mayo). The Rise of the Creative Class. Why cities without gays and rock bands are losing the economic development race. Washington Monthly. Recuperado de http://www.washingtonmonthly.com/features/2001/0205.florida.html.

6. Marsalis, Wynton en Douglas Brantley (2015, 21 de septiembre). New Orleans, Hurricane Katrina and the Rise of Voluntourism. Recuperado de http://www.wheretraveler.com/.

Caza de erratas 2015

Por tercer año consecutivo, y con ocasión del Día Internacional del Corrector de Textos, que se celebra el 27 de octubre, la Acorte (Asociación de Correctores de Textos del Ecuador) convoca al Concurso de Fotografía Caza de Erratas, que consiste en plasmar en una fotografía faltas ortográficas o gramaticales que aparezcan en espacios públicos de la ciudad, tales como vallas publicitarias, señalética, rótulos y publicidad en general. El concurso contará con el auspicio y colaboración de Librería Rayuela y La Barra Espaciadora.

Bases del concurso
  • Puede participar cualquier persona que resida en Ecuador, de 15  años en adelante.
  • No participarán los miembros de la Acorte ni sus familiares cercanos.
  • Cada participante enviará una sola fotografía en formato digital con las siguientes especificaciones: 300 DPI, 20X30 JPG.
  • Las fotografías serán enviadas a la dirección electrónica acorte.ec@gmail.com hasta el 15 de septiembre de 2015. No se aceptarán fotografías enviadas fuera del plazo estipulado ni por otro medio.
  • Deben enviar junto con la fotografía un documento en el que consten los siguientes datos: nombre, apellido, número de cédula, edad, correo electrónico, teléfono, ocupación. Además, deberá explicarse en un máximo de 50 palabras cuál es el error ortográfico que consta en su fotografía, la regla infringida y la dirección exacta donde fue tomada la fotografía.
  • Las fotos deben ser originales e inéditas, y no deben haber sido publicadas antes en ningún otro medio impreso o digital.
  • Las fotos no deben ser alteradas digitalmente.
  • Los finalistas ceden a la Acorte los derechos de publicación de sus fotografías.
Premios:
  • Primer premio: Una cámara digital
  • Segundo premio: Un lector de libros electrónicos
  • Tercer premio: Lote de libros

La premiación se llevará a cabo 27 de octubre de 2015, Día del Corrector de Textos. La participación en el concurso implica la aceptación de las bases.

Fotografía de Hans Behr Martínez ganadora del Primer Concurso Caza de Erratas.

Fotografía de Hans Behr Martínez ganadora del Primer Concurso Caza de Erratas.

Fotografía enviada por Andrés Landázuri.  1) Uso innecesario de comillas; 2) utilización del signo matemático 'X' en lugar de la preposición 'por'; 3) sustantivo 'favor' escrito con be larga; 4) verbo 'alegar' escrito con hache inicial. Fue tomada en la escuela de Gualaguaycu, comuna de la parroquia Tixán, cantón Alausí, Chimborazo.

Fotografía enviada por Andrés Landázuri.
1) Uso innecesario de comillas; 2) utilización del signo matemático ‘X’ en lugar de la preposición ‘por’; 3) sustantivo ‘favor’ escrito con be larga; 4) verbo ‘alegar’ escrito con hache inicial. Fue tomada en la escuela de Gualaguaycu, comuna de la parroquia Tixán, cantón Alausí, Chimborazo.

Afiche Caza de Erratas

A Luján (una novela peregrina) | Reseña

Sobre A Luján (una novela peregrina),  de Ariel Magnus (Interzona, 2014).

—¿Usted cree en lo que está diciendo?

—No, pero tampoco es mi tarea, yo me limito a exponer.


Querido lector: ¿Sabe usted que hay libros que muestran el camino? Mejor aún, ¿sabe usted que hay libros que son caminos? En esta novela usted puede ser un peregrino más —«ingenuamente el peregrino piensa que antes se acabará el camino que su energía y sus ganas de caminarlo»—.

A Luján (una novela peregrina), de Ariel Magnus (Interzona, 2013), está dividida en cinco trayectos: de Liniers a Morón, de Morón a Merlo, de Merlo a La Reja, de La Reja a General Rodríguez y desde allí, finalmente, a Luján. Cada trayecto consta de largos párrafos sin punto y aparte (en realidad, sin ningún tipo de punto), que se suceden como los pensamientos y cavilaciones que se tienen mientras uno, pie tras pie, sigue adelante: caminar y peregrinar no son lo mismo; las oraciones se interrumpen con fragmentos de diálogos cortos oídos al pasar durante la peregrinación:

—¿Se puede ser de dos Iglesias a la vez?, pregunta uno de los fieles.

—Tanto como de dos equipos de fútbol, pero uno de la A y otro de la B, sentencia el confesor.

Novela coral llena de humor y de comentarios políticamente incorrectos, en ella el narrador habla sin filtros y arrastra al lector junto a la multitud de caminantes por los casi setenta kilómetros que separan el tradicional barrio porteño con la basílica en la que en octubre de 2012, el arzobispo de Buenos Aires, un tal Jorge Bergoglio, dio su última homilía antes de ser nombrado papa «…sale Benedicto entra Francisco, a ver si con este jesuita tribunero y de buena llegada el Deportivo Eclesiástico logra revertir el resultado contra el Combinado Evangelista».

El narrador es una voz que va enlazando un tema con otro, a veces, incluso, temas que parecen no tener nada que ver entre sí. Mezcla cosas que les pasan a los peregrinos con hechos que ocurrieron alguna vez en esta o aquella esquina por la que pasan, con noticias del momento, reflexiones religiosas (y no tanto) y consejos para caminar mejor. La voz va de una cuadra a otra, de un personaje a otro y de un tema a otro como si lo que se escuchara fuese la narración de un partido de fútbol en postas y línea recta:

son las trece horas y dos minutos la temperatura es de veinticuatro grados y tres décimas la humedad es del sesenta y cuatro por ciento el cielo está despejado vientos moderados del sector sudoeste lo que se dice un día ideal para peregrinar.

—Y para escuchar Radio Camino, la radio del peregrino.

—Mueva su cuerpo pero no su día.

Magnus llega a conclusiones teológicas insólitas que funden, dentro de un humor inteligente, lo popular con lo culto, lo controvertido con la moral en turno, lo mordaz y lo sutil. Explora lo mismo el pavimento que lo intrínseco del ser humano (en una multiplicidad de seres); se cuestiona con la misma intensidad si es pecado bañarse desnudo que si el hueso sacro debería cambiar de nombre para ser menos herético.

Una de las particularidades de este libro es que el protagonista no es un héroe o antihéroe tradicional, sino la misma multitud. La voz narradora hace un movimiento de zapping que va de personaje en personaje, de una conciencia a otra, hasta que ese rumor toma cuerpo en el texto —mediante un uso singular de la ortografía, por ejemplo— y en la imaginación del lector.

Cirilo Sánchez camina a Luján con zapatillas robadas y Juan Manuel Baigorria camina con las nuevas zapatillas que se compró luego de que Cirilo le robara las suyas, en cambio Eustaquio Comodoro Álvez marcha descalzo y Herminio Piccio marcha doblemente calzado, en los pies lleva unas 43 y el cinto una 38.

David Voloj le preguntó a Magnus para Ciudad Equis:

A Luján está atravesada por un tipo de humor que roza con lo patético e inclusive se tiñe de cierta inocencia grotesca.

¿Cómo te vinculás con el universo de la risa?

El humor es el lugar hacia el que derrapo con naturalidad, la solución a todos los problemas (o el primero de todos ellos, sin solución a la vista). A veces trato de ser serio, pero dura poco. Quizá por eso elijo temas no humorísticos, como para lograr un equilibrio (y tal vez porque suelen estar menos explorados en ese tono). Creo en el humor sutil, en la fina ironía, pero también en la risotada, y por eso no me amilano ante el chiste tonto. Si es un error, es deliberado. Igual, siempre me prometo subsanarlo. Hasta que aparece el primer juego de palabras y chau, no puedo resistirme. Su propia novela podría aportar a la respuesta:

—¿Es pecado jugar con las palabras?

—Tanto como jugar con la comida.

—¿Y tanto como jugar con el pito?

—Más vale.

Ariel Magnus Buenos Aires (1975). Descendiente de inmigrantes alemanes, estudió becado por la fundación Friedrich Ebert Stiftung literatura española y filosofía en Alemania, país donde residió entre 1999 y 2005. Ha colaborado con las revistas SoHo, Gatopardo, el suplemento Radar de Página/12y actualmente con el suplemento El Ángel de La Reforma (México) y ocasionalmente con la revista cultural La mujer de mi vida y el diario Die Tageszeitung (Taz) de Alemania. Ha publicado las novelas Sandra (2005); La abuela (2006); Un chino en bicicleta (2007) —Premio de novela La otra orilla, traducido al alemán, italiano, rumano, croata y hebreo—; Muñecas (2008)—Premio de Novela Breve Juan de Castellanos—; Ganar es de perdedores (2010); Doble Crimen (2010) y El hombre sentado(2010). Trabaja como periodista cultural y traductor literario

Este artículo fue originalmente publicado en el N° 168 de la revista CartóNPiedra

Guaya-kill city nos va a reventar…

“La entrada es gratis, la salida vemos…” dice un tema de Charly Gracía. Así se resume lo que nos pasa con Guayaquil: llegamos, nos trata bien, nos da de comer y beber, ¡hasta bailamos!, siempre pensando que algo malo va a pasar pero nunca pasa —hasta el final—. El momento en que tenemos que irnos, nos da la patada.

El saldo que tiene Guayaquil con nosotros incluye una nariz fisurada, $ 2.500 en equipos de música perdidos por robo, dos pérdidas de vuelo en un mismo día, y claro, la joya de la última visita. No sé por qué insistimos en volver.

El viaje de vuelta a Quito desde Guayaquil empezó el domingo a las 13:30 cuando salimos del hotel camino al terminal de Transportes Ecuador.

Domingo Día de la Madre: A las 14:00 partió la unidad en medio del típico calor sofocante al que no hay neuronas que puedan sobrevivir.

Las primeras horas de viaje fueron comunes y sin mayores sobresaltos: se proyectaron las clásicas películas de violencia innecesaria que todos amamos, las señoras se quejaron porque el baño no estaba abierto y había que llamar cada vez al oficial ―un guambra medio mal genio al que parecía molestarle hacer su trabajo―; se dieron las paradas respectivas en Babahoyo, Quevedo y a las 20:00 en Santo Domingo para comer, la mayor parte del camino ya había sido recorrida.

Hora y media después, el bus se detuvo en en medio de la nada y el chofer pasó donde los pasajeros. “Señores, tengo que informarles que no podemos pasar porque ha habido un ‘derrumbo’ más adelante, por Tandapi, por el aguacero y está cerrado el paso; por Los Bancos tampoco podemos ir porque por ahí se ha ido la mesa de la carretera, vamos a tener no más que esperar aquí”, y dicho esto, el bus estalló en reclamos y en llamadas telefónicas para intentar avisar que nos habíamos quedado. No faltó quien increpara al conductor por no haber previsto el percance del que seguro debían haberle avisado temprano, hubo quien propuso que “en lugar de estar perdiendo el tiempo aquí mejor vamos por Riobamba”. Se hicieron miles de preguntas sobre las posibilidades, otras tantas quejas porque “¿cómo es posible que no haya maquinaria con estos aguaceros?” y alguien respondió: “porque resulta que hasta los maquinistas tienen mamá”. Todos opinaron y se llegó a un consenso, habría que esperar lo que autorizara la central desde Quito, si permitían el uso de una ruta alterna habría que apoyar con dinero para el diesel. Por ahí alguien gritó “bueno jefe, pero mientras, ponga una peliculita…” y el bus en pleno estalló de nuevo, pero en carcajadas.

Mientras se esperaban noticias, el chofer de otro bus de la cooperativa Macuchi haría de avanzado en una camioneta para ver si se podía pasar. Conforme pasaban los minutos la fila iba haciéndose más larga y solo se escuchaban los ecos de la radio haciendo los últimos reportes del estado de la vías y unos cuantos borborigmos. Al final, lo que se decidió fue que todos los buses debían volver al paradero en santo Domingo y esperar hasta las 6:00 a que llegue la maquinaria. Y así se hizo.

La noche pasó entre juegos de cartas y cafés. Dieron las 6:00 y todavía no había paso, para entonces la policía ya regulaba la llegada de nuevos vehículos. Cerca de las 8:00 los buses empezaron a salir para ganar puesto en la fila de salida. Cerca de las 11:00 aún no llegábamos al mismo punto donde el bus se tuvo la noche anterior cerca de Alluriquín. A las 11:40 los buses empezaron a encender motores y avanzar despacito. A las 13:43 el bus llegaba a la terminal de la Juan León Mera, cerca de 24 horas después de haber empezado el periplo.

El viaje no hubiera sido tan malo si a algunos de los que pararon a comer, la merienda no les hubiese dado —como se dice vulgarmente—­ ‘churreta voladora’. Yo incluida…

¿No me cree, pinche aquí para que vea?  Las desgracias de la gente son noticia.

Baires y esos pétalos de sal

Una nunca puede estar segura de haber estado ahí, pero tiene fe en lo que dicen las fotos.

Cúmulo de imágenes más que desordenadas de lo que nos trajimos del sur. Hay capturas, claro, que no caben en ninguna cámara y otras, que por lo fijas que están, no requieren otro soporte que el que se carga sobre los hombros. Que la cámara se quede sin batería juega también un papel importante…

Lollapalooza_entradas

Lollapalooza 2014

Lollapalooza

Lollapalooza 2014 Hipódromo San Isidro

Bandoneon

Buenos Aires, Camininito

Casa Rosada

AndyT_smile

Andrea Torres Armas, San Telmo

Tango  Quilmes_sushi  nosotros que nos queremos tanto

Mafalda en San Telmo

Ateneo

Librería Ateneo Gran Splendid

Bibliofilia

Bibliofilia, street art

Tobi_plaza

Tobi Mena, afueras del Teatro Colón

Luz     cuerdas  La fe  Caminito

Spinetta

Illya Kuryaki and the Valderramas, homenaje Luis Alberto Spinetta

Savages

Savages

Pixies

Black Francis, Pixies

Illya Kuryaki and the Valderramas

Vampire weekend

Vampire Weekend

Red Hot Chilli Pepers

Red Hot Chilli Pepers

Lollapalooza 2014

Lollapalooza 2014

La esperanza viaja en tren

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No pudo más con su Macondo

y su loop ad infinitum.
Con esa sensación de vergüenza
por vivir bajo el supuesto

que su costado no había sido atravesado,

que podría un día aprender
sobre esas lenguas,
sobre Nunkui y sus milagros.

Se marchó con su hombre ajeno,

su exotismo
su generación Ni-ni.

Se marchó con su Macondo

envuelto en servilletas,
―no sabe bien a dónde―.

Si preguntan,

ríe y asiente.
Sabe bien,
porque ha vivido,
que la ciudad se lleva dentro.

 

Andrea Torres Armas.