Necropolítica y biopoder en tiempos de pandemia

Sé que esta publicación no sirve para nada, pero no he podido dejar de pensar en la necropolítica y el biopoder (Achille Mbembe y Foucault me acompañan). Recordemos que la necropolítica, más que el derecho a matar, presenta la posibilidad de exponer a otros a la muerte (inserte aquí su población vulnerable favorita: adultos mayores, poblaciones empobrecidas, cuerpxs otrxs, grupos que deberían contar con atención prioritaria, pero son precarizados).

La escritora y activista Clara Valverde nos decía en una entrevista para Kaos en la red que la necropolitica


«Es la política basada en la idea de que para el poder unas vidas tienen valor y otras no. No es tanto matar a los que no sirven al poder sino dejarles morir, crear políticas en las que se van muriendo.

Los excluidos son los que no son rentables para el poder ni para implementar sus políticas. Son los que no producen ni consumen, los que, de alguna manera, sin querer y sin saberlo en la mayoría de los casos, solo existiendo, ponen en evidencia la crueldad del neoliberalismo y sus desigualdades».

Ante esta realidad solo nos queda la empatía radical; es decir, ponerse en el lugar del otro; mostrar lxs otrxs que su sufrimiento nos incumbe. Pero mostrar aquí no implica quejarnos en redes sociales rasgándonos las vestiduras o exponiendo nuestros privilegios, podríamos hacer centros de acopio de artículos de primera necesidad en nuestros barrios, coordinar con instituciones como el cuerpo de bomberos y gestionar ayuda humanitaria. Es cierto que todos nos expondríamos (habrá que tomar medidas sanitarias si logramos hacer algo). La cosa es que, al final, la empatía radical se fundamenta en darnos cuenta de que lxs otrxs no son tan diferentes que nosotrxs mismxs.

Y ya, ya que me puse a escribir, invoquemos a Whitman:

«Me celebro y me canto,
y todo lo que asumo, tú también lo asumes
porque cada átomo que me pertenece también te pertenece».

Señoras y señores: de la consciencia lingüística a militar la palabra

En los últimos años hemos presenciado infinidad de debates (aunque aún no los suficientes) respecto al uso del lenguaje inclusivo frente al masculino genérico. Las posturas han sido diversas y se han centrado, desde el lado de los especialistas en cuestiones de la lengua, filólogos y académicos en su mayoría, en una defensa de la norma. El lenguaje no es sexista —se dice—, sino su uso. Se nos recuerda no confundir invisibilidad femenina con el predominio del masculino en el género gramatical. También hay una facción que nos dice cada tanto que verdaderamente inclusivo es aprender lenguaje de señas y no eso de protestar por si se puede o no flexionar en femenino determinadas profesiones.

Frente al uso del masculino genérico tengo dos posturas: por un lado, como correctora de textos tiendo a defender la norma y a buscar claridad, concisión y economía del lenguaje; en consecuencia, el exceso de desdoblamientos me parece un horror porque oscurece el texto y complica las concordancias, las equis y las arrobas que reemplazan los marcadores de género son impronunciables y funcionan solo en el papel, el ‘todes’ me recuerda al juego de «le mer estebe serene…», entonces no lo puedo utilizar con seriedad. Mi otra postura, sin embargo, es más radical que la defensa de la norma: considero que la lengua es un sistema dinámico y, por lo tanto, es susceptible de ser modificado, lo que incluye la incorporación de neologismos y la variación debido a interferencias lingüísticas por contacto. Creo, además, que hay elementos extralingüísticos que determinan nuestro uso de la lengua, y, sobre todo, creo que la lengua le pertenece a la comunidad de hablantes y no a las academias, aunque esto ya se ha dicho. La realidad sobrepasa las prescripciones normativistas.

En agosto de 2017, María del Pilar Cobo, lexicógrafa y correctora de textos, nos invitaba a pensar en glotopolítica: aquella dimensión que, de acuerdo con los ‘inventores’ del término (Marcellesi y Guespin, 1986), «es necesaria para englobar todos los hechos del lenguaje donde la acción de la sociedad reviste la forma de lo político». Si bien este concepto nos puede servir para hablar particularmente de lengua y territorio, minorías lingüísticas y hegemonía, también es útil para pensar nuestro uso de la lengua con respecto a la mujer.


Flexionemos en femenino si eso ayuda a visibilizar a las mujeres en la historia, usemos el ‘todes’ si con eso desplazamos en algo el reduccionista binarismo de género —gramatical y también biológico—, resemanticemos términos, eliminemos usos y prácticas machistas de nuestro vocabulario, divirtámonos un poco pensando en los sentidos que le damos a lo que escribimos. Escuchemos a Rita Segato y seamos un poquito más desobedientes.


En uno de sus artículos, mi muy admirado Alex Grijelmo nos decía: «La lengua no es la realidad, sino una representación de la realidad». Por el contrario, creo que debemos recordar que el lenguaje no solo representa, sino que también genera mundo, así que, conscientes de la dimensión política de la lengua, militemos también con la palabra hasta cambiar el mundo. Nombrarnos da cuenta de nuestra existencia.

A propósito de su texto La RAE trata de redimirse al fragor de la lucha feminista, Isabel Hungría, de diario El Telégrafo, me invitó a publicar una columna de opinión sobre lenguaje inclusivo. Comparto con ustedes mi texto publicado originalmente como Militar la palabra (19/05/2019). La imagen que acompaña este texto pertenece a El Telégrafo.

Ni una mujer menos / Justicia para Vanessa

Este artículo fue publicado en el N° 34 de la Revista Aportes Andinos de la UASAB

Justicia

Imagen cortesía de la plataforma Justicia para Vanessa

En 1927 apareció “Un hombre muerto a puntapiés” de Pablo Palacio; relato de ficción que transformó el panorama de la literatura ecuatoriana, quizá hasta nuestros días.

El relato narra la historia de un lector obsesionado con ahondar en la causas del asesinato a puntapiés de Octavio Ramírez de 42 años. Extranjero.

En 2013 (19 de octubre para ser precisa) un hecho similar apareció en los diarios. Se trataba del caso de Vanessa Landinez, mujer de 37 años que fue brutalmente asesinada —también a puntapiés— en un hotel de Ambato.

La suya, a diferencia de la historia que relata Palacio, no transformó la literatura ecuatoriana, pero sí unas cuantas vidas. La de su hija Raffaella principalmente.

-II-

La semana pasada en una reunión familiar y ya con varios tragos encima, el rato de los chistes alguien comentó “a ver, ¿en qué se parecen las mujeres y las leyes? …En que a las dos hay que violarlas”. Todos en la sala se rieron pero yo me molesté y salí a fumar un cigarrillo mientras pensaba “esto está mal, muy mal. Lo peor es que si la gente se ríe de eso es porque lo tiene metido en el hipocampo… —esa región de nuestro cerebro que reacciona ante algunas emociones y que está ligada directamente con el lenguaje, con la risa y con la memoria—“.

¿Qué fue lo que en lugar de confrontar a quien contó el ‘chiste’ y a la gente que rió haciéndole ver que aquella frase no había nada de gracioso, hizo que mejor saliera a fumar indignada, pero callada?

Que la violencia a todo nivel está naturalizada y que no nos damos cuenta —o no me di cuenta en ese momento— que igual de canallas somos quienes violentamos que los que vemos y no hacemos ni decimos nada.

-III-

Hace poco leía a una amiga que decía que llegó a un país creyéndose persona y se marchó sabiéndose mujer. Pensé alguna vez que habrían días en que se me olvidaría que soy mujer y que podría imaginar, digamos, que soy poeta, que soy estudiante o transeúnte, así a secas, sin marcador de género incluido. Que podría olvidar por ejemplo que en las matemáticas, a las mujeres, nos redondean hacia abajo, más aún si somos ‘distintas’, de esas que no se conforman, las que podrán tener un compañero pero no un marido, esas a las que les han ‘facilitado’ tanto la vida con los electrodomésticos que ahora son unas carishinas. A las mujeres nos redondean hacia abajo o nos siguen contando como ceros a la izquierda (menos para contar a las que se mueren, ellas sí que suman).

Soy mujer y no tiene que ver nada más con mi cuerpo, con que explore esos terrenos de la feminidad que no van de acuerdo con el rosa. Soy mujer y me merezco y me gusto y me sigo condenando a veces, muero por mi propia boca cuando digo: este es mi cuerpo, esta es mi voz, así pienso.

Construyo un mundo y derribo una muralla.

-IV-

4’127.736 Parece un número cualquiera, pero, ¿qué pasa si a cada número le ponemos un nombre? Bien podría ser Clara, Rosa, Laura, Vanessa, Andrea, Ruth, Raffaella —miles de etcéteras que incluyen tu nombre, el tu madre, el de tu hermana, el de tu hija y hasta el de tu mejor amiga—; ese el indicador (6 de cada 10) de mujeres en Ecuador que han sido víctimas de violencia. Desde aquella a la que le gritaron por la calle: “¡Estás buena, mamita, ven para comerte!”, hasta aquella que tuvo que aguantar que personal de la comisaría le dijera: “Y usted, ¿tiene trabajo?, ¿con qué va a mantener a sus hijos si le deja a su marido?”, cuando fue a denunciar los golpes de la borrachera de la noche anterior.

-V-

Siempre pensé que sobre la violencia contra la mujer había mucho que decir, pero no es cierto. Para describir el dolor, el horror y la muerte no alcanzan las palabras.

Esta nota fue publicada en la plataforma Justicia para Vanessa en agosto de 2014. En la revista Pikara pueden encontrar un artículo sobre el errado manejo mediático del caso y la tendencia a culpar a las víctimas por ser sujetos de violencia. Afortunadamente, también hay acciones que aportan a la construcción de un mundo distinto para eliminar la violencia machista.

La calle siempre fue la mejor cancha

Me siento, hablando de fútbol, como la intelectual que no quiere salir del clóset. El fútbol no me gusta, ¡me encanta! Sin embargo, durante los cuatro años que tarda en llegar el Mundial puedo disimular muy bien que sé qué es un hat-trick frente a mis amigos ―fervorosos lectores de Borges (aquel que decía que el fútbol es universal porque la estupidez es universal)―; puedo esgrimir también ―y con consciencia― todos los argumentos en contra que me enseñó el haber estudiado sociología: la violencia innecesaria, el racismo, los sueldos desmedidos de los jugadores, el chovinismo, los golazos que nos meten con la ley de aguas mientras hay partido y demás. Pero lo que no puedo, ni por un segundo, es dejar de decir que tiemblo cuando se cobra un penal en algún partido; pero más que eso, cuando pienso en fútbol, pienso en mi papá contándome cuando jugaba en la calle en la ciudadela México y había una frase, que para un niño, lo resumía todo en el mundo: “si ponchas el ‘bleris’, me respondes”.

Hace algunos años llegó a mí La Cofradía de los Celestinos de Stefano Benni (Siruela, 1994), una irreverente crítica a nuestra sociedad en la que un grupo de niños huye de un orfanato para participar en el Campeonato Mundial de Baloncalle, desencadenando una furiosa persecución por parte de los poderes fácticos de Gladonia. El Gran Bastardo, enigmático e invisible inventor del anhelado y muy secreto torneo, ha elegido a Memorino, Alí y Diostecríe Luciano, alias ‘Lucifer’, del orfanato de Santa Celestina, como uno de los equipos que se debatirán el primer lugar jugando bajo el nombre de La Cofradía de los Celestinos. Los niños van en busca de los míticos hermanos Finezza, glorias del baloncalle, y en su periplo nos enseñan un universo lleno de la tenacidad perpetua e inocente de las causas infantiles y la ilusión de bienestar en un mundo sobreexplotado y triste. Yo pensaba que algo así debía existir y que sería maravilloso y me dormía pensando en que ojalá los niños no tuvieran que comer nunca más la col que les daban los padres Zopilotes en el orfanato.

Mientras se desarrolla la Copa de la FIFA con toda su cara oscura, en Brasil, del 1 al 12 de julio tomará lugar el Mundial de Fútbol Callejero. A él irán siete jóvenes que conforman la selección ecuatoriana (4 varones y 3 mujeres). Este otro Mundial reunirá a 300 jóvenes en situaciones de riesgo provenientes de 26 países de todo el mundo. El evento es organizado por el Movimiento de Fútbol Callejero, una red que se expresa como una fuerza política en defensa de los derechos humanos, de la paz y de la diversidad. Los equipos están conformados por jóvenes que se han destacado en sus comunidades y, mediante el juego, han adquirido herramientas para afrontar la vida.

Las reglas, como en cualquier partido de la calle, se concilian entre los 2 equipos. (Como cuando decías: «es falta si el otro se lastima o llora»; o si ya es muy tarde: «mete gol, gana»; «el partido se acaba si al dueño del balón le llama la mamá…»). Aquí no hay árbitros sino mediadores que facilitan las etapas del juego y el diálogo entre los participantes. De esta manera, el mismo juego que a ratos nos da sarna y nos indigna, se torna una herramienta poderosa para la mediación de conflictos, formación de liderazgos, desarrollo de grupos y organizaciones comunitarias. Se mantienen la alegría y la ilusión. Uno puede salir cantando como esos niños que menciona Galeano en Fútbol a sol y sombra: “ganamos, perdimos pero igual nos divertimos…”.

El 12 de julio se jugará la final en un estadio montado en una de las avenidas principales de la ciudad de Sao Paulo, la av. Ipiranga. Me habría encantado que mi papá-niño y los Celestinos pudieran ir a jugar.

 

Esta columna fue escrita para una revista local, pero en vista de los últimos acontecimientos, mejor que viva en el blog.

Si falta una, faltamos todas

Estos 98 pares de zapatos representan a algunas de las mujeres que han sido víctimas de feminicidio en Ecuador.

ImagenFotografía de Pavel Calahorrano/ El Comercio-Ecuador

El informe Femicidio en Ecuador, publicado en enero de 2011 por la Comisión de Transición hacia el Consejo de las Mujeres y la Igualdad de Género, refiere que “las parejas, exparejas y los familiares son responsables de aproximadamente el 76% de feminicidios”. La mayoría de casos se ha reportado en mujeres que fueron atacadas por sus convivientes. El documento añade que en un 33,9% de los 62 casos estudiados se utilizaron armas de fuego y en un 29%, armas blancas.

Según datos de la Fiscalía, entre 2012 y 2013 se registraron al rededor de 130 asesinatos de mujeres que podrían ser atribuidos a la violencia machista.

Ayer, Día Internacional de la Salud de la Mujer, el colectivo Justicia para Vanesa realizó la acción artística ‘Zapatos rojos’. Este acto simbólico y de protesta inició en julio de 2012 en Ciudad Juárez, donde decenas de zapatos rojos fueron colocados en la plaza de armas con el fin de denunciar la violencia contra la mujer. Elina Chauvet, quien encabezó la protesta, menciona que:

Es a través de la ética y la estética, a través de la ausencia y la visibilidad que los Zapatos Rojos nos muestran el vacío dejado por las hijas, hermanas, madres y esposas.

[…] Zapatos Rojos es un encuentro del arte y la memoria colectiva. Busca en su andar solidaridad entre los pueblos para con una ciudad donde el asesinato y desaparición de mujeres es un hecho cotidiano, también genera una reflexión en las ciudades y países donde se presenta ya que provoca hablar de un tema cada vez menos oculto como es la violencia en contra de las mujeres.

Según datos Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), 6 de cada 10 mujeres sufren violencia de género en el país.

Justicia para Vanesa

Ni una mujer menos

Mañana, viernes 30 de mayo, se dará sentencia al caso de feminicidio de Vanessa Landinez Ortega, asesinada a golpes el 19 de octubre del 2013 en un hotel de Ambato. ¿Cuánto tiempo más llevará darnos cuenta de que la violencia es inaceptable; que el patriarcado anula, asesina; que no podemos vivir con miedo; que la indiferencia nos vuelve igual de culpables?

Una vez me enseñaron que, como con las fotografías que quitamos de una pared, los vacíos que quedan resultan ser aún más significativos… Pasa eso con nosotras: si falta una, faltamos todas.

Y ahora que tu no estás, ¿qué nos queda?
¿Un montón de zapatitos rojos
con epitafios bajo las huellas?
Un archipiélago de dolores.
Una memoria avergonzada.
Esa memoria también perecible.

Debemos reconstruir el camino de la vida
recuperar ese cuerpo mío, tuyo
que ha sido territorio prometido,
conquistado
arrebatado durante tantos siglos.
Zapatos.
Solo zapatos.
Epitafios como huellas.

Andrea Torres Armas

opinión política

De momento, mi declaración política se resume en lo siguiente:

Yo quería un país pero heredé una hoguera. 

Una llama ―más  bien―  muriéndose despacio

un recuerdo de domingo a media tarde

de las hojas cayéndose,

como la multitud,

allá en el parque.

Quiero sumarme también a lo que dice Joaquín: «donde haya fuego, llevaré gasolina».

Andrea Torres Armas.

 

Ser Mujer

Presento mi publicación Ser Mujer, aparecida hoy 5 de marzo de 2012 en el Diario El Comercio. El texto tuvo modificaciones en la edición impresa, transcribo la versión original:

Ser Mujer Andrea Torres Armas

Andrea Torres Armas (Socióloga y escritora).

‘Hacerse una mujer’, ―dice una de las acepciones de la RAE―, es “llegar a ser madura y responsable de sus actos”.

Yo creo que ser mujer es ser a veces voz, a veces cuerpo. Saber exactamente quién eres aunque fallen las definiciones y los pronombres posesivos. Traspasar el género por construir la hybris.

Supongo que con cada paso podríamos repetir toda la historia humana, pero la cambiamos con cada respiración. Ser mujer es salir de la trampa de la imagen, de lo que se espera de nosotras, dejar de ser espejos. Si antes estaba mal que una mujer eligiera estudiar en vez de tener una familia, hoy es exactamente al revés. ¿Cuál es entonces la diferencia? ¿Qué nos define?: ¿Un trabajo nos define? ¿Lo hacen una cacerola, una cartera, un vestido o un maletín? ¿Una carrera? ¿Una palabra?

Ser mujer es una forma, ―muchas formas en realidad―, de vivir, de desear, de sentir, de proyectar futuro más allá de los roles que asumamos. Es saber que, bajo esta piel, soy ella y todas.

 

 

¡¡¡ Huele y sabe a SOPA!!!

Creo que en cosas como esta es más que necesario parecernos a Mafalda: ¡que la ley SOPA (Stop Online Piracy Act), nos de mucho asquito!

Y es que tanto se habla de propiedad intelectual, derechos de autor, marcas y demases en estos tiempos, que parece que cada vez va a resultar más difícil saber algo y compartir, o simplemente, que alguien sepa algo. ¿Dónde queda ahí la libertad de expresión, el uso «adecuado» de las NTIC’s, el derecho de saber y pensar?

¿2012, cambio de era? ¡Claro! Regreso al medioevo.

Al respecto, les recomiendo un artículo escrito por David Bravo de la Fundación Copy Left para la revista Orsai, se llama El botón que copia los tomates.

En este,  Bravo intenta explicar por qué considera que los titulares de una propiedad intelectual no tienen ya posibilidad alguna de exclusión de su uso con la llegada de las nuevas tecnologías y hace un repaso histórico del despilfarro que ha supuesto la inversión en costes de exclusión y propone buscar respuestas por otros caminos distintos a impedir el acceso libre a los bienes culturales.

Les dejo el inicio del artículo y una de las imágenes de Quino que representa claramente lo que a mí me produce esta ley SOPA.

Si algo ha demostrado la ineficacia de los intentos de exclusión pese a la enorme inversión económica realizada en sus costes durante la última década, es que resulta imposible evitar la libre circulación de obras intelectuales a través de Internet. Las nuevas tecnologías han convertido en una aspiración imposible todo intento por parte de la industria de decidir quién puede acceder a sus contenidos.

Enlazando con lo dicho por Javier Bardem (tras el rechazo en España de la ley Antidescargas), sobre la injusticia que supondría para quien cultiva y vende tomates que existiese una máquina que los copie, parece razonable aceptar dos premisas básicas.

La primera de ellas es que el invento es digno de fiesta, perspectiva no muy común entre quienes miden todo avance tecnológico en función de su impacto en el mercado y no en el del simple y llano beneficio social.

La segunda es que la sociedad, del mismo modo que necesita la máquina de copiar tomates, necesita a quienes los cultivan, por lo que, y derivado de su propio interés, habrá de remunerarse al agricultor para que siga trabajando y aporte lo que después se copiará.