La ortografía callejera

Los defensores del idioma exponen los errores frecuentes de los ecuatorianos al hablar o escribir
Nota publicada en el diario Expreso de Guayaquil, en febrero de 2013.
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A tres cuadras del Policentro funcionan cinco restaurantes donde se venden almuerzos a tres dólares. Hay sillas plásticas, parasoles y en una pizarra los dueños escriben con marcador negro el menú del día. En vísperas del Día de San Valentín, alguien puso: «Hoy yapingachos, huevo frito y arros con jugo de carne».

Cerca de ahí, un hombre de brazos cubiertos de una gruesa capa de vellos habla por teléfono. «Es que tú no vinistes. Te esperé aunque la calor estaba fuerte».

Frente al centro comercial, un estudiante universitario escribe en el Whatsapp de su Blackberry un mensaje a su amigo: «X k no vienes?»

En la urbe, la gente camina presurosa. Habla por celular. Escribe en papeles. Teclea en la computadora. En las esquinas, cerca de los semáforos, hombres y mujeres gritan los titulares de los periódicos.

Muestran las portadas con letras grandes y negras. También anuncian los títulos de los libros que hablan del amor, de cómo conseguir felicidad en la vida, de la historia erótica de una joven que se enamora de un principesco empresario. Son las novelas del momento.

En la cotidianidad de la ciudad, las palabras brotan, fluyen. A diario, millones de caracteres se escriben cada segundo. Millones de palabras se pronuncian. Todo en español, el idioma de mestizos, blancos, indios y montubios que confluyen en la metrópoli.

Pero las palabras que se imprimen en papel son leídas por agudos correctores, quienes a diario revisan los textos escritos por periodistas, escritores, poetas, académicos, abogados, estudiantes… Los correctores estudian el idioma, se apasionan por él y tachan cualquier error que pretenda atentar contra la amalgama de vocales, consonantes, signos de puntuación y significados. Hacen maestrías, participan en encuentros internacionales para hablar del idioma y escriben textos impecables.

Andrea Torres Armas, María del Pilar Cobo y Mauricio Montenegro colaboran con periódicos, revistas, entidades públicas y casas editoriales de linaje nacional e internacional que publican trabajos de las mentes brillantes. Gonzalo Gutiérrez y José Pacheco laboran en empresas periodísticas. Ellos tienen el listado de los errores que cometemos los ecuatorianos cuando hablamos y escribimos.

Los ojos de Andrea leen a diario miles de caracteres escritos por autores de todo el país. Dice que hay una total confusión del uso de las palabras: Ahí, ¡Ay! y Hay. Y explica el porqué: Ahí, es un adverbio de lugar. ¡Ay! Es una interjección y Hay viene del verbo ‘haber’.

Otro problema es el uso indiscriminado de las tildes. «Hay que enseñarle a la gente que todas las palabras se acentúan y que la tilde es el acento gráfico. No es lo mismo ‘número’ que ‘numero’ y ‘numeró’. «Los signos de puntuación no se usan. Al parecer, la mayoría no sabe que los signos marcan finales, pausas, tonos de pregunta o admiración, etcétera».

En lugares públicos, ella escucha atenta lo que la gente comenta. Tras largas horas de analizar cómo se habla en diferentes lugares del país, tiene un veredicto: en la Sierra se suele cambiar la ‘u’ por la ‘o’. En las provincias donde la temperatura sube, la gente suprime la ‘s’ al final de las palabras. Es decir, en vez de ‘los ojos’, dicen ‘lo ojo’. Tampoco pueden mencionar ‘Pepsi’ sino ‘Pecsi’. Los cuencanos separan algunas sílabas: en lugar de ‘de-sa-rro-llo’ dicen ‘des-a-rro-llo’.

Cuando revisa un texto, María del Pilar lee las páginas con detenimiento. Analiza párrafo por párrafo. Punto por punto. Coma por coma. No pasan ni cinco minutos para que empiece a precisar lo que está mal escrito. En su ranking, el primer error es colocar tildes en palabras como dio, vio, fe y ti. «Hay que tener en cuenta que son poquísimos los monosílabos que llevan tilde». El segundo -añade- es que muchos están convencidos de que cuando escriben con mayúsculas no deben poner tildes. «Existe el mito de que las mayúsculas no deben tildarse y, de hecho, hay gente que tiende a escribir todo de esa forma para evitar cumplir con las normas ortográficas. En realidad, el hecho de que las mayúsculas sean letras más grandes no quiere decir que estén exentas de cumplir las reglas de acentuación».

Mauricio revisa las publicaciones de la Fiscalía General del Estado y tiene junto a otros amigos la irreverente página web de crónicas www.milmachetes.ec Está convencido de que una de las mayores equivocaciones es confiar en el corrector del programa de computadora Microsoft Word. «La mayoría considera que el corrector de Word es más que suficiente para dejar un texto pulido. Es falso. El corrector de Word no es más que un apoyo, el deber de escribir bien es solamente nuestro».

¿Cuál es el error histórico que ha visto Mauricio en su trayectoria? El titular del reciente libro del expresidente Gustavo Noboa. La publicación se titula Porqué fui Presidente. El por qué debe ir separado.

José tiene otro ranking de equivocaciones: ‘Haya’ por ‘halla’, ‘haber por ‘a ver’ (y viceversa), ‘la carta donde dijo que’ (…), en vez de la carta en la que dijo que (…). «Hay que tomar en cuenta que la carta no es un lugar y por tanto no se debe usar el adverbio de lugar».

También se escribe: ‘ella sale ha caminar todos los días’, en vez de ‘ella sale a caminar todos los días’, ‘el guión de la película en vez del guion de la película. La palabra guion no lleva tilde, ‘las miles de personas que asistieron’ cuando lo correcto es ‘los miles de personas que asistieron’.

«En el lenguaje cotidiano, escucho que dicen ‘hubieron’ y ‘haigan’. Lo acertado es ‘hubo’ y ‘haya’. Son errores comunes».

Los correctores registran cada error en sus computadoras. La información de lo que leen y corrigen se debate en conferencias y simposios para buscar alternativas que eviten la degeneración del idioma. Gonzalo es corrector de Granasa. Opina que quizá la gente no usa las tildes ni los signos de puntuación porque no lee. «Lamentablemente no se da importancia a la lectura de libros. La mayoría revisa como máximo los titulares de los diarios».

María del Pilar comenta que la culpa está en la educación tradicional que generó que la ortografía sea vista como algo aburrido.

«Tengo la percepción de que la ortografía y la buena expresión son para los ‘cerebritos’ y que una manera de demostrar que eres chévere es rebelarte contra las reglas, pero no es así, en primer lugar, para rebelarnos tenemos que conocer y dominar las reglas. No podemos hacer una revolución si no conocemos al derecho y al revés eso contra lo que nos estamos rebelando. Yo creo que si nos esforzáramos más por conocer nuestro idioma, terminaríamos amándolo, porque nos daríamos cuenta de la lógica que guarda, de la riqueza que tiene y de lo vivo que es».

Ella creó hace poco la Asociación de Correctores del Ecuador. Tiene 17 miembros de Quito y Guayaquil. Una de sus metas es cuidar el español. No por una gramática puritana sino porque el idioma es herencia del mestizaje y a diario se comparte en los centros comerciales, en los restaurantes, en la casa, en la oficina. Porque el lenguaje somos nosotros mismos. Porque hablar mal o escribir mal es irrespetar nuestra identidad, es decir, irrespetar nuestra esencia y nuestras raíces.

Autor: Gabriela Muñoz para EXPRESO -Guayaquil