La eisoptrofobia es el miedo a los espejos. Leer, escribir y pensar, como ver nuestro reflejo, son ejercicios de confrontación. Soy Andrea Torres Armas, lectora / escritora / experimento con el lenguaje y las formas. Este sitio es uno de mis múltiples reflejos.
La semana pasada, el 21 de febrero, se conmemoró el Día Internacional de la Lengua Materna. La Unesco instauró este recordatorio hace 17 años, en memoria de 2 estudiantes universitarios asesinados a manos de la Policía durante la marcha del Movimiento por la Lengua en Bangladesh (antes llamado Pakistán Oriental), en 1952.
El Movimiento por la Lengua Bengalí surgió por la búsqueda del reconocimiento de este idioma como lengua oficial de Pakistán. Este acto de intolerancia hacia una lengua distinta de la dominante (el urdu) fue tomado como punto de partida para un homenaje que pretende promover la diversidad lingüística y cultural.
“En un sistema que no permite la existencia de otros modos de vida, el ejercicio de las lenguas no hegemónicas se convierte, de un acto de dignidad y autonomía, en un acto político revolucionario”, dice Sol Aréchiga Mantilla, traductora y lingüista mexicana.
Lenguas en el mundo
De acuerdo con la vigésima edición de Ethnologue: Languages of the World del Instituto Lingüístico de Verano, actualmente se estima que alrededor del mundo se hablan 7.000 idiomas (a 2016 la publicación listaba 7.099). La mayor riqueza lingüística se concentra en Asia, con el 32 % de las lenguas del mundo; le sigue África con el 30 %; América, 19 %; Oceanía, 15 % y, finalmente, Europa que con 3 % es el continente con menos diversidad. Papúa Nueva Guinea, en Oceanía —con aproximadamente 3,9 millones de habitantes— cuenta con la mayor cantidad de idiomas diferentes: 830.
Se considera que para que una lengua pueda sobrevivir al paso del tiempo necesita una base de, al menos, 100.000 hablantes. En la actualidad solo 600 lenguas cumplen este requisito. De ellas, entre 150 y 200 tienen cerca de un millón de hablantes. De acuerdo con el portal Infobae los idiomas con el mayor número de hablantes nativos son el chino mandarín, lengua materna de más de 1.000 millones de personas; el indostánico, también conocido como hindustaní —que más que un idioma unificado es un conjunto de dialectos que se hablan en la India y parte de Asia (incluye al hindi y el urdu, idiomas oficiales de la India y Pakistán, respectivamente)—, con 570 millones de personas nativas; en tercer lugar se encuentra el español con 330 millones de hablantes nativos; sigue el inglés con 328 millones, y el árabe, lengua materna de 232 millones de personas.
Las lenguas como forma de comprender el entorno
En el país se encuentran 13 nacionalidades y 10 pueblos indígenas. Cada uno de ellos mantiene su lengua y cultura propias. Desde 2008, la Constitución reconoce al español como idioma oficial, al kichwa y al shuar como lenguas de comunicación intercultural y al resto de las lenguas de las nacionalidades indígenas como de uso oficial en cada una de sus jurisdicciones. La normativa promueve su uso y respeto.
Según Marleen Haboud, directora del proyecto Oralidad Modernidad de la PUCE, Ecuador es un país multiétnico, multilingüe y multicultural en el que existen al menos 10 lenguas indígenas aún vitales; es decir que cuentan con un número representativo de hablantes que las usan en diferentes espacios sociocomunicativos, pero todas enfrentan algún nivel de vulnerabilidad.
En la Costa se encuentran el tsa’fiki (de la nacionalidad Tsáchila), el cha’palaa (Chachi) y el awapit (Awá) de la familia lingüística Barbacoa; también está el sia pedee, de los Épera o Embera, pero es una lengua en riesgo. En la región andina predomina el uso del kichwa o runa shimi, de la familia macro-Quechua, que presenta variaciones dependiendo del pueblo en que se habla.
En la región amazónica se asientan lenguas de las familias lingüísticas más importantes de América del Sur; así, entre los idiomas de la familia Jivaroana están el shuar chicham, el achuar chicham y el shiwiar chicham, de las nacionalidades Achuar Shuar y Shiwiar, respectivamente. Las 2 primeras son vitales, mientras que el shiwiar tiene menor número de hablantes. Además, están representadas las familias Tucano occidental con el paikoka/baikoka de los Siona-Secoya; la familia Zaparoana con las lenguas zápara y andoa, esta última extinta. Las lenguas a’ingae (nacionalidad A’i Cofán) y waotededo (Waorani) no tienen filiación lingüística reconocida.
Mapa de lenguas indígenas del Ecuador
“La lengua es, sobre todo, una forma de ver y comprender el mundo”, dice Oswaldo Encalada Vásquez, filólogo y docente. Es a través del dominio de la lengua materna que se adquieren las habilidades básicas de lectura, escritura y aritmética, pero además, las minoritarias e indígenas transmiten culturas, valores y conocimientos tradicionales únicos y desempeñan un papel importante en la promoción de los futuros sostenibles. Por ello es que se busca su inclusión en entornos digitales y el mundo de internet.
La preservación de la lengua materna es esencial para garantizar que todas las poblaciones logren un acceso real a una educación de calidad. Distintos organismos internacionales buscan concienciar a la población sobre la eliminación de las diferencias lingüísticas que solo generan límites para las poblaciones minoritarias.
Jhony Calazacón, tsáchila, dice: “Miranun fi’ki piyapulenan junte jera inojoe miranun, juntechi kiran tsajoe yape in miranunka panshi tu’chun” (La desaparición de una lengua implica una pérdida importantísima e irrecuperable de conocimientos. Cada lengua es un inventario del mundo). “Nukanchik shimi chinkarikpika ñukanchikpish chinkarishunmi”, dice Rosa Guamán, kichwa del Cañar; es decir: “si desaparece la lengua, desaparecemos también nosotros”.
Datos
Los 10 idiomas más hablados en el mundo son: el chino mandarín, el indostánico, el español, el inglés, el árabe, el portugués, el bengalí, el ruso, el japonés y el panyabí.
En el internet los idiomas más utilizados son el inglés, el chino, el español, el árabe, el portugués, el japonés, el ruso, el alemán, el francés y el malayo.
Hay 3 lenguas en el mundo registradas con un solo hablante: el taushiro, de la etnia Pinchi del Perú; el kaixana, del pueblo homónimo del Brasil y el tanema, de la isla Vanikoro en islas Salomón.
Para que una lengua se considere vital no solo es necesario que cuente con un gran número de hablantes, sino que esta se utilice en el mayor número de espacios sociocomunicativos.
En Ecuador la lengua con más vitalidad es el kichwa que tiene presencia en las 4 regiones.
Este texto fue originalmente publicado en la Revista Máquina combinatoria / Ensayo, vol. 1, n.º 6. Propone una aproximación a La invención de Morel desde el punto de vista filosófico. Un cruce ente Nietzsche y Bioy Casares dese el «eterno retorno».
Portada de la primera edición, de Norah Borges
Publicada en 1940 por el escritor argentino Adolfo Bioy Casares, pertenece al género de la ciencia-ficción y combina una serie de elementos de lo fantástico, la novela psicológica, de aventuras y policiaca. Jorge Luis Borges, quien prologara la obra, dice que no exagera al calificarla de perfecta.
El texto se estructura en cuarenta y tres apartados y está redactado a la manera de entradas en un diario (una suerte de prótesis de la memoria, en términos borgianos). Hay una narración en primera persona interpolada con discursos directos e indirectos libres. El lenguaje es erudito y recurre al uso de citas en otros idiomas, el francés principalmente; usa referencias a autores como Thomas Malthus o Cicerón, juega también con referencias a pie de página que funcionan como microficciones o incluso como dispositivos metanarrativos. Cabe anotar que la narración sucede in medias res.
El argumento de la obra es el siguiente:
Un escritor venezolano fugitivo[1], sentenciado injustamente –según él– a cadena perpetua, se refugia en una isla desierta de la que tiene conocimiento gracias a Dalmacio Ombrellieri, comerciante de alfombras. En esta isla, ubicada probablemente en el Pacífico sur, escribe un diario en el que relata los sucesos que ocurren en la novela. De la isla sabemos que en ella «no se vive»[2]; que incluso los piratas la evitan, pues además de su naturaleza inhóspita, pesa sobre ella una enfermedad misteriosa «que mata de afuera para adentro»[3]. En la isla hay tres construcciones: un museo –que sirve como habitáculo y en cuyo sótano hay una planta de energía–, una iglesia y una piscina.
Cierto día, el fugitivo descubre la presencia de un grupo de turistas y decide replegarse hacia la zona de los pantanos por temor a ser entregado a las autoridades. Entre los turistas hay una mujer que contempla los atardeceres cerca de las rocas. Aparece primero su imagen y luego el nombre: Faustine, de quien se obsesiona. Por un tiempo la acecha y luego decide acercársele, pero ella lo ignora. Junto con Faustine aparece un hombre de barba, vestido de tenista, Morel, quien tampoco parece advertir la presencia del fugitivo. El protagonista se inquieta y busca conocer quiénes son esas personas que aparecen en el museo cuando sube la marea y viven allí una semana, para desaparecer después con la bajada de las aguas. El protagonista intuye que la isla alberga un secreto y se impone la tarea de desvelarlo. Una tarde, durante una puesta de sol observa una anomalía: hay dos soles que se ponen y dos las lunas que aparecen. Otra tarde advierte que Faustine y Morel repiten una misma escena; luego cae en cuenta de otro elemento que le causa inquietud: cada tanto, un fonógrafo repite Valencia y Té para dos.
Intrigado por la ausencia de los turistas se decide a investigar y halla, para su sorpresa, que no hay evidencia de que allí, en el museo, hubiesen estado otras personas. Cree por un momento que su alimentación a base de raíces le ha producido alucinaciones, pero esa misma noche las personas reaparecen de la nada y empieza, por medio de las conversaciones, a informarse de lo que sucede.
«Había resuelto no decirles nada –dice Morel en una reunión a la que ha convocado–. Pero, como son amigos, tienen derecho a saber […] Mi abuso consiste en haberlos fotografiado sin autorización. Es claro que no es una fotografía como todas; es mi último invento. Nosotros viviremos en esa fotografía, siempre. Imagínense un escenario en que se representa completamente nuestra vida en estos siete días. Nosotros representamos. Todos nuestros actos han quedado grabados»[4].
He aquí la invención de Morel: se trata de una máquina que reproduce, como en un loop ad infinitum, las imágenes que ha capturado como si fuesen reales, tanto que el mismo fugitivo no ha podido distinguir las verdaderas de las falsas.
Morel informa a sus compañeros sobre los detalles de la creación. Sobre esto, el prófugo se pregunta sobre los efectos del invento. Baja al sótano donde está la usina y halla la máquina a la que él mismo se expone por equivocación, es ahí cuando descubre que la enfermedad que pesa sobre la isla ahora pesa sobre él.
***
«Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro»
La primera oración de esta novela nos da una de las claves para abordarla: «Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro»[5]. De esta frase podemos colegir tres elementos: el hoy nos habla del tiempo; la isla nos sitúa en el espacio; y, finalmente, el milagro nos introduce en la dimensión metafísica. No podemos entender nada fuera del tiempo y del espacio. Sobre el tiempo, hay varias nociones que se manifiestan en la obra:
La idea de transcurso es distinta mientras el fugitivo se encuentra solo. El tiempo que ha transcurrido en la isla, o desde que empieza a llevar un registro de su llegada, no se puede determinar con facilidad; no es sino hasta cuando descubre al grupo de turistas que la idea de la duración puede advertirse, algo que luego se confirma en tanto repetición –inicialmente del encuentro entre Faustine y Morel, cuando hay una especie dedéjà-vu, y que luego se confirma con la repetición de Valenciay Té para dos–.
La repetición –ligada al eterno retorno–, se convierte entonces en el eje articulador de la trama: la invención de Morel consiste en repetir una serie de acontecimientos registrados fotográficamente en el transcurso de una semana, el mecanismo se activa dependiendo de la fluctuación de las mareas. Morel ha diseñado su máquina a fin de eternizar su existencia [«Nótese que, por esta vez, no cabe exageración en la palabra eternizar»[6], dirá el este personaje barbudo en una conversación con sus compañeros], pero, sobre todo, la de Faustine, lo que se podría interpretar como la fórmula amor fati de Nietzsche, es decir, querer el círculo del eterno retorno: «lo que quieras, quiérelo de manera tal que también quieras el eterno retorno»[7]. Esta sentencia se convierte en un dispositivo ético: un campo de fuerzas. Tanto el fugitivo como Morel condensan en Faustine un sentimiento tan intenso que los impulsa a vivir y, en el caso del Morel, a revivir.
Ahora bien, por oposición, ligada a la idea de la eternidad aparece la noción del instante, así: «La eternidad rotativa puede parecer atroz al espectador; es satisfactoria para sus individuos»[8] –refiere Morel a sus compañeros–, pero enseguida los introduce en una reflexión sobre el instante: «Acostumbrado a ver una vida que se repite, encuentro la mía irreparablemente casual […] yo no tengo próxima vez, cada momento es único, distinto […] Es cierto que para las imágenes tampoco hay próxima vez (todas son iguales a la primera)»[9].
Para explicar una inconsistencia en el planteamiento del autor hay que retroceder un poco en la novela: la primera vez que el fugitivo advierte la repetición de acontecimientos sucedidos ochos días atrás, piensa: «el atroz eterno retorno»[10]. Analizando estas dos citas, la una que habla del instante único y la otra que habla sobre ese atroz eterno retorno, vemos que Bioy Casares ha incurrido en un error, puesto que considera eterno retorno, a la vuelta de lo mismo –la imagen que se repite– cuando en realidad debiera hacerlo en términos del retorno de lo distinto –justamente en la especificidad del instante–. Respecto de este mismo tema se encuentra otra cita: «—Ya nunca podría creerle. Nunca. / —La influencia del porvenir sobre el pasado —dijo Morel— con entusiasmo y voz muy baja»[11]. Queda manifiesta la noción de simultaneidad en la que coexisten pasado, presente y futuro; el instante es flujo, multiplicidad, contiene en sí la diferencia.
Pasaremos por alto el segundo elemento que se desprende de la primera línea del texto, el espacio, para introducirnos en la dimensión metafísica que se manifiesta en varios elementos; el primero de ellos ligado directamente con el idealismo platónico.
Sobre Platón vamos a encontrar una referencia directa a partir de la siguiente cita: «Tengo un dato, que puede servir a los lectores de este informe para conocer la fecha de la segunda aparición de los intrusos: las dos lunas y los soles se vieron al día siguiente»[12]. Con este párrafo se introduce una referencia a Cicerón, quien habría hablado de esta visión de los dos soles. La alusión a Cicerón –en un ejercicio de metatextualidad– nos conduce a un supuesto error de traducción detectado por el editor que explica que se ha omitido la palabra más importante: «geminato (de geminatus, geminado, duplicado, repetido, reiterado)»[13]. Esta es la clave para introducirse en dos aristas de lo mismo: el tema del doble –que nos remite al mundo de las ideas (lo verdadero) y a unas ‘copias’, que es son el mundo al que podemos acceder–; y la inmortalidad que nos pone frente a la dicotomía alma-cuerpo y a ser y devenir.
El artefacto de Morel, en cuanto reproduce copias, trae a colación el tema de la consciencia/alma en oposición al cuerpo. El inventor menciona que, tras varios experimentos, ha dado con reproducciones de personas tan vívidas que nadie podría distinguirlas de las personas vivas. Así:
Si acordamos la consciencia, y todo lo que nos distingue de los objetos, a las personas que nos rodean, no podremos negárselos a las creadas por mis aparatos, con ningún argumento válido y exclusivo.
Congregados los sentidos, surge el alma.
[…] Y ustedes mismos, cuántas veces habrán interrogado el destino de los hombres, habrán movido las viejas preguntas: ¿Adónde vamos? ¿En dónde yacemos, como en un disco músicas inaudibles hasta que Dios nos manda nacer? ¿No perciben un paralelismo entre los destinos de los hombres y de las imágenes?
La hipótesis de que las imágenes tengan alma parece confirmada por los efectos de mi máquina sobre las personas, los animales y los vegetales emisores[14].
Sin embargo, las imágenes no viven; de hecho, se plantea: «La vida será, pues, un depósito de la muerte»[15], la imagen «conocerá todo lo que ha sentido o pensado, o las combinaciones ulteriores de lo que ha sentido o pensado»[16]. Ahora, si la imagen tuviera consciencia, habría una posibilidad del eterno retorno. Estela Beatriz Barrenechea[17] presenta una lectura de Nietzsche que nos permite una aproximación: el «Dios ha muerto» nos abre la posibilidad de la eternidad. Sin un Dios que dé cuenta de la identidad del yo –dice Barrenechea– no hay garantía, ni fundamentos, ni sujeto estático de conocimiento, yo no soy el mismo yo de un momento a otro.
En el eterno devenir que plantea la máquina de Morel, en la reproducción de la imagen, es cuando el yo, en un instante fugaz, vive la experiencia del eterno retorno. Entonces, «dejo de ser yo mismo (hic et nunc) y soy susceptible de devenir innumerables otros, hasta que caigo nuevamente en el olvido». Esta experiencia del yo se conecta con la memoria, con esa suspensión que parecen sufrir las imágenes que repiten incesantemente una misma semana. «Si mi conciencia actual es el olvido que oculta el eterno devenir y absorbe todas las identidades en el yo, la memoria por el contrario se da en el instante de mi renuncia a mi yo actual», es ahí, entonces, «en el olvido del eterno retorno donde reside su verdad»
Deleuze, Gilles. «Segundo aspecto del eterno retorno: como pensamiento ético y selectivo». Nietzsche y la filosofía. Traducción de Carmen Artal. Barcelona: Editorial Anagrama, 6.ª edición. Versión pdf.
Notas
[1] Narrador en primera persona cuyo nombre no se da a conocer.
[2] Adolfo Bioy Casares, La invención de Morel (Alianza editorial: Madrid, 2012), 10.
[7] Gilles Deleuze, «Segundo aspecto del eterno retorno: como pensamiento ético y selectivo», Nietzsche y la filosofía, traducción de Carmen Artal (Barcelona: Editorial Anagrama, 6.ª edición), 39, versión pdf.
En los últimos años hemos presenciado infinidad de debates (aunque aún no los suficientes) respecto al uso del lenguaje inclusivo frente al masculino genérico. Las posturas han sido diversas y se han centrado, desde el lado de los especialistas en cuestiones de la lengua, filólogos y académicos en su mayoría, en una defensa de la norma. El lenguaje no es sexista —se dice—, sino su uso. Se nos recuerda no confundir invisibilidad femenina con el predominio del masculino en el género gramatical. También hay una facción que nos dice cada tanto que verdaderamente inclusivo es aprender lenguaje de señas y no eso de protestar por si se puede o no flexionar en femenino determinadas profesiones.
Frente al uso del masculino genérico tengo dos posturas: por un lado, como correctora de textos tiendo a defender la norma y a buscar claridad, concisión y economía del lenguaje; en consecuencia, el exceso de desdoblamientos me parece un horror porque oscurece el texto y complica las concordancias, las equis y las arrobas que reemplazan los marcadores de género son impronunciables y funcionan solo en el papel, el ‘todes’ me recuerda al juego de «le mer estebe serene…», entonces no lo puedo utilizar con seriedad. Mi otra postura, sin embargo, es más radical que la defensa de la norma: considero que la lengua es un sistema dinámico y, por lo tanto, es susceptible de ser modificado, lo que incluye la incorporación de neologismos y la variación debido a interferencias lingüísticas por contacto. Creo, además, que hay elementos extralingüísticos que determinan nuestro uso de la lengua, y, sobre todo, creo que la lengua le pertenece a la comunidad de hablantes y no a las academias, aunque esto ya se ha dicho. La realidad sobrepasa las prescripciones normativistas.
En agosto de 2017,María del Pilar Cobo, lexicógrafa y correctora de textos, nos invitaba a pensar en glotopolítica: aquella dimensión que, de acuerdo con los ‘inventores’ del término (Marcellesi y Guespin, 1986), «es necesaria para englobar todos los hechos del lenguaje donde la acción de la sociedad reviste la forma de lo político». Si bien este concepto nos puede servir para hablar particularmente de lengua y territorio, minorías lingüísticas y hegemonía, también es útil para pensar nuestro uso de la lengua con respecto a la mujer.
Flexionemos en femenino si eso ayuda a visibilizar a las mujeres en la historia, usemos el ‘todes’ si con eso desplazamos en algo el reduccionista binarismo de género —gramatical y también biológico—, resemanticemos términos, eliminemos usos y prácticas machistas de nuestro vocabulario, divirtámonos un poco pensando en los sentidos que le damos a lo que escribimos. Escuchemos a Rita Segato y seamos un poquito más desobedientes.
En uno de sus artículos, mi muy admirado Alex Grijelmo nos decía: «La lengua no es la realidad, sino una representación de la realidad». Por el contrario, creo que debemos recordar que el lenguaje no solo representa, sino que también genera mundo, así que, conscientes de la dimensión política de la lengua, militemos también con la palabra hasta cambiar el mundo. Nombrarnos da cuenta de nuestra existencia.
En enero de 2018 tuve el enorme placer de presentar, junto con Francisco Santana, el libro Resplandordel queridoIgor Icaza, uno de los íconos del rock en Ecuador. Acabo de rescatar el texto que escribí para aquella noche:
Este libro-objeto —que es a la vez testimonio y concreción física de un recorrido vivencial y musical— recopila cuarenta y ocho letras de canciones publicadas en el transcurso de los veintiocho años que, hasta el momento, abarca la carrera musical de Igor. Leer estas letras es acompañar un recorrido por los afectos, los desencuentros, las disidencias, los repensares y las fragmentaciones por y desde la música. Es aproximarse, desde otro soporte, a la experiencia sonora de bandas como Obertura, Ente, Sal y Mileto, Funda Mental y al mismo Igor Icaza, en solitario, que nos presenta además de esta compilación, once textos inéditos.
«Somos la memoria», nos dice Igor antes de empezar el recorrido, y nos recuerda algo que a menudo olvidamos: hay que respetar la forma en que organizamos nuestra mente en determinadas épocas; el devenir se encarga de mostrarnos las otras perspectivas y nos presenta, frente a ese yo —yo soy muchedumbre, diría Igor— que se transforma incesantemente, como una imagen pasada por un caleidoscopio.
A estas letras acompañan breves ensayos de autores como Cristina Burneo, María Auxiliadora Balladares, Hernán Guerrero, Javier Calvopiña, Edgar Castellanos, entre otros. El texto de Javier, Hemiplejía y trascendencia, sobre Ente, nos descubre el universo filosófico que yace en el nombre de la agrupación: «Ente sugiere una existencia que no es necesariamente material» y, a partir de esta inmaterialidad, la música, el rock vívido se propone como renuncia y como crítica.
Las letras, como será una constante a lo largo de la compilación, no solo enuncian sino que también denuncian. Nos exponen como seres enajenados, pero con un atisbo de luz, como seres que buscan. Letras como las de ‘El descenso’, ‘Expiación’ o ‘Ábside’, nos remiten a la experiencia poética, aquella que pasa desde el descenso de Dante al inframundo, hasta la Anábasis de Sait-John Perse que es, a fin de cuentas, una indagación en la médula de la naturaleza humana. También nos encontramos con vivencias mucho más mundanas: con ‘San Kamilo’, las cornadas; con ‘Alcantarilla’ vienen los olores de ese Quito de noche y esos que somos en la oscuridad. En estas líricas hay una búsqueda permanente de imágenes con las que todos nos identificamos. También una multiplicidad de voces, tonos y sujetos interpelados.
Al final del libro hallaremos un ‘Anekdotarium’ escrito, pero también uno visual condensado en varias postales y, finalmente, un disco que recoge doce temas que son a la vez testimonio y legado de la música en Ecuador.
Las letras nos invitan a pensar en un sinnúmero de temas, aquí algunas sugerencias:
La luz al final del túnel en ‘Resplandor’ (Sal y Mileto).
La idea del eterno retorno en ‘Círculo’ (Funda Mental).
Juego de oxímoron en ‘En busca del switch’ (Igor Icaza, trabajo en solitario)
La influencia de Altazor, de Huidobro, y lo dialogal en ‘Tierra’.
El tono sosegado frente a la idea de la muerte en ‘Abrigué la idea’.
Los juegos ortográficos en la época de Sal y Mileto que nos hablan de la alteración de la ortografía como un campo de acción semántico.
La literatura y los viajes se parecen: son experiencias de lo desconocido. Cees Noteboom
Creo que las mejores cosas de mi vida han pasado viajando: conocer amigos, transitar espacios, enamorarme en el Perú de un hombre que catorce años después sigue preparando mochilas o cajas si decidimos cambiar de aires. Pasajera en trance, de Charly García, es uno de mis temas favoritos de toda la vida y tengo que admitir que quería ser esa mujer de la que habla la canción. Me vuelve loca el olor de una cafetería cerca de una tienda de perfumes, me huele a aeropuerto y esa sensación me hace feliz. Me encanta ese vacío en el estómago que se produce cuando el avión está despegando. Prefiero viajar ligera, con mochila, de preferencia. De niña me soñaba a menudo siendo viajera, no turista, y viviendo de lo que escribiera sobre esa experiencia.
Esta vez, si no hubiese tenido que mover toda la casa hubiera empacado a lo Chejov: un par de botas y unas cuantas libretas de notas, pero la cosa era un poco más compleja. ¡Qué cantidad de cosas puede la gente acumular en una casa! Recuerdos, principalmente. Este abril se cumple un año desde que mi familia humano-perruna y yo nos mudamos a Guayaquil. Fue una decisión adulta y bien pensada, además, con todas las circunstancias confluyendo a nuestro a favor para irnos. Tobi, mi marido, quería salir de Quito y su toxicidad y yo quería volver a la universidad para estudiar literatura —si era gratis, mejor—. Él viajó un mes antes que yo por requerimientos de su nuevo trabajo y para buscar un departamento, yo me quedé en Quito a cargo de la mudanza y haciendo trámites para ver si podía mantener mi trabajo desde allá. Esto segundo no funcionó.
La mudanza en sí misma implicó un rotundo movimiento emocional. Yo, que me pensaba poco materialista, encontré dificilísimo desprenderme de algunas cosas: esos pinceles no porque me los compré en un pulguero en Buenos Aires; tampoco esa figura que traje de México; eso no porque me lo dio mi mamá. Aun así, emocionada por el viaje, empaqué la mar de contenta por semanas, pero no fue sino hasta el jueves en la tarde, en vísperas de que el camión de la mudanza llegara, cuando un comprador se llevó el piano de la sala, que me di cuenta de que estaba dejando el refugio que me había construido a 3.078 m s. n. m. Mientras la puerta del parqueadero se cerraba, todo a mi alrededor se ponía como en fadeout y yo me eché a llorar. Por un momento no quise irme, me anulé. ¿Qué carajos estaba haciendo! En Quito tenía —como decía mi abuela— cama, dama y chocolate. En Guayaquil no tenía nada: ni amigos ni casa ni trabajo. ¿Futuro?
Venir a Guayaquil ha supuesto mucho más que el obvio desplazamiento físico, ha sido el inicio de un remezón emocional e intelectual. Francesco Careri postulaba en su libro Walkscapes el andar como práctica estética. El andar, dice, es un acto creativo y cognitivo capaz de transformar simbólica y físicamente tanto el espacio natural como el antrópico. El desplazamiento-tipo-mudanza, en consecuencia, es no solo un suceso existencial, sino también uno estético porque te permite pasar de un espacio topológico a otro y modificar ese espacio e incluso las poéticas de vida. Bajar al nivel del mar me ha permitido hacer un recorrido de la voz al cuerpo y del cuerpo a mí. Recuperarme.
Por muchos años me dediqué a corregir lo que otros escriben y a redactar textos esporádicamente. Por primera vez en un trabajo académico, medio crónica medio ensayo —una revisión sobre la curaduría de un museo que explora la ausencia de mujeres tanto en las representaciones como en la autoría—, me permití escribir un muy consciente «desde donde me enuncio» y anotar: «Asumo mi sesgo antrópico. Soy una mujer que escribe sobre mujeres que no aparecen, busco para no encontrarlas. Me pregunto lo mismo que Alice Rossi en 1965: ¿por qué tan pocas?». Sí, ya sé que enunciarse no debiera ser una novedad, pero mi antigua formación en sociología me había llenado la cabeza de una búsqueda —pretenciosa y falsa a más no poder— de una supuesta imparcialidad ligada indisolublemente a una escritura en tercera persona, un otro que no soy yo.
Habitar en el puerto me devolvió a mí. Acá soy esta: una deriva de páramo que contempla el río. Dialéctica. Heráclito no se dio cuenta de que no solo cambia el agua; cuando observo al Guayas, la que ha mudado, indefectiblemente, soy yo. Escribo, busco, me pienso en movimiento. Río y soy feliz. La mudanza es una expresión continua de mi existencia.
Este texto fue originalmente publicado en la revista digital La Zoila, el 19 de abril de 2018.
Autor: Andrea Torres Armas Realización: Turbina helicoidal, laboratorio experimental (Andrea Torres Armas y Tobi Mena)
Bailarines: Rita Rodríguez y Cristian Zárate Música incidental: «GyeCityada», de Tobi Mena Duración: 12 minutos Edición: Michelle Ortiz Año: 2018
Sinopsis: Tomando como base la obra Conjugar, del Proyecto Escena, e inspirada en la novela Ciudad sitiada, de Clarice Lispector, este videoarte es una exploración del encuentro sensible entre las poéticas del cuerpo y la ciudad. El nombre es un guiño al estado de sitio y a una ciudad, como Guayaquil, amurallada. Los tres momentos en que se estructura la obra son, a la manera del Ulises de Joyce, fragmentos de un solo día. Los movimientos y las tensiones cambian, no solo importa hacia dónde vamos, sino qué parte del cuerpo se desplaza primero y con qué ritmo e intensidad.
«Mapa de vitalidad de las lenguas del Ecuador», elaborado por KAL (Karlos Almeida, El Telégrafo, 2017). Fuente: Proyecto Oralidad Modernidad, Ethnologue: Languages of the World y Atlas de las lenguas del mundo en peligro.
«Boto tededo impa boto kewemamo». Esta frase en waotededo —idioma de la nacionalidad Waorani (Ecuador)—, justifica a la perfección la existencia de un día internacional dedicado a las lenguas nativas: «mi lengua es mi vida/mundo».
En 1952, dos estudiantes universitarios de Bangladesh (antiguo Pakistán Oriental), murieron a manos de la Policía durante la marcha del Movimiento por la Lengua Bengalí, que buscaba el reconocimiento de este idioma como lengua oficial de la nación. Este acto de intolerancia hacia una lengua distinta de la dominante (el urdu) fue tomado como punto de partida para un homenaje que pretende promover la diversidad lingüística y cultural. En su honor, hace diecisiete años, la Unesco declaró al 21 de febrero como Día Internacional de la Lengua Materna.
«En un sistema que no permite la existencia de otros modos de vida, el ejercicio de las lenguas no hegemónicas se convierte, de un acto de dignidad y autonomía, en un acto político revolucionario”, dice Sol Aréchiga Mantilla, traductora y lingüista mexicana.
Lenguas en el mundo
De acuerdo con la vigésima edición de Ethnologue: Languages of the World del Instituto Lingüístico de Verano, se estima que alrededor del mundo se hablan 7.000 idiomas (a 2016 la publicación listaba 7.099). La mayor riqueza lingüística se concentra en Asia, con el 32% de las lenguas del mundo; le sigue África con el 30%; América, 19%; Oceanía, 15% y, finalmente, Europa, que con 3% es el continente con menos diversidad. Papúa Nueva Guinea, en Oceanía —con aproximadamente 3,9 millones de habitantes— cuenta con la mayor cantidad de idiomas diferentes: 830.
Se considera que para que una lengua sobreviva al paso del tiempo necesita una base de, al menos, 100.000 hablantes. En la actualidad solo 600 cumplen este requisito. De ellas, entre 150 y 200 tienen cerca de un millón de hablantes. De acuerdo con Infobae los idiomas con el mayor número de hablantes nativos son el chino mandarín, lengua materna de más de mil millones de personas; el indostánico o hindustaní —que más que un idioma unificado es un conjunto de dialectos que se hablan en India y parte de Asia (incluye al hindi y el urdu, idiomas oficiales de la India y Pakistán, respectivamente)—, con 570 millones de personas; en tercer lugar se encuentra el español con 330 millones de hablantes; sigue el inglés con 328 millones, y el árabe, lengua materna de 232 millones de personas.
Patrimonio en riesgo
En el país se encuentran trece nacionalidades y diez pueblos indígenas; cada uno de ellos mantiene su propia lengua y cultura. Desde 2008, la Constitución reconoce al español como idioma oficial, al kichwa y al shuar como lenguas de comunicación intercultural y al resto de las lenguas de las nacionalidades indígenas como de uso oficial en cada una de sus jurisdicciones. Según Marleen Haboud, directora del proyecto Oralidad Modernidad de la PUCE, en el Ecuador —país multiétnico, multilingüe y multicultural— existen al menos diez lenguas indígenas aún vitales; es decir que cuentan con un número representativo de hablantes que las usan en diferentes espacios sociocomunicativos, pero todas enfrentan algún nivel de vulnerabilidad.
En el país están representadas algunas de las familias lingüísticas más importantes de Sudamérica. En la Costa se encuentran el tsa’fiki (de la nacionalidad Tsáchila), el cha’palaa (Chachi) y el awapit (Awá) de la familia lingüística Barbacoa; también está el sia pedee, de los Épera o Embera, pero es una lengua en grave riesgo. En la región andina predomina el uso del kichwa o runa shimi, de la familia macroquechua, que presenta variaciones dependiendo del pueblo en que se habla. En la Amazonía, entre los idiomas de la familia Jivaroana están el shuar chicham, el achuar chicham y el shiwiar chicham, de las nacionalidades Achuar Shuar y Shiwiar, respectivamente. Además están representadas las familias Tucano occidental con el paikoka/baikoka de los Siona-Secoya; la familia Zaparoana con las lenguas zápara y andoa, esta última extinta. Las lenguas a’ingae (nacionalidad A’i Cofán) y waotededo (Waorani) no tienen filiación lingüística reconocida.
«La lengua es, sobre todo, una forma de ver y comprender el mundo”, dice Oswaldo Encalada Vásquez, filólogo y docente. Es a través del dominio de la lengua materna que se adquieren las habilidades básicas de lectura, escritura y aritmética, pero además, los idiomas minoritarios e indígenas transmiten culturas, valores y conocimientos tradicionales únicos y desempeñan un papel importante en la promoción de los futuros sostenibles. La preservación de las lenguas maternas es esencial para garantizar que todas las poblaciones logren un acceso real a una educación de calidad. Es por ello que distintos organismos internacionales buscan concienciar a la población sobre la eliminación de las diferencias lingüísticas que solo generan límites para las poblaciones minorizadas.
Jhonny Calazacón, hablante nativo de tsa’fiki, dice: «Miranun fi’ki piyapulenan junte jera inojoe miranun, juntechi kiran tsajoe yape in miranunka panshi tu’chun» (La desaparición de una lengua implica una pérdida importantísima e irrecuperable de conocimientos. Cada lengua es un inventario del mundo). Huajarai Penti, de la nacionalidad Shuar agrega: «Ii chichamrí amenkaskarkias, menkakamniaitjí, tura ikia, ii nunken tura chichamen, menkakarminiaití». (Si olvidamos nuestra lengua estaremos perdidos. Nos convertiremos en unos pobres individuos sin tierra y sin voz). «Nukanchik shimi chinkarikpika ñukanchikpish chinkarishunmi», dice Rosa Guamán, kichwa del Cañar; es decir: «si desaparece la lengua, desaparecemos también nosotros». Es nuestra responsabilidad que esto no suceda.
NOTA: Las citas en waotededo, tsa’fiki, shuar chicham y kichwa fueron documentadas por el Proyecto Oralidad Modernidad.
Este texto se publicó originalmente en el n.° 279 del suplemento cultural cartóNPiedra, del 5 de marzo de 2017.
Nosconocimosantes del diluvio
pero no pudimos alcanzar el arca.
—Camina conmigo —sugerí—
y nunca más volviste a soltarme la pata.
Hubiese sido más romántico
morir de mutuo ahogo
con las lenguas del otro atravesadas en la garganta,
que ser esa especie extinta de los relatos bíblicos
por no escuchar la alarma.
La historia de la música se construye con pequeños fragmentos: con narraciones, sonidos y silencios que se van ensamblando de a poquito, como si fuesen teselas de un gran mosaico. La música nos permite comprender al universo como si lo viéramos a través de un tomoscopio: nos presenta una infinidad de visiones de la realidad, pero sin desprenderse del entorno; aquello que apreciamos está condicionado por el contexto cultural desde el que lo percibimos. El rock y la poesía, el tema que nos atañe, son dos de aquellos espejos dentro del tomoscopio en que el arte se constituye.
Ciertamente la pregunta: «¿Existe relación entre música y poesía?» ha sido respondida innumerables veces, ¿pero qué hay de la relación rock/poesía? La respuesta pasa por cuestiones como que Robert Allen Zimmerman, el genial Bob Dylan, tomara su nombre del poeta Dylan Thomas; o que cuando escuchamos algunas canciones emblemáticas del rock nos referimos a ellas como «verdaderos poemas»; que Morrissey, el exlíder de los ingleses The Smiths abriera su concierto en Quito con poesía de Anne Sexton, o que incluso Spotify ponga a nuestra disposición The writers playlist(en la que encontramos temas como ‘Walt Whitman’s niece’, ‘The Joy of D. H. Lawrence’ o ‘Dear Seamus Heaney’ entre otras joyas). Esta vez abordamos esa relación música/poesía desde otra perspectiva —usualmente bidireccional— para enfocarnos no en cómo la música se proyecta en la poesía, sino en cómo la poesía ha influido directamente en el rock.
De los inicios, la psicodelia y en inglés
Tomaremos como punto de partida la década de los sesenta, una vez superados los inicios del género, cuando el rock and roll empieza a desligarse de los moldes del country, del blues, del swing y el góspel, para pasar a una etapa más underground, con la radicalización de la escena estadounidense en contra de la guerra de Vietnam, en que los versos se tornan más combativos, con ribetes sociales y de denuncia y empieza a convertirse en un ente autónomo, que va de la mano, por qué no decirlo, de la experimentación con las drogas y las percepciones extrasensoriales.
El blog español El batiscafo rojo cuenta que uno de los pioneros en la adaptación del poema social fue el grupo estadounidense The Byrds, que incluyó en su primer LP (1965) el tema ‘The Bells of Rhymney’ del galés Idris Davies, y más tarde, en su disco Fifth Dimension registra una versión de ‘Wild Mountain Thyme’, una balada folk inspirada en un poema de Robert Tannahill, poeta escocés de finales del XVIII y principios del XIX (yo prefiero la nueva versión de Ed Sheeran). Por otra parte, y también en 1965, Phil Ochs (uno de los folk singers que más incursiones hizo en el rock, junto con Dylan) adaptó el largo poema narrativo ‘The Highway Man’, del británico Alfred Noyes, en su segundo disco, I Ain’t Marching Anymore. Leonard Cohen, a su vez, musicalizó en 1988 al García Lorca más surrealista, al de Poeta en Nueva York, en su ‘Take This Waltz’ (del álbum I’m Your Man) cuya letra es la traducción del ‘Pequeño vals vienés’ del poeta granadino. Lorca será un referente para muchos otros como Tim Buckley, que en 1970 tituló uno de sus LP como Lorca, en honor al poeta. En este disco, Buckley, asistido por grandes músicos y un montón de substancias psicotrópicas, intentó traducir la angustia, el desconcierto y la locura del Lorca vanguardista. A diferencia de Cohen, Buckley, que trabajó sus letras originales, no musicalizó, sino que convirtió a sus canciones en «artefactos poéticos»¹ per se.
En la época de la psicodelia, al final de los sesenta, hay un punto de partida en la experimentación en el rock: los músicos se lanzan a buscar referentes en la literatura. Tal es el caso de uno de los temas más emblemáticos del rock ácido, el ‘White Rabbit’ de Jefferson Airplane, que, si bien no se basa en un poema, echa mano de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll. De la misma época podríamos mencionar al líder de los primigenios Pink Floyd, Syd Barrett, figura que con ‘Lucifer Sam’, tema dedicado al gato, en el LP The Piper At The Gates of Dawn alude al poema ‘Le chat’ incluido en Las flores del mal de Baudelaire. Barrett destaca por su gran capacidad de componer rimas absurdas, emparentadas con las nursery rhymes inglesas y las fatrasies francesas en temas como ‘Bike’ o ‘Rats’. Como se mencionó, en esta época se intenta ya adaptar materiales literarios a la música recreando la atmósfera particular de la obra literaria. Un ejemplo singular constituye H. P. Lovecraft, combo psicodélico neoyorquino que toma prestado el nombre del gran creador del cuento materialista de terror y autor del enigmático poema ‘Nathicana’; pero más singular aún es el caso de la banda The Doors, con Jim Morrison a la cabeza, que se constituye en una de las agrupaciones de rock con más conexiones literarias.
Empecemos con el nombre: «Las puertas» (originalmente «Las puertas de la percepción») tomado de un ensayo de Aldous Huxley sobre los efectos de la mescalina, un alcaloide con propiedades alucinógenas, cuyo título se inspira en unos versos de The Marriage of Heaven And Hell del poeta inglés William Blake. Morrison intenta traducir el espíritu del romanticismo; de hecho, el mismo Morrison escribió dos libros de poesía (Los Señores y Notas sobre la visión y las nuevas criaturas) en los que rendía homenaje a sus ídolos: Blake y Rimbaud. Luego se mudó a París donde murió, como es sabido por todos, a los 27 años. Sus restos reposan en Père-Lachaise, rodeado de tumbas de los más afamados poetas franceses.
Otro hito a destacar es la publicación del primer disco-concepto del rock, S. F. Sorrow (grabado entre 1967 y 1968 en Abby Road Studios) de The Pretty Things. Este álbum gira en torno a la vida de Sebastian F. Sorrow, un antihéroe. El álbum evoca a los grandes poemas-libro de las vanguardias del período de entreguerras, en especial a La tierra baldía de T. S. Elliot, con el que comparte ciertos paralelismos, como el conflicto bélico de fondo (la Primera Guerra Mundial), las preocupaciones existenciales y ese latente tono melancólico, presente, por ejemplo en ‘Private Sorrow’. Década de los setenta: se empieza a experimentar con el ruidismo y el avant-garde. El rock progresivo alemán (ligado al movimiento contracultural de las comunas hippies y las casas okupa) rompe con las raíces afroamericanas del rock e inaugura el llamado Krautrock², cuyas raíces se asientan en el ruidismo vanguardista de experimentadores radicales como el pintor y músico futurista Luigi Russolo. Por el lado de España, Esplendor Geométrico experimenta con el más salvaje sonido industrial; su nombre procede de un poema de F. T. Marinetti, futurista italiano. A la vez, en los países de habla inglesa, Metal Machine Music de Lou Reed, exlíder de The Velvet Underground, se convierte en un punto de inflexión en el rock experimental, la crítica emparenta a la obra de Reed con referentes de la poesía Dadá como Tristán Tzara, Hugo Ball o Kurt Schwitters.
Este nihilismo subterráneo allanó el camino para el punk, la última eclosión contracultural del siglo XX. El situacionismo, un movimiento subversivo en cuyo ideario lo poético, en el sentido bretoniano del término, era un elemento central, había aterrizado en Londres procedente de París. A finales de los sesenta, uno de los jóvenes que entró en contacto con este situacionismo fue Malcolm Mclaren, creador de los Sex Pistols. A partir del punk, en el rock se vive un período de renovación paralelo al de las vanguardias poéticas y artísticas del primer tercio del siglo XX, algo que se notaba tanto en el sonido como en la estética. La indumentaria personal, los posters, las portadas de discos y libros hechas de retazos de otras obras, remiten al Dadá y a poetas como Hugo Ball cuando recitaban sus textos el mítico Cabaret Voltaire.
La diversidad estilística del rock se amplía enormemente. De aquellos años hay que destacar además un par de músicos/letristas con estrecha relación con la poesía. En primer lugar está Patti Smith, que aparte de las excepcionales letras de sus canciones (con un guiño a los poetas malditos del XIX en su famosa revisión del clásico ‘Gloria’ de Van Morrison) también fue autora de libros de poesía tan desgarradores como Babel (1978) y que más «recientemente», en el Festival Palabra y música de 2010, le dedicó su recital al chileno Roberto Bolaño, de cuya obra, 2666, dijo que «es la primera obra maestra del siglo XXI». También está Tom Verlaine, en cuyo apellido artístico se revela la influencia parnasiana.
Por el lado del No Wave solo mencionaremos a Sonic Youth, banda que en 1996 le dedicó un tema de su disco A Thousand Leaves a Allen Gingsberg, el gran poeta beat, con motivo de su fallecimiento.
A diferencia del punk, el grunge de los noventa no generó una contracultura. Sin embargo, de estos años se destacan un par de discos con claras conexiones poéticas. Uno es el disco Omega(1998) de los granadinos Lagartija Nick, que recurren a su coterráneo, García Lorca, y que a cargo del cantaor Enrique Morente dan una orientación flamenca a su música. Aparece nuevamente Lou Reed, pero esta vez para rendir homenaje a la genial obra de Edgar A. Poe con ‘The Raven’.
De este lado del mar y en español
Yo crecí escuchando música en español, latinoamericana sobre todo, desde la protesta de la época entre dictaduras —que era la música de mis padres—, hasta el rock argentino que me acompañó en mi adolescencia (ahora también, pero de una forma distinta) y creía realmente que muchas de esas letras eran los «verdaderos poemas» de los que hablé al inicio. Pero hubo un quiebre, algo que me llevó a ver las cosas de una forma distinta: en 2007 estuve en un concierto especial de Platero y tú por las fiestas de Vitoria Gasteiz y, de entre el humo y las luces, apareció primero la voz y luego el hombre: «Soy eterno viajero de sueños e ilusiones.
Soy eterno viajero de amores.…». Esa noche me emborraché con una maravillosa banda sonora, entre los temas figuraban ‘Palabras para Julia’ de Goytisolo versionado por Los Suaves y ‘La canción del pirata’ de De Espronceda, que en la versión musical se llama ‘Con diez cañones por banda’ interpretada por Tierra Santa. Volví a mi casa en Quito con los oídos abiertos, ávidos, y empezaron a aparecer cosas desordenadas, pero llenas de una carga emotiva muy fuerte. ‘La canción de Alicia en el país’ se convirtió en la búsqueda de Charly en el país de las alegorías³; ‘Alicia’ de nuevo, pero de Bunbury, se transformó en la disección de ‘La estatua del jardín botánico’ inspirada en La Monadología de Leibniz de Radio Futura y en el «hoy es siempre todavía» de Machado. Poco después, Alturas de Macchu Picchu, de los Jaivas, se volvió, de manera concreta, ese Canto General de Neruda.
Luego, en un bar de ‘la zona’, aparece Lina Toxel y entre tema y tema se lee algún verso de Andrés Parra; en otro concierto, en otro tugurio, La cruel jarana y los adorables mutilados de la Batalla de Pichincha declama el ‘Canto primero de Altazor’ de Huidobro y se me viene la sonrisa que me asegura que voy a dormir bien, porque gracias a no sé qué dios existen rock y poesía.
NOTAS
En los artefactos, el decir poético y el texto mismo se reducen a una unidad en la composición: el fragmento. Un fragmento utilizado como un dispositivo verbal que cuando el lector lo descifra, estalla en su conciencia iluminando múltiples zonas de lo real, atrayendo distintos planos de contenido.
También conocido como Kosmische Musik, es una corriente musical de rock y electrónica surgida en Alemania Occidental a fines de los años sesenta. El término, originalmente despectivo, aludía a Kraut, col en alemán, más precisamente al Sauerkraut (chucrut), y era uno de los apodos que se le dieron a los alemanes durante las guerras mundiales. El término se refiere a un gran número de artistas alemanes que habían sido influidos por géneros como el rock psicodélico, el rock progresivo, la música avant-garde y el jazz, que utilizaban nuevas tecnologías y nuevas formas de usar las tecnologías de grabación, amplificación y mezcla musical, con nuevas estructuras formales.
Mara Favoretto (2014). Buenos Aires: Gourmet Musical.
Este texto fue originalmente publicado en No 248 del suplemento cultural CartóNPiedra.
Manolillo Chinato y Platero y tú. Vitoria Gasteiz (06/08/2007)
‘Facebook’. Poema de Andrés Parra, Quito (27/10/2015)
La cruel jarana y los adorables mutilados de la Batalla del Pichincha, Quito (25/06/2016)
La primera vez que vi uno de sus cuadros yo tenía 22 años. Había invertido todos mis ahorros en un viaje de mochilera por Europa y Alemania era mi destino principal. Janna, mi hermana ‘hamburguesa’, que había vivido en casa de mis padres durante un intercambio estudiantil, sería mi anfitriona. Ella estudiaba Arte en Kassel y ese año trabajaría como guía en ladocumenta 12, una de las exposiciones de arte contemporáneo más grandes del mundo. El evento, que se realiza cada cinco años, dura cien días y se toma todos los espacios de la ciudad. Una de las paradas obligatorias del recorrido es el parque Wilhelmshöhe, un complejo barroco en la cima de una colina que cuenta, entre otras maravillas, con un palacio octogonal, el monumento de Hércules, un sistema hidroneumático que transporta agua hasta la cima que luego desciende por una cascada de 350 metros de caída, y un palacio neoclásico construido a fines del siglo XVIII. Este último, el palacio Wilhelmshöhe, alberga, en laGalería de los Viejos Maestros, una de las colecciones de Rembrandt más importantes, la tercera más grande del mundo.
Este que me impresionó era un cuadro pequeñito, un autorretrato. Había, en los efectos de las luces y las sombras, algo parecido a la timidez: la cabeza y el busto aparecían bien definidos aunque el rostro no podía verse por completo, solo la mejilla y un trozo de oreja estaban claramente iluminados. La luz entraba por la izquierda e iluminaba la zona derecha de la cabeza desde el cabello al cuello, el resto estaba oscuro; los ojos se escondían en la penumbra lateral. La textura de las pinceladas podía distinguirse, como si el pintor hubiese querido que uno reparara en ellas. Algo que aprendí luego, sacando cuentas, es que en la pintura, datada hacia 1628, él tenía, igual que yo, 22 años. Supongo que esa rara belleza me impresionó —Rembrandt no era particularmente guapo y me pareció que tampoco se había esforzado mucho en parecerlo—; en ese entonces, quizá, lo vi hermoso porque mis ojos eran más honestos.
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Rembrandt van Rijn, el pintor barroco más importante de los Países Bajos, nació en 1606; perteneció a una generación posterior a Rubens y fue siete años más joven que Van Dyck y Velásquez. Dice Ernst Gombrich [1] que aunque no anotó sus observaciones, nos parece que conociéramos a este mucho más de cerca que a otros maestros porque dejó un asombroso registro de su vida, desde que se mudó a Ámsterdam a probar la fama, hasta que murió arruinado.
Cultivó tanto el autorretrato como el retrato colectivo, el paisajismo y las escenas bíblicas. Experimentó con el claroscuro y utilizó técnicas como el óleo, el dibujo y el grabado en aguafuerte.
En 2004, tras analizar decenas de obras, la doctora Margaret Livingstone [2] y su equipo concluyeron que la mayoría de autorretratos, pintados durante cuarenta años, muestran un ojo mirando directamente al observador y otro desviándose hacia un lado. En los retratos de otras personas Rembrandt pintó ambos ojos bien alineados. La conclusión: Rembrandt sufría estrabismo divergente en el ojo izquierdo, lo que le permitía percibir la realidad como una imagen plana y le facilitaba la tarea al trasladarla al cuadro. En esta condición, uno de los ojos hace foco en su entorno, mientras que el otro se desvía hacia uno de los lados; para evitar la doble visión, los niños aprenden a suprimir las imágenes del ojo estrábico. El efecto es similar al que produce cerrar un ojo.
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Rembrandt murió hace ya casi 350 años, y, digamos, una nueva obra ‘suya’ nos sorprendió hace poco. ING, Microsoft, la Universidad Tecnológica de Delft y los museos Mauritshuis (La Haya) y Museo Casa de Rembrandt (Ámsterdam) desarrollaron un proyecto por el cual un software de aprendizaje y una impresora 3D ‘pintaron’ un Rembrandt. El estudio tomó dieciocho meses y se basó en 168.263 fragmentos de 346 pinturas del autor de ‘El cegamiento de Sansón’ y ‘La ronda de noche’.
«Usamos muchos datos para mejorar los negocios, pero no hemos podido usar los datos de manera que toquen el alma humana», asegura Ron Augustus, ejecutivo de Microsoft. «Usamos la tecnología y los datos de la misma manera que Rembrandt usó sus pinturas y pinceles para crear algo nuevo».
Dado que un gran porcentaje de sus cuadros fueron retratos, la estadística determinó que la obra debía ser la efigie de un hombre blanco entre treinta y cuarenta años, con barba, con ropa oscura, de camisa blanca con cuello escarolado, sombrero y con el rostro mirando hacia la derecha. La verosimilitud se logró con una impresión de 149 millones de píxeles. Los investigadores tuvieron que hacer un estudio tridimensional con el que estimaron la altura —en milímetros— de los brochazos, algo así como una topografía del lienzo; el software analizó las características específicas de cerca de sesenta puntos en cada pintura y las proporciones faciales. Una tinta especial para impresión 3D, aplicada en varias capas para crear la textura, hizo el resto.
Pero ¿qué opinan los expertos de que la Inteligencia Artificial se aproxime, a base de algoritmos, a la genialidad humana, al más puro estilo de Ex Machina? Peter Schjeldahl, crítico de The New Yorker, ha llegado a decir que «el ‘nuevo Rembrandt’ falla tras una segunda mirada y choca tras una tercera». Según él, el personaje «carece completamente de la personalidad que nunca eludió Rembrandt».
«¿Qué será lo siguiente?», se pregunta la voz en off del vídeo que presenta la obra. Y aquí nos preguntamos lo mismo.
Este texto fue originalmente publicado en el N° 246 del suplemento cultural CartóNPiedra.
Notas
1. Gombrich, E. H. (2007). La Historia del Arte (16° ed.). Nueva York: Phaidon.
2. Profesora de Neurobiología en Harvard, especialista en problemas de visión. New England Journal of Medicine (septiembre de 2004).
Serigrafía de A ritmo endiablado de bomba, cortesía de Alice Bossut
Robert LeRoy Johnson nació en 1911 en Hazlehurst, al sur del estado de Mississippi. Fue un cantante, compositor y guitarrista estadounidense de blues conocido como el ‘rey del blues del Delta’.
La leyenda dice que aunque tocaba varios instrumentos era más bien mediocre, hasta que, de la noche a la mañana, empezó a tocar la guitarra con un estilo tan particular que su ejecución fue envidiada por muchos, quienes consideraron que tocar así, de repente, no puede ser otra cosa que fruto de un pacto con el diablo.
El autor de ‘Crossroads’ habría vendido su alma al demonio justamente en el cruce de caminos de la actual autopista 61 con la 49 en Clarksdale (Mississippi-EE.UU.), a cambio de tocar blues mejor que nadie. Esperó en el cruce hasta la medianoche, le entregó su guitarra al diablo y este se la devolvió lista, las manos de Robert solo tenían que deslizarse por el mástil para interpretar el mejor blues de la historia. Poco después, a los 27 años, murió en circunstancias misteriosas (fue uno de los primeros músicos miembros del club). No hubo autopsia.
En Ecuador, en cambio, tuvimos a un músico que tocaba mejor Satanás, era tan bueno que no tuvo que empeñar el alma. Se trata de José David Lara Borja, Davilara, el ‘rey de la bomba’, quien nació en Tumbatú, valle del Chota, a inicios del siglo XX y murió alrededor de 1995.
La historia cuenta que Davilara era todo un personaje, un mito vivo: caminaba descalzo, «pata llucha», y eran tan ásperas las plantas de sus pies que incluso se podía prender fósforos raspándolos contra ellas. Su forma tan particular de interpretar la bomba (instrumento de percusión utilizado típicamente en las bandas mochas y para tocar el ritmo que lleva su mismo nombre) inspiró a varias generaciones de músicos y bailarines afrochoteños. Según cuentan los mayores, «cuesta arriba […] hacia donde ni los animales se aventuran», Davilara venció en un duelo musical de tres días con sus noches al mismísimo Diablo, quien, tras la fiesta de un compadre del músico, fue a buscarlo para saber si eran ciertos los rumores de que era tan buen ejecutante.
Esta historia sobre Davilara proviene de la tradición oral de los negros del Chota (sí, «son negros, no negritos, ni morenos, ni afros; negros, con mucho cariño y mucho respeto, así les gusta que les digan, porque les preguntamos», dice Marco Chamorro, ilustrador) y se recoge en una edición de lujo de la editorial Comoyoko.
Este libro, A ritmo endiablado de bomba, —con un tiraje de cuatrocientos ejemplares numerados— es un objeto precioso. Es un trabajo artesanal de alta calidad que cuida de los mínimos detalles: de encuadernación japonesa, cosido a mano simulando los hilvanes que se pueden ver en la bomba, impreso en serigrafía a dos colores «para representar el cielo y el suelo, los dos lados macho y hembra que debe tener el istrumento» sobre papel Favini Crush Citrus y Enviroment FSC (y no, no es un dato nimio, el papel fue escogido porque es del color del instrumento alrededor del cual gira la historia), forma parte de la colección Cajaronca y fue correalizado por los ilustradores Alice Bossut (Francia) y Marco Chamorro (Ecuador).
La propuesta de Comoyoko nació de la idea de hacer libros ilustrados en los que dialogue el texto con la imagen; de juntar a escritores, poetas, artistas plásticos; de hacer libros «artesanales entre comillas», dice Marco, en serigrafía, cuyo formato no tradicional siempre va a variar de acuerdo con la historia, orientados a generar un lector activo.
La investigación para realizar el libro tomó desde octubre a diciembre del año pasado y tuvo, antes que un referente teórico, un acercamiento «más bien intuitivo» hacia la comunidad. Cuenta Alice: «Llegamos un día a La Caldera, sin intención de hacer un libro, íbamos a bañarnos en el río, unos tres días, llegamos para una fiesta del día de la madre, nos encantó, pasamos muy bien y ahí dijimos “hagamos el segundo libro aquí” —el primero se llama Mama Cotacachi & Taita Imbabura y se basa en la historia del gigante de la laguna, de la tradición imbabureña—». Alice y Marco presentaron su proyecto al Ministerio de Cultura aún sin saber qué historia iban a contar, lo que sí sabían es que querían contar una leyenda del valle del Chota y que buscando la iban a encontrar.
Marco es oriundo de El Ángel, provincia del Carchi, y había escuchado de niño, mientras pasaba las vacaciones entre el río y las cosechas de fréjol, varias leyendas. «Juan Olmedo Rojas, un amigo, nos contaba historias, como en todo pueblo». Dar con la historia que iban a contar no les tomó mucho. Julis Arce, un profesor que da clases en San Rafael, les recomendó hablar con Iván Pavón, una persona que conoce mucho sobre su cultura, sobre la historia del pueblo afro, «él da clases en Mascarilla y nos dijo: “hace dos días estuvo un señor, Teodoro Méndez, que contó una historia bien bonita sobre un músico”; nos dio el teléfono de Teodoro y así fuimos a parar a Tumbatú», cuenta Marco. «Volvimos una y otra vez —interviene Alice— y Teodoro, muy generoso, nos contaba anécdotas, con mucha sal, nos reíamos mucho, pero no daban para hacer un libro, hasta que contó esta y ahí supimos que esa era. Luego una amiga nos dio el contacto de Marcelo Acosta, en La Concepción, lo fuimos a ver, y nos dice: “Claro, yo lo conocí cuando era niño y él mismo me contó que se había enfrentado con el diablo”; pero Teodoro también lo había escuchado de la boca de Davilara, porque, claro, son gente de más de sesenta años que lo escucharon del mismo personaje». Las anécdotas que contó Teodoro y casi un mes de convivencia con la gente de la comunidad nutrieron el libro. Algunos amigos incluso se configuraron como personajes. Esta convivencia también permitió que aunque la de los artistas fuera una mirada externa, esta esté despojada de folclorismos y sesgos. Poco después hallaron una investigación del musicólogo Juan Mullo y descubrieron, con las fotos, que la forma en que ellos lo habían ilustrado «era tal cual».
Esta manía de contar, esta urgencia de visibilizar las historias es ahora, «porque si no cuentas, te olvidas», dice Alice. Si no escribimos hoy nuestras leyendas, ¿cómo sabremos que «En la oscuridad el Diablo, más emperrado que nunca, no ve cómo Davilara hace para tocar tan bonito y con tanta fuerza»? ¿Cómo sabremos que «Enrabiado, el Diablo lanza su bomba al suelo y desaparece entre relámpagos»?
avier Marías dijo hace poco, en una entrevista con Antonio Lucas1, que “el Quijote es un libro sobre el fracaso, el olvido y la soledad del héroe en un mundo infame”, y que tal vez por eso el mejor homenaje a Cervantes es no hacer nada a propósito de los 400 años de su muerte. Quizá tenga razón don Javier Marías, quizá no. En cierto sentido, justamente porque el Quijote es un libro sobre el fracaso, es también un libro sobre la continuidad, la nuestra, la de los ‘vencidos’, los que hemos asegurado la cambiante permanencia del idioma.
¿Se habrá imaginado Miguel de Cervantes que su ingenioso hidalgo, don Quijote de la Mancha, se convertiría en una figura panhispánica? ¿Habrá pensado que este derrotero de invenciones marcaría el futuro de quienes cultivamos la ‘lengua cervantina’?
Hace unos años, Mempo Giardinelli2 se refirió al interminable debate de si esto que hablamos, en lo que el Quijote está escrito, es español o castellano. Citando a Andrés Bello, explica: “Se llama lengua castellana (y con menos propiedad española) la que se habla en Castilla y que con las armas y las leyes pasó a América, y es hoy el idioma común de los Estados hispanoamericanos”. Y comenta Giardinelli que si bien es este castellano la lengua de Cervantes, es también la lengua de Sor Juana, de Borges, de Neruda, de Cortázar, y añadimos acá que es la de Mistral; Adoum, de ese Jorgenrique que se tomaba con ella libertades; la de Granizo, de él exacta cifra; de Jara Idrovo y su estructura infinita3; la del señor chofer del bus o el ‘chulío’ en Cuenca, que te piden que les “des descambiando el dólar”, la de la señora del mercado “venga-mi-vida-venga-mi-guapa-mi-reina” o la del guayaco sabido que sin darte cuenta “te hace un toque y te canta la plena, ñaño”, porque, claro, la lengua nos pertenece a todos, la culta y la popular, la que usamos para escribir correctamente y la que usamos en conversaciones informales con los panas.
Este castellano americano, mestizado, no es, de ninguna manera, un todo monolítico, este que hemos hablado por generaciones ha recogido tradiciones y fortalecido identidades en nuestra América. Esa lengua, de raíz castiza, se ha visto enriquecida con extranjerismos —huelga decir que incluso se considera así a las interferencias de las innúmeras lenguas indígenas vivas, difuntas y agonizantes con las que se ha mezclado—, dialectos, cocoliches y creó finalmente una cultura que se desarrolló y definió con un idioma común. Este castellano americano en todas sus variantes se configura como un sistema dinámico, vivo, susceptible de sumas y restas.
Hace poco, en un artículo publicado en este mismo espacio, Diana Abad4 citaba una misiva de Carlos Manuel Espinosa (fechada el 8 de abril de 1933) dirigida a Alejandro Carrión, en la que lo invitaba a “conservar allá (Quito) tan pura como aquí (Loja) la dicción castellana. Y también la escritura castellana. Es lo que más molesta en los escritores y poetas, ese apego peculiarísimo a la manera de hablar del pueblo quiteño. Con sus modismos y sus giros chocantes”. Este reclamo realizado en 1933 no es distinto del que hacemos ahora quienes trabajamos a diario con la lengua (hablo del caso específico de los correctores de textos, unos más puristas que otros) ni de la preocupación que expresan los académicos cuando aparecen neologismos o cuando adoptamos palabras extranjeras de manera ¿innecesaria? (teníamos antes un delicioso pernil hasta que alguien le escuchó decir a un francés que quería jambon, y sale de ahí el jamón que le ponemos hoy a los sánduches, y pasó lo mismo con el aceite que antes era óleo y salió del árabe azzáyt).
“Dentro de las consecuencias del cataclismo cultural que representó la conquista española ocupa un lugar principal la creación de un nuevo orden de relaciones lingüísticas y comunicativas”, dice José Luis Rivarola5 en un texto sobre bilingüismo; y es que, desde que el castellano llegó a América definitivamente ha atravesado por varias mutaciones, incluso desde su periodización en el paso del castellano medieval al moderno, lo que incluye cambios fonético-fonológicos, morfológicos, hasta sintácticos y léxico-semánticos. Algunas de las variaciones más evidentes para los no lingüistas se pueden ver reflejadas en el reemplazo de algunas letras, por ejemplo, de la x por la j (Quixote, Loxa); de la f por la h (facer, fanegas); e incluso para los hablantes de la variedad andina, del cambio de fórmula de la construcción gramatical de la oración —es decir, la disposición de las palabras—. Desde el punto de vista tipológico, el castellano es una lengua flexiva y el quechua (que así se llama la familia lingüística a la que nuestro kichwa pertenece) es una lengua aglutinante; mientras que el castellano coloca el objeto de manera predominante después del verbo (S V O): Sancho lleva la adarga, el kichwa lo coloca antes (S O V): Sancho la adarga lleva.
Para ilustrar estos cambios, y como un homenaje a Cervantes y su Quijote, en cuya introducción, en la dedicatoria al Conde de Lemos, el mismo don Miguel lo señala como el libro indicado para la enseñanza del castellano, hemos escogido un fragmento que ha sido ‘traducido’ a diferentes variaciones que demuestran su vigencia y potencialidades. Desde el castellano antiguo, hasta el spanglish que se escucha en Estados Unidos.
Capitulo Primero
Que trata de la condición y exercicio del famoso hidalgo don Quixote de la Mancha
En vn lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que viuia vn hidalgo de los de lança en astillero, adarga antigua, rozin flaco y galgo corredor. Vna olla de algo mas vaca que carnero, salpicon las mas noches, duelos y quebrantos los sabados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hazienda. El resto della concluian sayo de velarte, calças de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los dias de entre semana se honraua con su vellori de lo mas fino.
Tenia en su casa vna ama que passaua de los quarenta, y vna sobrina que no llegaua a los veynte, y vn moço de campo y plaça, que assi ensillaua el rozin como tomaua la podadera. Frisaua la edad de nuestro hidalgo con los cinquenta años. Era de complexion rezia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caça. Quieren dezir que tenia el sobrenombre de Quixada, o Quesada, que en esto ay alguna diferencia en los autores que deste caso escriuen, aunque por conjeturas verosimiles se dexa entender que se llamaua Quexana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración del no se salga vn punto de la verdad.
Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaua ocioso, que eran los mas del año, se daua a leer libros de cauallerias, con tanta aficion y gusto, que oluidó casi de todo punto el exercicio de la caça, y aun la administracion de su hazienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendio muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de cauallerias en que leer, y assi lleuó a su casa todos quantos pudo auer dellos, y, de todos, ningunos le parecian tambien como los que compuso el famoso Feliciano de Silua; porque la claridad de su prosa, y aquellas entricadas razones suyas le parecian de perlas; y mas quando llegaua a leer aquellos requiebros y cartas de desafios, donde en muchas partes hallaua escrito: La razon de la sinrazon que a mi razon se haze, de tal manera mi razon enflaqueze, que con razon me quexo de la vuestra fermosura. Y tambien quando leia: Los altos cielos que de vuestra diuinidad diuinamente con las estrellas os fortifican, y os hazen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. Con estas razones perdia el pobre cauallero el juyzio, y desuelauase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristoteles, si resucitara para solo ello…
No estaua muy bien con las heridas que don Belianis daua y recebia, porque se imaginaua que, por grandes maestros que le huuiessen curado, no dexaria de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo, alabaua en su autor aquel acabar su libro con la promessa de aquella inacabable auentura, y muchas vezes le vino desseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como alli se promete; y sin duda alguna lo hiziera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estoruaran.
Tuuo muchas vezes competencia con el cura de su lugar, que era hombre docto, graduado en Ciguença, sobre quál auia sido mejor cauallero, Palmerin de Ingalaterra o Amadis de Gaula; mas Maese Nicolas, barbero mesmo pueblo, dezia que ninguno llegaua al Cauallero del Febo, y que si alguno se le podia comparar, era don Galaor, hermano de Amadis de Gaula, porque tenia muy acomodada condición para todo; que no era cauallero melindroso, ni tan lloron como su hermano, y que en lo de la valentia no le yua en çaga.
En resolucion, el se enfrascó tanto en su letura, que se le passauan las noches leyendo de claro en claro, y los dias de turbio en turbio; y, assi, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juyzio. Llenosele la fantasia de todo aquello que leia en los libros, assi de encantamentos como de pendencias, batallas, desafios, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates impossibles. Y assentosele de tal modo en la imaginacion que era verdad toda aquella maquina de aquellas sonadas soñadas inuenciones que leia, que para el no auia otra historia mas cierta en el mundo.
Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgo Don Quijote de la Mancha
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto de ella concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa un ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada» o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que de este caso escriben, aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración de él no se salga un punto de la verdad.
Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso —que eran los más del año— se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas fanegas de tierra de sembradura, para comprar libros de caballerías en que leer; y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber de ellos; y de todos ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva: porque la claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas, le parecían de perlas; y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: «la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura, y también cuando leía: los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas se fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza…».
Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara, ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recibía, porque se imaginaba que por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales; pero con todo alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma, y darle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre docto graduado en Sigüenza), sobre cuál había sido mejor caballero, Palmerín de Inglaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mismo pueblo, decía que ninguno llegaba al caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.
En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles, y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.
Ed. Conmemorativa (2016). Madrid: RAE-Alfaguara.
Spanglish First Parte
Chapter Uno
In un placete de La Mancha of which nombre no quiero remembrearme, vivía, not so long ago, uno de esos gentlemen who always tienen una lanza in the rack, una buckler antigua, a skinny caballo y un grayhound para el chase. A cazuela with más beef than mutón, carne choppeada para la dinner, un omelet pa’ los Sábados, lentil pa’ los Viernes, y algún pigeon como delicacy especial pa’ los Domingos, consumían tres cuarers de su income. El resto lo employaba en una coat de broadcloth y en soketes de velvetín pa’ los holidays, with sus slippers pa’ combinar, while los otros días de la semana él cut a figura de los más finos cloths. Livin with él eran una housekeeper en sus forties, una sobrina not yet twenty y un ladino del field y la marketa que le saddleaba el caballo al gentleman y wieldeaba un hookete pa’ podear. El gentleman andaba por allí por los fifty. Era de complexión robusta pero un poco fresco en los bones y una cara leaneada y gaunteada. La gente sabía that él era un early riser y que gustaba mucho huntear. La gente say que su apellido was Quijada or Quesada-hay diferencia de opinión entre aquellos que han escrito sobre el sujeto-but acordando with las muchas conjecturas se entiende que era really Quejada. But all this no tiene mucha importancia pa’ nuestro cuento, providiendo que al cuentarlo no nos separemos pa’ nada de las verdá.
It is known, pues, que el aformencionado gentleman, cuando se la pasaba bien, which era casi todo el año, tenía el hábito de leer libros de chivaldría with tanta pleasura y devoción as to leadearlo casi por completo a forgetear su vida de hunter y la administración de su estate. Tan great era su curiosidad e infatuación en este regarde que él even vendió muchos acres de tierra sembrable pa’ comprar y leer los libros que amaba y carreaba a su casa as many as él podía obtuvir. Of todos los que devoreó, ninguno le plaseó más que los compuestos por el famoso Feliciano de Silva, who tenía una estylo lúcido y plotes intrincados that were tan preciados para él as pearlas; especialmente cuando readeaba esos cuentos de amor y challenges amorosos that se foundean por muchos placetes, por example un passage como this one: La rasón de mi unrasón que aflicta mi rasón, en such a manera weakenea mi rasón que yo with rasón lamento tu beauty. Y se sintió similarmente aflicteado cuando sus ojos cayeron en líneas como these ones: … el high Heaven de tu divinidad te fortifiquea with las estrellas y te rendea worthy de ese deserveo que tu greatness deserva.
El pobre felo se la paseaba awakeado en las noches en un eforte de desentrañar el meanin y make sense de pasajes como these ones, aunque Aristotle himself, even if él had been resurrecteado pa’l propósito, no los understeaba tampoco. El gentleman no estaba tranquilo en su mente por las wounds que dio y recebió Don Belianís; porque in spite de how great los doctores que lo trataron, el pobre felo must have been dejado with su face y su cuerpo entero coverteados de marcas y escars. Pero daba thanks al autor por concluir el libro with la promisa de una interminable adventura to come. Many times pensaba seizear la pluma y literalmente finishear el cuento como had been prometeado, y undoubtedly él would have done it, y would have succedeado muy bien si sus pensamientos no would have been ocupados with estorbos. El felo habló d’esto muchas veces with el cura, who era un hombre educado, graduado de Sigüenza. Sostenía largas discusiones as to quién tenía el mejor caballero, Palmerín of England o Amadís of Gaul; pero Master Nicholas, el barbero del same pueblo, tenía el hábito de decir que nadie could come close ni cerca to the Caballero of Phoebus, y que si alguien could compararse with él, it had to be Don Galaor, bró de Amadís of Gaul, for Galaor estaba redy pa’ todo y no era uno d’esos caballeros second-rate, y en su valor él no lagueaba demasiado atrás.
En short, nuestro gentleman quedó tan inmerso en su readin that él pasó largas noches-del sondáu y sonóp-, y largos días-del daun al dosk-husmeando en sus libros. Finalmente, de tan pocquito sleep y tanto readin, su brain se draidió y quedó fuera de su mente. Había llenado su imaginación con everythin que había readieado, with enchantamientos, encounters de caballero, battles, desafíos, wounds, with cuentos de amor y de tormentos, y with all sorts of impossible things, that as a result se convenció que todos los happenins ficcionales que imagineaba eran trú y that eran más reales pa’ él que anithin else en el mundo.
Transladado al Spanglish por Ilán Stavans
NOTAS
1. Lucas, Antonio (2016, abril, 01). ‘Marías y Pérez-Reverte: A Cervantes lo consideraban un viejo idiota’. Zenda.
2. Giardinelli, Mempo (7 de octubre de 2011). ‘La lengua que hablamos’. Página 12.
3. Carla Badillo Coronado dixit.
4. Abad, Diana (10 de abril de 2016). Lo público y lo privado en el epistolario de Carlos Manuel Espinosa. Revista CartóNPiedra, N° 132 (edición impresa).
Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura 2015
(Traducción de Andrea Torres Armas)
Retrato de Svetlana Alexiévich realizado por Niklas Elmehed Tomado de Nobelprize.org
Yo no estoy sola en este podio… Hay voces a mi alrededor, cientos de voces. Ellas siempre han estado conmigo, desde la infancia. Me crié en el campo. De niños, nos encantaba jugar al aire libre, pero al caer la noche, las voces cansadas de las mujeres de los pueblos que se reunían en los bancos cerca de sus casas nos atraían como imanes. Ninguna de ellas tenía esposos, padres o hermanos. No recuerdo a los hombres en nuestra aldea después de la Segunda Guerra Mundial: durante la guerra, uno de cada cuatro bielorrusos pereció, ya sea luchando en el frente o con los partisanos. Después de la guerra, nosotros, los niños, vivíamos en un mundo de mujeres. Lo que más recuerdo es que las mujeres hablaban sobre el amor, no la muerte.
Contaban historias acerca de despedir a los hombres que amaban el día antes de ir a la guerra, hablaban sobre que esperarían por ellos, y la forma en que todavía estaban esperando. Los años pasaron, pero la espera continuaba: “No me importa si él perdió sus brazos y piernas, yo lo llevaría”. Sin brazos… ni piernas… Creo que he sabido qué es el amor desde la infancia…
Aquí están algunas melodías tristes del coro que escucho…
Primera voz
¿Por qué quieres saber sobre esto? Es tan triste. Conocí a mi esposo durante la guerra. Yo era parte del personal de un tanque que avanzaba hacia Berlín. Recuerdo, estábamos parados cerca del Reichstag —aún no era mi esposo— y me dijo: “Casémonos. Te amo”. Estaba tan confundida, habíamos estado viviendo entre mugre, suciedad y sangre toda la guerra, no habíamos escuchado sino obscenidades.
Respondí: “Primero, haz de mí una mujer: regálame flores, susúrrame tonterías dulces. Cuando esté desmovilizada, me haré un vestido”. Estaba tan trastornada que quería golpearlo. Él sentía todo eso. Una de sus mejillas estaba gravemente quemada, tenía cicatrices, vi lágrimas corriendo a través de ellas. “Está bien, me casaré contigo” —dije— así como así… No podía creer que lo dijera… Todo a nuestro alrededor eran cenizas y ladrillos aplastados, en resumen: guerra.
Segunda voz
Vivíamos cerca de la planta nuclear de Chernóbil. Yo estaba trabajando en una panadería haciendo pasteles. Mi esposo era bombero. Acabábamos de casarnos y solíamos tomarnos de la mano incluso cuando íbamos a la tienda. El día en que el reactor explotó, mi esposo estaba de guardia en la estación de bomberos. Él respondió al llamado usando una camisa, en su ropa normal. Hubo una explosión en la planta nuclear y no les entregaron trajes especiales. Esa era la forma en que vivíamos… Ya sabes.
Trabajaron toda la noche sofocando el fuego, y recibieron dosis letales de radiación. A la mañana siguiente, fueron trasladados directamente hacia Moscú. Si eres severamente afectado por la radiación, no vives más allá de un par de semanas… Mi esposo era fuerte, un atleta, y fue el último en morir.
Cuando llegué a Moscú me dijeron que estaba en un cuarto de aislamiento especial y que no se permitía entrar. “Pero yo lo amo”, supliqué. “Los soldados están haciéndose cargo de él. ¿A dónde crees que vas?”. “Yo lo amo…”.
Intentaron convencerme: “Este ya no es el hombre que amabas, es un objeto que necesita descontaminarse. ¿Entiendes?”. Seguía diciéndome lo mismo una y otra vez: “Lo amo, lo amo…”. En la noche, subiría por la escalera de emergencia para ver si lograba verlo, o sobornaría a la guardia nocturna, pagaría para que me dejaran entrar… No lo abandonaría, estaría con él hasta el final…
Unos meses después de su muerte, di a luz a una niña, pero solo vivió unos días. Ella… Estábamos tan emocionados con ella, y yo la maté… Ella me salvó, absorbió toda la radiación. Eran tan tan pequeñita… Y yo los amaba a los dos. ¿Cómo puede el amor ser sacrificado? ¿Por qué son el amor y la muerte tan cercanos? Siempre vienen juntos. ¿Quién puede explicar eso? En la tumba, solo me arrodillé.
Tercera voz
La primera vez que maté a un alemán yo tenía diez años y los rebeldes ya me llevaban a las misiones. Este alemán yacía en el suelo, herido. Me dijeron que tomara su pistola. Corrí. Entonces, él empuñó el arma con las dos manos y apuntó hacia mi rostro. No logró disparar, entonces, lo hice… No me asustó asesinar a alguien… Y nunca pensé en él durante la guerra. Muchas personas eran asesinadas, vivíamos entre la muerte. Me sorprendí cuando, de repente, soñé con aquel alemán, varios años después.
Vino de la nada… constantemente soñaba lo mismo, una y otra vez… volaba y no me dejaba ir. Me levantaba y volábamos. Me atrapaba y yo caía junto con él en una especie de pozo. Quería pararme, ponerme de pie… pero él no me dejaría. A causa suya, no pude alzar el vuelo. Ese sueño me acechó por décadas.
No podía hablarle a mi hijo sobre ese sueño. Era joven, no pude. Le leía cuentos de hadas. Mi hijo ha crecido y aún no puedo…
***
Flaubert se llamaba a sí mismo la pluma humana; yo diría que soy un oído humano.
Cuando camino por la calle ‘atrapo’ palabras, frases y exclamaciones, siempre pienso “¡cuántas novelas desaparecen sin dejar rastro!”. Desaparecen en la oscuridad. No hemos sido capaces de capturar el lado conversacional de la vida humana para la literatura. No lo apreciamos, no nos sorprende ni nos encanta. Pero me fascina y me ha hecho su prisionera. Me encanta cómo hablan los seres humanos… me encanta la voz humana solitaria. Es mi más grande amor y mi pasión.
El camino hasta este podio ha sido largo: casi cuarenta años yendo de persona en persona, de voz en voz. No puedo decir que siempre he estado recorriendo este camino. Muchas veces he estado conmocionada y asustada de los seres humanos. He experimentado el placer y repugnancia. A veces he querido olvidar lo que he escuchado para volver al momento en que vivía en la ignorancia. Más de una vez, sin embargo, he visto lo sublime en la gente, y he querido llorar.
Viví en un país donde se nos enseñó a morir desde la infancia. Nos enseñaron la muerte. Nos dijeron que los seres humanos existen con el fin de dar todo lo que tienen, de agotarse, de sacrificarse. Nos enseñaron a amar a la gente con armas. Yo había crecido en un país diferente, y no podría haber recorrido este camino. El mal es cruel, tienes que vacunarte contra él. Crecimos entre verdugos y víctimas. Incluso si nuestros padres vivían en el miedo y no nos decían todo —y más a menudo no nos dijeron nada— el aire de nuestra vida fue envenenado. El mal mantuvo un ojo vigilante sobre nosotros.
He escrito cinco libros, pero siento que todos son uno solo, un libro sobre la historia de una utopía… Varlam Shalámov una vez escribió: “Yo participé en la colosal batalla, una batalla que se perdió, para la auténtica renovación de la humanidad”. Reconstruyo la historia de esa batalla, sus victorias y sus derrotas. La historia de la gente que quiso construir el Reino de los Cielos en la tierra. ¡El Paraíso! ¡La Ciudad del Sol!
Al final, lo único que quedó fue un mar de sangre, millones de vidas humanas en ruinas. Hubo un tiempo, sin embargo, cuando no había idea política del siglo XX comparable con el comunismo (o la Revolución de Octubre como su símbolo), un tiempo en que nada atraía más poderosa o emocionalmente a los intelectuales de Occidente y gente de todo el mundo.
Raymond Aron llamó a la Revolución Rusa “el opio de los intelectuales”. Pero la idea del comunismo tiene al menos dos mil años de antigüedad. Podemos encontrarla en las enseñanzas de Platón acerca de un Estado ideal; en los sueños de Aristófanes sobre una época en que “todo va a pertenecer a todo el mundo”. En Tomás Moro y Tommaso Campanella… Luego, en [Claude-Henri de] Saint-Simon, Fourier y Robert Owen. Hay algo en el espíritu ruso que obliga a tratar de convertir esos sueños en realidad.
Hace veinte años nos despedimos del ‘Imperio Rojo’ de los soviéticos con maldiciones y lágrimas. Ahora podemos ver ese pasado con más calma, como un experimento histórico. Esto es importante, porque los argumentos sobre el socialismo no se han venido abajo. Una nueva generación ha crecido con una imagen diferente del mundo, pero muchos jóvenes están leyendo a Marx y Lenin de nuevo. En las ciudades rusas hay nuevos museos dedicados a Stalin, y nuevos monumentos han sido erigidos para él. El ‘Imperio Rojo’ se ha ido, pero el ‘hombre rojo’, el homus soviéticus, se mantiene. Perdura.
Mi padre murió recientemente. Él creyó en el comunismo hasta el final. Mantuvo su tarjeta de afiliación al partido. Yo no me atrevo a usar la palabra sovok, un epíteto despectivo para la mentalidad soviética, porque entonces tendría que aplicarlo a mi padre y a otras personas cercanas a mí, mis amigos. Todos ellos vienen del mismo lugar: el socialismo. Hay muchos idealistas entre ellos. Románticos. Hoy en día, a veces son llamados esclavos románticos. Esclavos de la utopía.
Creo que todos ellos podrían haber vivido diferentes vidas, pero vivieron vidas soviéticas. ¿Por qué? He buscado la respuesta a esa pregunta durante mucho tiempo. He viajado por todo el vasto país una vez llamado URSS, y grabé miles de cintas. Era el socialismo, y fue simplemente nuestra vida. He recogido la historia del socialismo ‘doméstico’, ‘puertas adentro’, poco a poco; la historia de su desarrollo en el alma humana. Me siento atraída por ese pequeño espacio llamado ‘ser humano’, un simple individuo. En realidad, es ahí donde todo sucede.
Justo después de la guerra, Theodor Adorno escribió, en estado de shock: “Escribir poesía después de Auschwitz es bárbaro”. Mi maestro, Alés Adamóvich, cuyo nombre menciono hoy con gratitud, sintió que la escritura en prosa acerca de las atrocidades del siglo XX era sacrílega. Nada puede ser inventado. Debes presentar la verdad tal como es. Se requiere una ‘superliteratura’. El testigo debe hablar. Las palabras de Nietzsche me vienen a la mente: “Ningún artista puede vivir sobre la realidad. Él no puede elevarla”.
Siempre me preocupó que la verdad no cupiera en un solo corazón, en una sola mente; que la verdad estuviera astillada de alguna manera. Hay mucho de eso, es variado, y está sembrado sobre el mundo. Dostoievski creía que la humanidad sabe mucho, mucho más sobre sí misma de lo que ha registrado en la literatura. Entonces, ¿qué es lo que tengo que hacer? Registro la vida cotidiana de los sentimientos, pensamientos y palabras. Registro la vida de mi tiempo. Estoy interesada en la historia del alma. La vida cotidiana del alma, las cosas que el panorama general de la historia usualmente omite o desdeña. Yo trabajo con la historia que falta.
A menudo me han dicho, incluso ahora, que lo que escribo no es literatura, que es un documento. ¿Qué es la literatura hoy en día? ¿Quién puede responder a esa pregunta? Vivimos más rápido que nunca. El contenido se forma de rupturas. Se quiebra y se transforma. Todo se desborda: música, pintura —incluso las palabras en los documentos escapan a los límites del documento—. No hay fronteras entre la realidad y la ficción, una desemboca en la otra. Los testigos no son imparciales. Al contar una historia, los humanos crean, lidian con el tiempo como lo hace un escultor con el mármol. Son actores y creadores.
Estoy interesada en la gente pequeña. La pequeña gran gente —es como yo lo pondría—, porque el sufrimiento engrandece a las personas. En mis libros, estas personas cuentan sus propias pequeñas historias y la gran Historia se cuenta en el camino. No hemos tenido tiempo para comprender lo que aún nos está pasando, solo tenemos que decirlo. Para empezar, debemos, al menos, articular lo que pasó. Tenemos miedo de hacer eso, no estamos listos para hacer frente a nuestro pasado.
En Los demonios, de Dostoievski, Shatov le dice a Stavrogin al comienzo de la conversación: “Somos dos criaturas que se han reunido en el infinito… por última vez en el mundo. ¡Así que deje ese tono y hable como un ser humano. Al menos por una vez, hable con una voz humana!”. Así es más o menos como empiezan las conversaciones con mis protagonistas. La gente habla de su propio tiempo, por supuesto, no pueden hablar de un vacío. Pero es difícil dar con el alma humana, el camino está plagado por la televisión y los periódicos y las supersticiones del siglo, sus prejuicios, sus engaños.
Me gustaría leer unas pocas páginas de mis diarios para mostrar cómo se movió el tiempo… cómo murió la idea… cómo he seguido su camino:
1980-1985
Estoy escribiendo un libro sobre la guerra. ¿Por qué sobre la guerra? Porque hay gente de guerra; siempre hemos estado en guerra o preparándonos para ella. Si nos fijamos, siempre hemos hablado en términos bélicos… en la casa, en la calle. Es por eso que la vida humana está tan depreciada en este país. Siempre es tiempo de guerra.
Empecé con dudas. Otro libro sobre la Segunda Guerra Mundial, ¿para qué?
En un viaje conocí a una mujer que había sido médico durante la guerra. Me contó una historia: mientras cruzaban el lago Ladoga, durante el invierno, los enemigos descubrieron el movimiento y abrieron fuego. Caballos y personas cayeron bajo el hielo. Todo pasó durante la noche. Ella tomó a alguien porque pensó que estaba herido y empezó a llevarlo hacia la orilla. “Lo arrastré, estaba húmedo y desnudo. Yo pensé que sus ropas habían sido arrancadas” —me dijo—. Una vez en la orilla, descubrió que había estado arrastrando un enorme esturión herido. Entonces lanzó un montón de improperios: hay gente sufriendo, pero los animales, las aves, los peces, ¿qué han hecho ellos?
En otro viaje escuché la historia de una médico de un escuadrón de caballería. Durante una batalla, empujó a un soldado herido hacia una trinchera, y solo entonces se dio cuenta de que era un alemán. Su pierna estaba rota y estaba sangrando. ¡Él era el enemigo! ¿Qué hacer? Su propia gente estaba muriendo ahí arriba. Pero ella vendó al alemán y reptó hacia afuera nuevamente.
Arrastró a un soldado ruso que había perdido el conocimiento. Cuando este volvió en sí, quería matar al alemán, y cuando el alemán recobró el sentido, agarró una ametralladora y quiso matar al ruso. “Abofeteé a uno de ellos y luego al otro. Nuestras piernas estaban cubiertas de sangre”, recordó. “La sangre estaba mezclada”.
Esta era una guerra de la que nunca había oído hablar. La guerra de una mujer. No se trataba de héroes. No se trataba de un grupo de personas que matan heroicamente a otro grupo de personas. Recuerdo un lamento femenino frecuente: “Después de la batalla, caminas por el campo. Yacen sobre sus espaldas. Todos jóvenes, tan guapos. Están allí, mirando al cielo. Sientes lástima por todos ellos, de ambos lados”. Fue esta actitud: “Todos ellos, de ambos lados”, la que me dio la idea sobre lo que trataría en mi libro: la guerra no es más que matar. Así es como se ha registrado en la memoria de las mujeres.
Esta persona justo ha estado sonriendo, fumando y ahora ya no está. Sobre las desapariciones es sobre lo que las mujeres hablaban más, sobre cómo todo puede, súbitamente, convertirse en nada durante la guerra. Tanto los seres humanos como el tiempo.
Sí, se habían ofrecido voluntariamente para ir al frente a los 17 o 18 años, pero no querían matar. Sin embargo, estaban prestos a morir. Morir por la patria. Morir por Stalin. No puedes borrar esas palabras de la historia.
El libro no fue publicado por dos años, no antes de la perestroika y Gorbachov. “Luego de leer tu libro, nadie más peleará”, me sermoneó un censor. “Tu guerra es aterradora. ¿Por qué no tienes ningún héroe?”. ¡Yo no estaba buscando héroes! Estaba escribiendo la historia a través de las historias de testigos y participantes inadvertidos.
Nunca les consultaron nada, ¿Qué es lo que la gente piensa? En realidad desconocemos qué opina la gente sobre las grandes ideas. Justo después de la guerra, una persona te contará una versión sobre ella; unas décadas después, será una guerra distinta, por supuesto. Algo va a cambiar en él, porque él ha replegado toda su vida en sus memorias. Todo su ser. Cómo vivió durante esos años, lo que leyó, lo que vio, a quién conoció. En lo que cree. Por último, si es feliz o no. Los documentos son criaturas vivas que cambian a medida que cambiamos.
Estoy convencida de que nunca más habrá mujeres jóvenes como aquellas de la guerra de 1941. Este fue el punto culminante de la idea ‘Roja’, incluso más alto que durante la Revolución y Lenin. Su victoria todavía eclipsa el Gulag1. Quiero mucho a estas mujeres. Pero no se podía hablar con ellas acerca de Stalin, o sobre el hecho de que después de la guerra, trenes enteros cargados de los vencedores más audaces y francos fueron enviados directamente a Siberia. El resto volvió a casa y se mantuvo en silencio.
Una vez escuché: “La única vez que fuimos libres fue durante la guerra. En el frente”. El sufrimiento es nuestro capital, nuestro recurso natural. No el crudo o el gas, sino el sufrimiento. Es lo único que somos capaces de producir constantemente. Siempre estoy buscando la respuesta: ¿por qué no convertir nuestro sufrimiento en libertad? ¿Realmente fue todo en vano? Chaadayev tenía razón: Rusia es un país sin memoria, es un espacio de amnesia total, una conciencia virgen para la crítica y la reflexión.
Pero los grandes libros se amontonan bajo nuestros pies.
1989
Estoy en Kabul. No quiero escribir más sobre la guerra. Pero aquí estoy en una guerra real. El periódico Pravda dice: “Estamos ayudando al fraterno pueblo afgano a construir el socialismo”. Gente de guerra y objetos de guerra están en todas partes. Tiempo de guerra.
No iban a llevarme a la batalla de ayer: “Quédate en el hotel, jovencita. Tendremos que responder por ti después”. Estoy sentada en el hotel, pensando: Hay algo inmoral en el control de la valentía de los demás y los riesgos que asumen. He estado aquí por dos semanas y no puedo evitar la sensación de que la guerra es un producto de la naturaleza masculina, que es incomprensible para mí. Pero los accesorios cotidianos de la guerra son grandiosos. Descubrí por mí misma que las armas son hermosas: ametralladoras, minas, tanques. El hombre ha pensado mucho en la mejor manera de matar a otros hombres. La eterna disputa entre la verdad y la belleza. Me mostraron una nueva mina italiana y mi reacción ‘femenina’ fue: “Es hermosa. ¿Por qué es hermosa?”. Me lo explicaron exactamente, en términos militares: Si alguien conduce o camina sobre esta mina en un cierto ángulo… no quedaría nada más que media cubeta de carne. La gente habla de cosas anormales aquí como si fueran normales, las dan por sentadas. Bueno, es la guerra… Nadie está volviéndose loco por estas imágenes; por ejemplo, hay un hombre tendido en el suelo, no fue asesinado por los elementos [naturales], no por el destino, sino por otro hombre.
Vi cómo cargaban un ‘tulipán negro’ (el avión que lleva a las bajas de vuelta a casa en ataúdes de zinc). Los muertos son a menudo vestidos con viejos uniformes militares de los años cuarenta, con pantalones de montar; a veces incluso no hay suficientes para todos. Unos soldados estaban charlando: “Acaban de entregar algunos nuevos cuerpos a los frigoríficos. Huelen como a jabalí en descomposición”. Voy a escribir sobre esto. Temo que nadie en casa me creerá. Nuestros periódicos simplemente escriben sobre lazos de amistad instaurados por los soldados soviéticos.
Hablo con los chicos. Muchos han venido voluntariamente. Pidieron venir aquí. Noto que la mayoría de ellos son de familias educadas, intelectuales: maestros, médicos, bibliotecarios… gente de libros. Ellos sinceramente soñaban con ayudar al pueblo afgano a construir el socialismo. Ahora se ríen de sí mismos. Vi un lugar en el aeropuerto donde cientos de ataúdes de zinc brillan misteriosamente al sol. El oficial que me acompañaba no podía ayudarse a sí mismo: “¿Quién sabe… mi ataúd podría estar allí… Me colocarán en ellos… ¿Para qué estoy luchando aquí?”. Sus propias palabras lo asustaron y enseguida dijo: “No escriba eso.”
Por la noche sueño con los muertos, todos tienen miradas de sorpresa en sus rostros: “¿Qué? ¿Dices que fui asesinado? ¿Realmente me han matado?”.
Conduje a un hospital para civiles afganos con un grupo de enfermeras, trajimos regalos para los niños. Juguetes, dulces, galletas. Yo tenía unos cinco osos de peluche. Llegamos al hospital, unos largos cuarteles. Nadie tiene más que una manta por cama. Una joven mujer afgana se acercó a mí, con un niño en los brazos. Quería decirme algo —en los últimos diez años casi todo el mundo aquí ha aprendido a hablar un poco de ruso— y le entregué al niño un juguete, que tomó con los dientes. “¿Por qué los dientes?”, pregunté sorprendida. Ella retiró la manta de su pequeño cuerpo; el niño había perdido ambos brazos. “Fue cuando los rusos bombardearon”. Alguien me levantó cuando empecé a caer.
Vi a nuestros cohetes Grad2 convertir aldeas en campos devastados. Visité un cementerio afgano que tenía más o menos la extensión de una aldea. En algún lugar en medio del cementerio, una vieja mujer afgana estaba gritando. Recordé el aullido de una madre en un pueblo cerca de Minsk cuando llevaron un ataúd de zinc a la casa. El grito no era humano o animal… Se parecía a lo que escuché en el cementerio de Kabul…
Tengo que admitir que no me liberé de una vez. Yo era sincera con mis temas, y ellos [los entrevistado] confiaban en mí. Cada uno de nosotros tiene su propio camino hacia la libertad. Antes de Afganistán yo creía en el socialismo con rostro humano. Volví de Afganistán libre de todas las ilusiones. “Perdóname, padre”, le dije cuando lo vi. “Me educaste para creer en los ideales comunistas, pero al ver a aquellos hombres jóvenes, colegiales soviéticos como a los que tú y mamá enseñaban (mis padres eran maestros de la escuela del pueblo), matar a gente que no conocen, en territorio extranjero, fue suficiente para convertir todas tus palabras en cenizas. Somos asesinos, papá, ¡¿lo entiendes?!”. Mi padre lloró.
Muchas personas regresaron libres de Afganistán. Pero hay otros ejemplos también. Había un joven en Afganistán que me gritó: “Eres una mujer, ¿qué puedes entender tú acerca de la guerra? ¿Crees que la gente muere una muerte bonita en la guerra, como lo hacen en los libros y películas? Mi amigo fue asesinado ayer, recibió un balazo en la cabeza y siguió corriendo otros diez metros, tratando de recuperar sus propios sesos…”. Siete años después, el mismo sujeto es un exitoso hombre de negocios a quien le gusta contar historias sobre Afganistán. Él me llamó: “¿Para qué sirven tus libros? Son demasiado miedosos”. Era una persona diferente, ya no es el joven que había conocido en medio de la muerte, que no quería morir a los veinte años…
Me pregunto: ¿Qué clase de libro quiero escribir sobre la guerra? Me gustaría escribir un libro sobre una persona que no dispare, que no pueda abrir fuego contra otro ser humano, que sufre con la mera idea de la guerra. Pero ¿dónde está? No la he encontrado.
1990-1997
La literatura rusa es interesante, pues es la única para contar la historia de un experimento llevado a cabo en un país enorme. A menudo me preguntan: “¿Por qué siempre escribes sobre la tragedia?”. Porque así es como vivimos. Vivimos en diferentes países ahora, pero la gente ‘roja’ está en todas partes. Salen de esa misma vida y tienen los mismos recuerdos.
Me resistí a escribir sobre Chernóbil durante mucho tiempo. Yo no sabía cómo escribir sobre ello, qué instrumento utilizar, cómo abordar el tema. El mundo apenas había escuchado algo sobre mi pequeño país, escondido en un rincón de Europa, pero ahora su nombre estaba en boca de todos. Nosotros, los bielorrusos, nos convertimos en la gente de Chernóbil. Los primeros en enfrentarse a lo desconocido. Ahora estaba claro: más allá de los nuevos retos religiosos, los étnicos y aquellos planteados por el comunismo, retos globales más violentos, que antes eran invisibles, estaban reservados para nosotros. Algo se abrió un poco después de Chernóbil…
Recuerdo un taxista de edad desesperarse cuando una paloma golpeó el parabrisas: “Cada día, dos o tres pájaros se estrellan contra el coche, pero los periódicos dicen que la situación está bajo control”.
Las hojas en los parques de la ciudad fueron rastrilladas, llevadas fuera de la ciudad y enterradas. La tierra de las áreas contaminadas también fue extraída y enterrada: tierra sepultada bajo tierra. La leña fue soterrada y también la hierba. Todo el mundo parecía un poco loco. Un viejo apicultor me dijo: “Salí al jardín aquella mañana pero le faltaba algo, un sonido familiar. No había abejas. No pude oír una sola abeja. ¡Ni siquiera una! ¿Qué estaba pasando? Tampoco volaron el segundo día o el tercero… Entonces nos dijeron que había ocurrido un accidente en la central nuclear y no mucho más. No supimos nada durante mucho tiempo. Las abejas sabían, pero nosotros no”. Toda la información sobre Chernóbil en los periódicos estaba en lenguaje militar: explosión, héroes, soldados, evacuación… La KGB trabajaba justo en la estación. Estaban buscando espías y saboteadores. Circularon rumores de que el accidente fue planeado por los servicios de inteligencia occidentales con el fin de socavar el área socialista. Equipo militar estaba camino a Chernóbil y los soldados venían. Como de costumbre, el sistema funcionaba como en tiempos de guerra, pero en este nuevo mundo, un soldado con una nueva y reluciente arma era una figura trágica. Lo único que podía hacer era absorber grandes dosis de radiación y morir cuando regresara a casa.
Ante mis ojos, la gente pre-Chernóbil se convirtió en la gente de Chernóbil.
No se podía ver la radiación, ni tocar, ni oler… El mundo alrededor era a la vez familiar y desconocido. Cuando viajé a la zona, me dijeron de inmediato: no recojas flores, no te sientes en la hierba, ni bebas agua de pozo… La muerte se escondía en todas partes, pero ahora era una especie distinta de muerte. Llevaba una nueva máscara; un disfraz desconocido. Las personas mayores que habían vivido la guerra estaban siendo evacuadas nuevamente. Miraban al cielo: “¿Cómo puede esto ser la guerra? El sol está brillando… no hay humo, no hay gas, nadie dispara. Pero tenemos que convertirnos en refugiados”.
Por las mañanas, todos se aferraban a los diarios, ávidos de noticias y, a continuación, los dejaban, decepcionados. No se habían encontrado espías. Nadie escribía sobre los enemigos del pueblo. Un mundo sin espías y sin enemigos también era extraño. Ese fue el comienzo de algo nuevo. Tras Afganistán, Chernóbil nos convirtió en gente libre.
Para mí, el mundo se separó: dentro de la zona no me sentía bielorrusa o rusa o ucraniana, sino una representante de una especie biológica que podía ser destruida. Dos catástrofes coincidieron: en el ámbito social, la Atlantis socialista se hundía; y en la cósmica, estaba Chernóbil. El colapso del imperio trastornó a todos. La gente estaba preocupada por la vida cotidiana. ¿Cómo y con qué comprar cosas? ¿Cómo sobrevivir? ¿En qué creer? ¿Qué consignas seguir en este tiempo? ¿O tenemos que aprender a vivir sin ninguna gran idea? Esto último era desconocido también, ya que nadie había vivido de esa manera. Cientos de preguntas confrontaron al ‘hombre rojo’, pero él se quedó solo. Nunca había estado tan solo como en los primeros días de libertad. Estaba rodeada de gente en estado de shock y los escuché.
Cierro mi diario.
¿Qué nos sucedió cuando el imperio se derrumbó? Anteriormente, el mundo estaba dividido: había verdugos y víctimas —eso fue el Gulag; hermanos y hermanas— era la guerra; el electorado —parte de la tecnología y el mundo contemporáneo—. Nuestro mundo también se había dividido entre quienes fueron encarcelados y los que fueron carceleros; hoy hay una división entre eslavófilos y occidentalistas, ‘fascistas-traidores’ y patriotas. Y entre los que pueden comprar cosas y los que no. Esto último, yo diría, era la más cruel de las pruebas luego del socialismo, porque no hace tanto tiempo que todos habían sido iguales. El ‘hombre rojo’ no fue capaz de entrar en el reino de la libertad que había soñado alrededor de su mesa de la cocina. Rusia se dividió sin él, y él se quedó sin nada. Humillado y robado. Agresivo y peligroso.
Estos son algunos de los comentarios que he escuchado mientras recorría Rusia:
“La modernización solo ocurrirá aquí con sharashkas, esas prisiones para científicos, y con pelotones de fusilamiento”.
“Los rusos realmente no quieren ser ricos, eso incluso los atemoriza. ¿Qué quiere un ruso? Solo una cosa: que nadie más se haga rico. No más que él”.
“No hay gente honesta aquí, pero están los santos”.
“Nunca veremos una generación que no haya sido azotada; los rusos no entienden la libertad, necesitan al cosaco y el látigo”.
“Las dos palabras más importantes en Rusia son ‘guerra’ y ‘prisión’. Usted roba algo, se divierte, lo encierran, sale y luego termina de vuelta en la cárcel”.
“La vida rusa necesita ser viciosa y despreciable. Entonces, el alma se eleva, se da cuenta de que no es de este mundo… Mientras más sucias y sangrientas son las cosas, más espacio hay para el alma…”.
“Nadie tiene la energía para una nueva revolución, o la locura. Ningún espíritu. Los rusos necesitan el tipo de idea que cause escalofríos en la espalda…”.
“Así que nuestra vida se debate entre caos y cuarteles. El comunismo no ha muerto, su cadáver todavía está vivo”.
Me tomaré la libertad de decir que nos perdimos la oportunidad que tuvimos en la década de 1990. La pregunta fue planteada: ¿qué tipo de país deberíamos tener?, ¿un país fuerte, o uno digno donde la gente pueda vivir decentemente? Elegimos el primero: un país fuerte. Una vez más estamos viviendo en una era de poder. Los rusos hacen la guerra a los ucranianos. Sus hermanos. Mi padre es bielorruso, mi madre, ucraniana. Hay muchos en la misma situación. Aviones rusos están bombardeando Siria.
Una época llena de esperanza ha sido sustituida por una de miedo. El tiempo ha dado marcha atrás. El tiempo en que vivimos ahora es de segunda mano…
A veces no estoy segura de que he terminado de escribir la historia del ‘hombre rojo’.
Tengo tres hogares: mi tierra bielorrusa, la patria de mi padre, donde he vivido toda mi vida; Ucrania, la patria de mi madre, donde nací; y la gran cultura rusa, sin la cual no me puedo imaginar a mí misma. Todos son muy queridos para mí. Pero en los tiempos que corren es difícil hablar de amor.
Notas
El Gulag, por sus siglas en ruso (Glávnoie upravlenie ispravítelno-trudovyj lagueréi i koloni) era la Dirección General de Campos de Trabajo, una la rama del NKVD que dirigía el sistema penal de campos de trabajos forzados y otras funciones de policía en la Unión Soviética. Aunque los campos de trabajos forzados operaron en Rusia antes de esa fecha y del establecimiento de la Unión Soviética, el Gulag fue oficialmente creado el 25 de abril de 1930, y disuelto el 13 de enero de 1960.
El BM-21, apodado grad (granizo), es un sistema múltiple de lanzamiento de cohetes soviéticos.