La sirena negra: el seductor canto de la muerte | Reseña

Breve reseña de la novela de Emilia Pardo Bazán, publicada en 1908.


Del relato homérico aprendimos las advertencias que le hiciera la soberana Circe a Odiseo para cuando se cruzase con las sirenas:


Primero llegarás a las Sirenas, las que hechizan a todos los hombres que se acercan a ellas. Quien acerca su nave sin saberlo y escucha la voz de las Sirenas ya nunca se verá rodeado de su esposa y tiernos hijos, llenos de alegría porque ha vuelto a casa; antes bien, lo hechizan éstas con su sonoro canto sentadas en un prado donde las rodea un gran montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca. Haz pasar de largo a la nave y, derritiendo cera agradable como la miel, unta los oídos de tus compañeros para que ninguno de ellos las escuche. En cambio, tú, si quieres oírlas, haz que te amarren de pies y manos, firme junto al mástil —que sujeten a éste las amarras—, para que escuches complacido, la voz de las dos Sirenas; y si suplicas a tus compañeros o los ordenas que te desaten, que ellos te sujeten todavía con más cuerdas[1].

Odiseo y las sirenas

¿Hay alguien que nos advierta sobre la seducción que ejercen los cantos de la muerte sobre los hombres? Quizá pudiéramos aventurarnos a decir que lo hace Emilia Pardo Bazán en La sirena negra, publicada en 1908. Difícil de encasillar en un movimiento específico, esta novela juega con los lindes del realismo, del naturalismo y aun con el surrealismo.

Las reflexiones teosóficas y sobre «la Seca» —alegoría de la muerte— son el centro de las cavilaciones y el eje conductor de las acciones de Gaspar de Montenegro, el protagonista de esta obra: un aristócrata potentado desilusionado de la vida. La narración, mayoritariamente en primera persona con diálogos interpolados, se inicia in medias res, mientras Gaspar camina en medio de la noche, presentando así los rasgos de una ciudad cosmopolita. La narración está en presente, aunque recurre a analepsis y prolepsis para darnos a conocer la vida, no solo de Gaspar, sino la de su hermana, Camila; el pequeño Rafaelín, objeto de sus afectos (no es un decir, existe una cosificación del infante), quien será adoptado por Montenegro tras la muerte de Rita Quiñónez para satisfacer el ansia de paternidad del desencantado.

Como un rasgo propio del naturalismo, ecografía de la vida de inicios del siglo XX, la obra abunda en descripciones de situaciones y lugares que nos acercan a la psicología de los personajes. Con un lenguaje refinado y preciosista, la obsesión con la muerte se expresa constantemente. La situación de privilegio del varón aristócrata se manifiesta no solo en los modos de vida, sino también en la asimetría de las relaciones de poder que ejerce sobre su herma, a quien mira como inferior en dotes y carácter, e incluso con Annie, la preceptora del niño, cuyo cuerpo será también objeto de deseo y que terminará violentando solo para dar cuenta de que la violencia y el poder se ejercen sobre los cuerpos vulnerables solo porque se puede.

Narrada con gran maestría, esta novela hace gala de diversos recursos narrativos que nos llevan a presenciar las aspiraciones más nobles y los deseos y actos más concupiscentes del hombre, no del ser humano. Al respecto, nos dice el protagonista en un soliloquio: «El “género humano” es el vocablo más vacío de sentido; no hay humanidad, hay hombres»[2].

La danse macabre

Particular atención merece el capítulo quinto, que se desmarca del resto de la obra para, en un flujo de consciencia, llevarnos por un sueño premonitorio de la muerte que evoca a las Danzas macabras tardomedievales.

La muerte, indefectible e inescrutable, se presentará ante Baltazar, pero no le alcanzará. Los cantos de la Sirena Negra, que acapararan la vida entera de este hombre, serán el augurio de ese montón de huesos humanos putrefactos que se presentan ante cualquiera que no sea Ulises.


[1] Homero, «Canto XII», Odisea (Madrid: Cátedra, 1987), 40.

[2] Emilia Pardo Bazán, La sirena negra (Biblioteca Virtual Universal-Editorial del Cardo, 2006), 2.


Sobre la autora

(La Coruña, 16 de septiembre de 1851-Madrid, 12 de mayo de 1921). Condesa de Pardo Bazán, novelista, periodista, feminista, ensayista, crítica literaria, poeta, dramaturga, traductora, editora, catedrática y conferencista española, introductora del naturalismo en España. Aunque se postuló tres veces, nunca llegó a ocupar un lugar de la RAE. Ciertos ‘caballeros’, miembros de la Academia, como Juan Valera, se opusieron a su incorporación aduciendo ‘argumentos’ como que su «su trasero no cabría en uno de los sillones de la RAE».

Chicas muertas, de Selva Almada | Reseña

Pensad que esto ha sucedido:
os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
al estar en casa, al ir por la calle,
al acostaros, al levantaros;
repetídselas a vuestros hijos.
Si esto es un hombre
(Primo Levi, Trilogía de Auschwitz, 2017:29)

Vivo en un cuarto piso y estoy sola, mi marido está de viaje. Por primera vez en muchos años he puesto seguro en cada una de las puertas de mi casa. Un viento inusual, que viaja a más de veinte kilómetros por hora, se pelea con las hojas de zinc que recubren mi techo. Ese sonido, como de trueno, hace que me sobrecoja. A veces, Guayaquil hace que me duela el cuerpo. La escena que estoy viviendo es la misma que vive Andrea, mi tocaya, una de las protagonistas del libro que leo. Ella no despertó del sueño, ¿lo haré yo?

Chicas muertas, de Selva Almada, es un relato profundo y sin concesiones que oscila entre la crónica policial y el thriller, pero va más allá de eso. La narración parte de tres casos reales, «tres muertes impunes ocurridas cuando todavía, en nuestro país, desconocíamos el término femicidio». Almada, implicándose desde el primer momento en el relato, se remonta a sus recuerdos en la década de los ochenta, para contarnos las historias de Andrea Danne, quien fue hallada muerta en su cama, apuñalada; María Luisa Quevedo, cuyo cadáver, con el rostro picoteado por los pájaros, se encontró abandonado en un terreno baldío; y, Sarita Mundín, desaparecida —probablemente— debido al tráfico de mujeres.

Almada recuerda cuando escuchó en la radio la noticia de la muerte de Andrea. Entonces «no sabía que a una mujer podían matarla por el solo hecho de ser mujer» o que «la casa […] no era el lugar más seguro del mundo. Adentro de tu casa podían matarte. El horror podía vivir bajo el mismo techo que vos». A la noticia le sobrevino el silencio, el suyo y el de su padre. ¿Qué se puede decir frente al horror? O se calla o se escribe muchos años más tarde, como Primo Levi o Selva Almada.

Almada hace uso de múltiples voces narrativas, en primera y tercera persona especialmente, y varía entre el discurso directo y el indirecto libre. Incluso las chicas muertas pueden hablarnos. La autora, con eso, nos propone habitar una zona de indiferenciación entre nosotras y el afuera. Lo mismo hace uso de los recursos investigativos más pedestres como de lo esotérico —encarnado en la «Señora», una médium por medio de quien las occisas se expresan—, para proponernos: «Lo que tenemos que conseguir es reconstruir cómo el mundo las miraba a ellas. Si logramos saber cómo eran miradas, vamos a saber cuál era la mirada que ellas tenían sobre el mundo».

Noticias como las que son materia del libro llenan a cada día las páginas de los diarios en casi todos los países de Latinoamérica y usualmente la impunidad es también el pan de cada día, da lo mismo si los crímenes suceden en las grandes ciudades o, como en este caso, en las afueras. Algo que aprendemos con esta narración es que la muerte también tiene periferias y en sus márgenes también están los pobres y, lastimosamente, las chicas muertas.

Referencias bibliográficas:

Almada, Selva. Chicas muertas. Buenos Aires: Literatura Random House, 2014. E-book.
Levi, Primo. Trilogía de Auschwitz. Colombia: Editorial Planeta, 2017, 2.ª edición.

Eternidad

En el principio —dicen los Txucaramay—,

todo era noche,

no había día.

Entonces, todo era hoy

no había mañana.

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Operador asterisko

*

Nos conocimos antes del diluvio
pero no pudimos alcanzar el arca.
—Camina conmigo —sugerí—
y nunca más volviste a soltarme la pata.
Hubiese sido más romántico
morir de mutuo ahogo
con las lenguas del otro atravesadas en la garganta,
que ser esa especie extinta de los relatos bíblicos
por no escuchar la alarma.

Davilara, el bombero que le ganó al diablo | Reseña de A ritmo endiablado de bomba

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Serigrafía de A ritmo endiablado de bomba, cortesía de Alice Bossut

Robert LeRoy Johnson nació en 1911 en Hazlehurst, al sur del estado de Mississippi. Fue un cantante, compositor y guitarrista estadounidense de blues conocido como el ‘rey del blues del Delta’.

La leyenda dice que aunque tocaba varios instrumentos era más bien mediocre, hasta que, de la noche a la mañana, empezó a tocar la guitarra con un estilo tan particular que su ejecución fue envidiada por muchos, quienes consideraron que tocar así, de repente, no puede ser otra cosa que fruto de un pacto con el diablo.

El autor de ‘Crossroads’ habría vendido su alma al demonio justamente en el cruce de caminos de la actual autopista 61 con la 49 en Clarksdale (Mississippi-EE.UU.), a cambio de tocar blues mejor que nadie. Esperó en el cruce hasta la medianoche, le entregó su guitarra al diablo y este se la devolvió lista, las manos de Robert solo tenían que deslizarse por el mástil para interpretar el mejor blues de la historia. Poco después, a los 27 años, murió en circunstancias misteriosas (fue uno de los primeros músicos miembros del club). No hubo autopsia.

En Ecuador, en cambio, tuvimos a un músico que tocaba mejor Satanás, era tan bueno que no tuvo que empeñar el alma. Se trata de José David Lara Borja, Davilara, el ‘rey de la bomba’, quien nació en Tumbatú, valle del Chota, a inicios del siglo XX y murió alrededor de 1995.

La historia cuenta que Davilara era todo un personaje, un mito vivo: caminaba descalzo, «pata llucha», y eran tan ásperas las plantas de sus pies que incluso se podía prender fósforos raspándolos contra ellas. Su forma tan particular de interpretar la bomba (instrumento de percusión utilizado típicamente en las bandas mochas y para tocar el ritmo que lleva su mismo nombre) inspiró a varias generaciones de músicos y bailarines afrochoteños. Según cuentan los mayores, «cuesta arriba […] hacia donde ni los animales se aventuran», Davilara venció en un duelo musical de tres días con sus noches al mismísimo Diablo, quien, tras la fiesta de un compadre del músico, fue a buscarlo para saber si eran ciertos los rumores de que era tan buen ejecutante.

Esta historia sobre Davilara proviene de la tradición oral de los negros del Chota (sí, «son negros, no negritos, ni morenos, ni afros; negros, con mucho cariño y mucho respeto, así les gusta que les digan, porque les preguntamos», dice Marco Chamorro, ilustrador) y se recoge en una edición de lujo de la editorial Comoyoko.

Este libro, A ritmo endiablado de bomba, —con un tiraje de cuatrocientos ejemplares numerados— es un objeto precioso. Es un trabajo artesanal de alta calidad que cuida de los mínimos detalles: de encuadernación japonesa, cosido a mano simulando los hilvanes que se pueden ver en la bomba, impreso en serigrafía a dos colores «para representar el cielo y el suelo, los dos lados macho y hembra que debe tener el istrumento» sobre papel Favini Crush Citrus y Enviroment FSC (y no, no es un dato nimio, el papel fue escogido porque es del color del instrumento alrededor del cual gira la historia), forma parte de la colección Cajaronca y fue correalizado por los ilustradores Alice Bossut (Francia) y Marco Chamorro (Ecuador).

La propuesta de Comoyoko nació de la idea de hacer libros ilustrados en los que dialogue el texto con la imagen; de juntar a escritores, poetas, artistas plásticos; de hacer libros «artesanales entre comillas», dice Marco, en serigrafía, cuyo formato no tradicional siempre va a variar de acuerdo con la historia, orientados a generar un lector activo.

La investigación para realizar el libro tomó desde octubre a diciembre del año pasado y tuvo, antes que un referente teórico, un acercamiento «más bien intuitivo» hacia la comunidad. Cuenta Alice: «Llegamos un día a La Caldera, sin intención de hacer un libro, íbamos a bañarnos en el río, unos tres días, llegamos para una fiesta del día de la madre, nos encantó, pasamos muy bien y ahí dijimos “hagamos el segundo libro aquí” —el primero se llama Mama Cotacachi & Taita Imbabura y se basa en la historia del gigante de la laguna, de la tradición imbabureña—». Alice y Marco presentaron su proyecto al Ministerio de Cultura aún sin saber qué historia iban a contar, lo que sí sabían es que querían contar una leyenda del valle del Chota y que buscando la iban a encontrar.

Marco es oriundo de El Ángel, provincia del Carchi, y había escuchado de niño, mientras pasaba las vacaciones entre el río y las cosechas de fréjol, varias leyendas. «Juan Olmedo Rojas, un amigo, nos contaba historias, como en todo pueblo». Dar con la historia que iban a contar no les tomó mucho. Julis Arce, un profesor que da clases en San Rafael, les recomendó hablar con Iván Pavón, una persona que conoce mucho sobre su cultura, sobre la historia del pueblo afro, «él da clases en Mascarilla y nos dijo: “hace dos días estuvo un señor, Teodoro Méndez, que contó una historia bien bonita sobre un músico”; nos dio el teléfono de Teodoro y así fuimos a parar a Tumbatú», cuenta Marco. «Volvimos una y otra vez —interviene Alice— y Teodoro, muy generoso, nos contaba anécdotas, con mucha sal, nos reíamos mucho, pero no daban para hacer un libro, hasta que contó esta y ahí supimos que esa era. Luego una amiga nos dio el contacto de Marcelo Acosta, en La Concepción, lo fuimos a ver, y nos dice: “Claro, yo lo conocí cuando era niño y él mismo me contó que se había enfrentado con el diablo”; pero Teodoro también lo había escuchado de la boca de Davilara, porque, claro, son gente de más de sesenta años que lo escucharon del mismo personaje». Las anécdotas que contó Teodoro y casi un mes de convivencia con la gente de la comunidad nutrieron el libro. Algunos amigos incluso se configuraron como personajes. Esta convivencia también permitió que aunque la de los artistas fuera una mirada externa, esta esté despojada de folclorismos y sesgos. Poco después hallaron una investigación del musicólogo Juan Mullo y descubrieron, con las fotos, que la forma en que ellos lo habían ilustrado «era tal cual».

Esta manía de contar, esta urgencia de visibilizar las historias es ahora, «porque si no cuentas, te olvidas», dice Alice. Si no escribimos hoy nuestras leyendas, ¿cómo sabremos que «En la oscuridad el Diablo, más emperrado que nunca, no ve cómo Davilara hace para tocar tan bonito y con tanta fuerza»? ¿Cómo sabremos que «Enrabiado, el Diablo lanza su bomba al suelo y desaparece entre relámpagos»?

Bomba

David Lara cantando. Audio grabado por Juan Mullo Sandoval en 1987

Este texto fue originalmente publicado en No 242 de la Revista Cultural CartóNPiedra

Epitafio pop

street art animated graffiti

Habría que aprender a morir
como estrella de rock
o como el notario Cabrera.
Habría que morir de sobredosis

la que fuera—

de cocaína
                   viagra
                               prózac
de infarto fulminante

o como los heroinómanos:
                                                montando al dragón.

Haría que aprender a morir
como Amy Winehouse
                                          she died a hundred times

o como el prestamista machaleño:
con show mediático incluido,
llanto sobre el difunto
y epitafio pop

«aquí yace el pinga de oro».

 

Ubicación geográfica de los sucesos

Son tres meses ya desde que Ubicación geográfica de los sucesos vio la luz. Desde entonces ha habido más sucesos, más caminos, más imágenes, vida.

Agradezco a dos maravillosas poetas: Laura Casielles Hernández por su comentario para la contraportada y a Carla Badillo Coronado por sus palabras de presentación; también a mi querido René Martínez por su portada.

PortadaAndreaTorresArmas

Diseño de portada: René Martínez Sáncez

Estas son las palabras de Laura:

Este libro nos recuerda algo que demasiado a menudo olvidamos: que las ciudades no están hechas de asfalto y edificios, sino de lo que sentimos en ellas, de las miradas que arrojamos a sus calles, de la comunidad que construimos con nuestros encuentros. Hay ciudades de nuestras vidas: las ciudades en las que vivimos el amor, las ciudades a las que hicimos viajes iniciáticos. Las fotos nunca son estáticas, precisamente porque nos contienen. Los espacios mutan con nuestro vivirlos. La ciudad somos nosotros: hay que recordarlo para poder seguir creándola cada día, con los pasos y con las palabras.

Este libro, estos sucesos y geografías, son un modo de ayudarnos a ese recuerdo necesario. Y por eso gracias.

Y esta la presentación de Carla:

La poesía será búsqueda o no será; en consecuencia, todo verso una nueva pregunta. Ubicación geográfica de los sucesos es una búsqueda constante a través de las grietas de su autora, quien indaga el lenguaje moviéndose hacia adentro como un uróburos, ese animal mitológico que engulle su propia cola.

Andrea Torres Armas va en busca de la construcción poética. La encuentra. Vuelve una y otra vez sobre ella como vuelve sobre la palabra ciudad, imaginario vivo de sus letras. Las musas de Andrea son palpables y no etéreas, musas que se encuentran en lo táctil, en lo cotidiano: detrás de una cámara de fotos o en medio de una carretera.

Dividido en tres partes: ‘De sucesos y geografías’, ‘Tomoscopios’ y ‘Relatividad especial’, este poemario fue escrito en diferentes tiempos y mantiene contrastes entre la multitud y el yo. En la primera parte desfilan un abanico de lugares: Quito, Perú, Nueva York, París, mientras que la segunda se trata de un tomoscopio -una variante del caleidoscopio- donde la realidad se fragmenta en un juego de espejos. Y la tercera: ‘Relatividad especial’, es un guiño a Albert Einstein cuando nos dice que la realidad depende del punto de vista del observador. Así, Ubicación geográfica de los sucesos nos invita a recorrer su naturaleza circular, laberíntica, con poemas lúcidos y cotidianos como el que habla de su abuela con alma de profeta.

Es fácil darse cuenta de que las interrogantes de la autora llevan ya largo trecho. Hace algunas semanas le pregunté a Andrea desde cuándo escribía poesía y me dijo que desde niña, quizá desde los 9 años, y que siempre le resultó cercana. Su padre, en gran parte, fue quien encendió la luz, cuando su memoria prodigiosa le permitía recitarle poemas a su hija como si fueran cuentos.

Hoy Andrea Torres Armas, con esta ópera prima, nos demuestra que vive en poesía, y con este libro nos da la llaves para múltiples lecturas. O en palabras de ella misma:

Ya nada es radicalmente verdadero
ni siquiera la penumbra
amortiguada a media vela.
No importa qué tan rápido corra la luz
la oscuridad llega siempre primero.
Y nosotros
medio tontos
medios ciegos
queremos seguir sin darnos cuenta
-del todo-.

Aquí dejo un par de notas que han salido por ahí:

El silencioso motor de nuestro llanto por Diego Cazar Baquero en Revista Rocinante

Quito es una ciudad muy ruidosa a la que le falta música por Luis Fernando Fonseca en El Telégrafo

Las ciudades son sensaciones 

Un recuerdo necesario

Café con letras, Entrevista con Marc Bayes en Click radio online

Sandra Araya, Andrea Torres Armas, Carla Badillo Coronado

Sandra Araya, Andrea Torres Armas, Carla Badillo Coronado

Fotografía de Álvaro Pérez, El Telégrafo

Andrea Torres Armas. Fotografía de Álvaro Pérez, El Telégrafo

De epitafios y marionetas / Reseña de Toque de queda

Este artículo fue originalmente publicado en el N° 152 de la revista CartóNPiedra

Sobre Toque de Queda (La Bestia Equilátera, 2014) de Jesse Ball
Por Andrea Torres Armas.

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“La tradición de los oprimidos nos enseña que el estado de excepción
en el cual vivimos es la regla. Debemos adherir a un concepto de
historia que se corresponda con este hecho”.
Walter Benjamin

Está bien, lo admito, hasta que descubrí los libros de Neil Gaiman me saltaba los prólogos —aunque eso es otra historia—. Si uno va a leer un libro no necesita saber qué piensa otro sobre él. Corremos siempre el riesgo de que los prólogos busquen emparentar escrituras, comparen autores, creen herederos innecesariamente, anuncien fábulas y paratextos… Sin embargo, cuando abrí Toque de Queda, el prólogo de Luis Chitarroni (Editor del Año de la Fundación El Libro) me atrapó —tengo una debilidad por los textos que inician con epígrafes de temas de Radiohead—, pero lo fundamental es que allí se plantea si luego de monstruos de la literatura vale la pena seguir escribiendo.

En la contratapa se nombra a Kafka, Murakami y Miyazaki. Como si cuando uno se enfrenta a un autor nuevo tiene que sí o sí meterlo en alguno de los cajones preexistentes, no importa si nos gustan o no.

La distopía: una niña muda, inteligente e intrépida. Un padre exviolinista que trabaja redactando epitafios de esos que uno quisiera tener en su lápida al morir. Una vida de pequeñas alegrías y grandes privaciones. Una madre desaparecida. Un gobierno totalitario, un asesino difuso que todo lo alcanza. Una pareja de ancianos titiriteros. Un disimulado teatro de marionetas en el que termina de cobrar forma la historia que el narrador no quiere contar.

“Uno recordaba que el mundo había sido distinto, y hasta hacía poco tiempo. ¿Pero en qué? Esta era la pregunta que carcomía a los que no podían evitar hacerse preguntas”.

Estos pocos elementos le bastan a Jesse Ball, narrador, poeta e ilustrador (Nueva York, 1978) para ofrecernos una novela profundamente conmovedora (la tercera a su haber, primera en ser traducida al español).
Esta es una obra engañosa, se lee con facilidad pero a ratos es hermética, casi como un voto de silencio que guarda todo el dolor y la extrañeza y la perplejidad que conlleva estar vivos.

Gracias a una serie de ardides tipográficos, diálogos y pausas, Ball logra presentarnos, muy a su manera —con una prosa sobria y exacta—, una especie de teatro aleatorio en cada página en el que bien podríamos ser los lectores sus marionetas y plantear con su obra, no si vale la pena seguir escribiendo, sino una nueva forma de leer, de experimentar la lectura.
Quid rides?, mutato nomine de te fabula narratur (Vos, ¿de qué te ríes, si cambiaras el nombre sería tu historia?) —dice una cita de Horacio.

Es cierto y Jesse Ball nos lo recuerda.

En este enlace de la editorial pueden leer el primer capítulo de la novela.

Soñando en Vindravan y otras historias de ellas

Y bueno, resulta que un día encontré en mi bandeja de entrada un mensaje que decía: «Soñando en Vindravan ya es una realidad». Tras años de abulia escritoril y bloguera, la noticia de la publicación de uno de mis relatos ‘Inferno, estación penthouse’ en el libro Soñando en Vindravan y otras historias de ellas, me sacó del letargo.

Mi relato fue escogido como uno de los finalistas del Premio Internacional de Narrativa Femenina Bovarismos 2014, organizado por La Pereza Ediciones.

¿Qué van a encontrar aquí? La contraportada responde:

El lector encontrará en sus páginas ficciones escritas por mujeres, sí, mas no literatura feminista, ni siquiera literatura femenina, sino simple y llanamente, Literatura, así, con mayúscula.
Las historias transitan del amor al desamor, de la cercanía a la distancia, del placer más puro al más insondable dolor. Pasan, eso sí, todas pasan, por la voz de una mujer, pero no de una mujer cualquiera, sino del tipo de esas que tienen mucho que decir.

Y ya, si se les antoja leer esas historias pueden adquirir el libro en este enlace de Amazon.

Imagen

 

Saludos, señoras y señores. Luego de esta noticia, me voy cantando y bailando…

 

Mujeres de marzo – Fanzine Poético #3 –

A propósito del Día Internacional de la mujer, presento la publicación del Fanzine Poético # 3 Hasta que grita la santa. Una publicación a cargo del Colectivo La Chinchilla de la ciudad de Cuenca.

Los textos -contra la violencia a la mujer- y las ilustraciones están siendo expuestas en las muestras: Mujeres de Mazo (del 7 al 24 de marzo de 2013, Museo del Banco Central en Cuenca) y en Primer encuentro Arte Mujer (El Oro, Zamora Chinchipe, Loja. 6, 7 y 8 de marzo de 2013 en la Casa de la Cultura en Loja).

 

Pueden ver la publicación completa en el siguiente enlace: Fanzine Poético #3 «Hasta que grita la Santa».

 

A continuación uno de mis textos que fue incluido en la publicación.

 

Eisoptrofobia

Paso en sus ojos de ser lo que soy

a lo que fui.

Vi sus manos acariciando cicatrices en mi rostro

y a ella, sonriendo como si se felicitara.

 

Me vi convertida por su puño

en cientos de fragmentos de cristales diminutos

y no supe, aun así,

dónde había caído la máscara.

 

¿Y si fuera justamente

ese exceso de confianza en esta imagen

lo que entorpece la vista?

 

Más fácil es decirle al mundo

«nada puedo hacer, es este mi destino»

Que hacer una revolución día a día

 

La verdad del mundo es

que el horror es obra nuestra.

La oscuridad

la pintamos nosotros.

 

 

La ortografía callejera

Los defensores del idioma exponen los errores frecuentes de los ecuatorianos al hablar o escribir
Nota publicada en el diario Expreso de Guayaquil, en febrero de 2013.
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A tres cuadras del Policentro funcionan cinco restaurantes donde se venden almuerzos a tres dólares. Hay sillas plásticas, parasoles y en una pizarra los dueños escriben con marcador negro el menú del día. En vísperas del Día de San Valentín, alguien puso: «Hoy yapingachos, huevo frito y arros con jugo de carne».

Cerca de ahí, un hombre de brazos cubiertos de una gruesa capa de vellos habla por teléfono. «Es que tú no vinistes. Te esperé aunque la calor estaba fuerte».

Frente al centro comercial, un estudiante universitario escribe en el Whatsapp de su Blackberry un mensaje a su amigo: «X k no vienes?»

En la urbe, la gente camina presurosa. Habla por celular. Escribe en papeles. Teclea en la computadora. En las esquinas, cerca de los semáforos, hombres y mujeres gritan los titulares de los periódicos.

Muestran las portadas con letras grandes y negras. También anuncian los títulos de los libros que hablan del amor, de cómo conseguir felicidad en la vida, de la historia erótica de una joven que se enamora de un principesco empresario. Son las novelas del momento.

En la cotidianidad de la ciudad, las palabras brotan, fluyen. A diario, millones de caracteres se escriben cada segundo. Millones de palabras se pronuncian. Todo en español, el idioma de mestizos, blancos, indios y montubios que confluyen en la metrópoli.

Pero las palabras que se imprimen en papel son leídas por agudos correctores, quienes a diario revisan los textos escritos por periodistas, escritores, poetas, académicos, abogados, estudiantes… Los correctores estudian el idioma, se apasionan por él y tachan cualquier error que pretenda atentar contra la amalgama de vocales, consonantes, signos de puntuación y significados. Hacen maestrías, participan en encuentros internacionales para hablar del idioma y escriben textos impecables.

Andrea Torres Armas, María del Pilar Cobo y Mauricio Montenegro colaboran con periódicos, revistas, entidades públicas y casas editoriales de linaje nacional e internacional que publican trabajos de las mentes brillantes. Gonzalo Gutiérrez y José Pacheco laboran en empresas periodísticas. Ellos tienen el listado de los errores que cometemos los ecuatorianos cuando hablamos y escribimos.

Los ojos de Andrea leen a diario miles de caracteres escritos por autores de todo el país. Dice que hay una total confusión del uso de las palabras: Ahí, ¡Ay! y Hay. Y explica el porqué: Ahí, es un adverbio de lugar. ¡Ay! Es una interjección y Hay viene del verbo ‘haber’.

Otro problema es el uso indiscriminado de las tildes. «Hay que enseñarle a la gente que todas las palabras se acentúan y que la tilde es el acento gráfico. No es lo mismo ‘número’ que ‘numero’ y ‘numeró’. «Los signos de puntuación no se usan. Al parecer, la mayoría no sabe que los signos marcan finales, pausas, tonos de pregunta o admiración, etcétera».

En lugares públicos, ella escucha atenta lo que la gente comenta. Tras largas horas de analizar cómo se habla en diferentes lugares del país, tiene un veredicto: en la Sierra se suele cambiar la ‘u’ por la ‘o’. En las provincias donde la temperatura sube, la gente suprime la ‘s’ al final de las palabras. Es decir, en vez de ‘los ojos’, dicen ‘lo ojo’. Tampoco pueden mencionar ‘Pepsi’ sino ‘Pecsi’. Los cuencanos separan algunas sílabas: en lugar de ‘de-sa-rro-llo’ dicen ‘des-a-rro-llo’.

Cuando revisa un texto, María del Pilar lee las páginas con detenimiento. Analiza párrafo por párrafo. Punto por punto. Coma por coma. No pasan ni cinco minutos para que empiece a precisar lo que está mal escrito. En su ranking, el primer error es colocar tildes en palabras como dio, vio, fe y ti. «Hay que tener en cuenta que son poquísimos los monosílabos que llevan tilde». El segundo -añade- es que muchos están convencidos de que cuando escriben con mayúsculas no deben poner tildes. «Existe el mito de que las mayúsculas no deben tildarse y, de hecho, hay gente que tiende a escribir todo de esa forma para evitar cumplir con las normas ortográficas. En realidad, el hecho de que las mayúsculas sean letras más grandes no quiere decir que estén exentas de cumplir las reglas de acentuación».

Mauricio revisa las publicaciones de la Fiscalía General del Estado y tiene junto a otros amigos la irreverente página web de crónicas www.milmachetes.ec Está convencido de que una de las mayores equivocaciones es confiar en el corrector del programa de computadora Microsoft Word. «La mayoría considera que el corrector de Word es más que suficiente para dejar un texto pulido. Es falso. El corrector de Word no es más que un apoyo, el deber de escribir bien es solamente nuestro».

¿Cuál es el error histórico que ha visto Mauricio en su trayectoria? El titular del reciente libro del expresidente Gustavo Noboa. La publicación se titula Porqué fui Presidente. El por qué debe ir separado.

José tiene otro ranking de equivocaciones: ‘Haya’ por ‘halla’, ‘haber por ‘a ver’ (y viceversa), ‘la carta donde dijo que’ (…), en vez de la carta en la que dijo que (…). «Hay que tomar en cuenta que la carta no es un lugar y por tanto no se debe usar el adverbio de lugar».

También se escribe: ‘ella sale ha caminar todos los días’, en vez de ‘ella sale a caminar todos los días’, ‘el guión de la película en vez del guion de la película. La palabra guion no lleva tilde, ‘las miles de personas que asistieron’ cuando lo correcto es ‘los miles de personas que asistieron’.

«En el lenguaje cotidiano, escucho que dicen ‘hubieron’ y ‘haigan’. Lo acertado es ‘hubo’ y ‘haya’. Son errores comunes».

Los correctores registran cada error en sus computadoras. La información de lo que leen y corrigen se debate en conferencias y simposios para buscar alternativas que eviten la degeneración del idioma. Gonzalo es corrector de Granasa. Opina que quizá la gente no usa las tildes ni los signos de puntuación porque no lee. «Lamentablemente no se da importancia a la lectura de libros. La mayoría revisa como máximo los titulares de los diarios».

María del Pilar comenta que la culpa está en la educación tradicional que generó que la ortografía sea vista como algo aburrido.

«Tengo la percepción de que la ortografía y la buena expresión son para los ‘cerebritos’ y que una manera de demostrar que eres chévere es rebelarte contra las reglas, pero no es así, en primer lugar, para rebelarnos tenemos que conocer y dominar las reglas. No podemos hacer una revolución si no conocemos al derecho y al revés eso contra lo que nos estamos rebelando. Yo creo que si nos esforzáramos más por conocer nuestro idioma, terminaríamos amándolo, porque nos daríamos cuenta de la lógica que guarda, de la riqueza que tiene y de lo vivo que es».

Ella creó hace poco la Asociación de Correctores del Ecuador. Tiene 17 miembros de Quito y Guayaquil. Una de sus metas es cuidar el español. No por una gramática puritana sino porque el idioma es herencia del mestizaje y a diario se comparte en los centros comerciales, en los restaurantes, en la casa, en la oficina. Porque el lenguaje somos nosotros mismos. Porque hablar mal o escribir mal es irrespetar nuestra identidad, es decir, irrespetar nuestra esencia y nuestras raíces.

Autor: Gabriela Muñoz para EXPRESO -Guayaquil

 

 

La esperanza viaja en tren

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No pudo más con su Macondo

y su loop ad infinitum.
Con esa sensación de vergüenza
por vivir bajo el supuesto

que su costado no había sido atravesado,

que podría un día aprender
sobre esas lenguas,
sobre Nunkui y sus milagros.

Se marchó con su hombre ajeno,

su exotismo
su generación Ni-ni.

Se marchó con su Macondo

envuelto en servilletas,
―no sabe bien a dónde―.

Si preguntan,

ríe y asiente.
Sabe bien,
porque ha vivido,
que la ciudad se lleva dentro.

 

Andrea Torres Armas.

 

Mala Hembra

Hace mucho espero subir este microrelato. Hoy, con la maravillosa ilustración de René Martínez (R3N0) -uno de esos amigos que siempre tendrá sitio en mi casa y en mi vida-,  les presento a la Mala Hembra:

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Cuando apagaron la luz para acostarse juntos, él le susurró:

-Te amo.

Y las palabras se le clavaron en el corazón.

Él cayó dormido envuelto en una húmeda tibieza.  Al despertar la mañana siguiente, se vio envuelto en sangre y comprendió, con la sonrisa de ella, que hacer el amor es lo mismo que una operación a corazón abierto.

Andrea Torres Armas.

 

 

 

Trova para cazar dragones

Y bueno, como tengo el sí flojo y el no quedado, me hace muy feliz andar aceptando invitaciones, más aún cuando estas vienen de amigos que nos alegran la vida y hacen del mundo un mejor lugar para vivir.

Este sábado estaremos en Trova para cazar dragones, compartiendo música y poesía con Ismael Chavez y Chelo Calavera.

El encuentro es este sábado en Clown bar UIO (Reina Victoria y Lizardo García esquina) desde las 18h00.

Como abrebocas les dejo dos temas que me encantan: el Bolerito (No me Importa) de Ismael y Nubes del Chelo Calavera; además, un poema musical para entrar en ambiente.


DESCUBRIRSE

Haremos el amor a tientas,

torpemente.

Con esa ebriedad amarga

con un ritmo desolador a cuestas.

Te llenaré las manos de momentos infinitos

como cuando el jazz te golpea en el pecho

y no puedes reponerte.

Haremos el amor sin luces

en silencio,

suavemente

en un cuarto cualquiera

que contendrá entero al universo.

Nunca más una trompeta o un contrabajo. 

A tientas,

con el temblor de las manos que no fingen

cuando la pasmosa emoción se atora en la garganta

como cuando la música ha parado

y tú,

pobre músico,

no tienes más refugio que este cuerpo amargo

que no finge

cuando no queda más que descubrirse.

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Ser Mujer

Presento mi publicación Ser Mujer, aparecida hoy 5 de marzo de 2012 en el Diario El Comercio. El texto tuvo modificaciones en la edición impresa, transcribo la versión original:

Ser Mujer Andrea Torres Armas

Andrea Torres Armas (Socióloga y escritora).

‘Hacerse una mujer’, ―dice una de las acepciones de la RAE―, es “llegar a ser madura y responsable de sus actos”.

Yo creo que ser mujer es ser a veces voz, a veces cuerpo. Saber exactamente quién eres aunque fallen las definiciones y los pronombres posesivos. Traspasar el género por construir la hybris.

Supongo que con cada paso podríamos repetir toda la historia humana, pero la cambiamos con cada respiración. Ser mujer es salir de la trampa de la imagen, de lo que se espera de nosotras, dejar de ser espejos. Si antes estaba mal que una mujer eligiera estudiar en vez de tener una familia, hoy es exactamente al revés. ¿Cuál es entonces la diferencia? ¿Qué nos define?: ¿Un trabajo nos define? ¿Lo hacen una cacerola, una cartera, un vestido o un maletín? ¿Una carrera? ¿Una palabra?

Ser mujer es una forma, ―muchas formas en realidad―, de vivir, de desear, de sentir, de proyectar futuro más allá de los roles que asumamos. Es saber que, bajo esta piel, soy ella y todas.