En el mundo se generan millones de noticias a diario, y es normal, en el mundo pasan miles de cosas por minuto. Solo una pequeña cantidad de esas noticias llegan a nosotros y por canales cada vez más ágiles y diversos. Me siento feliz de poder acceder al conocimiento con un click, pero me siento también perpleja, como si tuviese que forzar a mi cerebro a entrar en función de ralentización para asimilar los acontecimientos a la velocidad que ocurren.
La Modernidad Líquida, dice Zygmunt Bauman, es una figura del cambio y la transitoriedad: “los sólidos conservan su forma y persisten en el tiempo: duran, mientras que los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen”.
Me desplazo por el mundo en espacios a través de la pantalla y ayudada por los ojos de otros. Vivo entre la dicotomía de la fluidez de la información y la necesidad de solidez y asimilación. Siento como si a nuestro pensamiento (el mío al menos) le costara llegar al ‘límite’.
Cuando la distancia recorrida en una unidad de tiempo pasó a depender de la tecnología, de los medios de transporte artificiales existentes, los límites heredados de la velocidad de movimiento pudieron transgredirse. Sólo el cielo (o, como se reveló más tarde, la velocidad de la luz) empezó a ser el límite, y la modernidad fue un esfuerzo constante, imparable y acelerado por alcanzarlo. (Bauman, 2004:08)
Sigo procesando noticias, editoriales, sentencias, manifiestos, absurdos y sus reacciones, militancias, primaveras entre piedras y nuevos aprendizajes…
Quiero introducir aquí un par de páginas que me ayudan con aquello de tomarme un tiempo para pensar: