Este artículo fue originalmente publicado en el N° 36 de la revista de7en7
El inicio del año nuevo indígena está marcado por los ciclos de siembra y cosecha: solsticios y equinoccios, vida y muerte.
Para nadie es un misterio que el calendario que utilizamos actualmente está regido por los movimientos de la Tierra alrededor del sol; tampoco es un enigma que muchas de las fiestas que celebramos fueron fijadas por la Iglesia católica para encubrir ritos paganos que dificultaban que las fiestas eclesiásticas se fijasen en la memoria colectiva.
Del natalicio del sol invicto a Navidad y un nuevo calendario
Sucede eso con Navidad, por ejemplo. En ninguna parte de la Biblia se indica al 25 de diciembre como el nacimiento de Jesuscristo. Sin embargo, esa fecha fue establecida a partir del siglo V para encubrir las Saturnalias —ceremonias en honor Saturno, dios de la semilla y del vino—, que empezaban el 17 de diciembre y terminaban con el festival del nacimiento del sol invicto (Dies Natalis Solis Invicti) que se celebraba cuando la luz del día aumentaba después del solsticio de invierno. Este festival corría desde el 21 al 25 de diciembre.
Algo parecido sucede con la fecha en la que celebramos el año nuevo. Antiguamente, el calendario romano comenzaba el primer día del mes de marzo; sin embargo, era en enero (undécimo mes) cuando los cónsules romanos asumían el gobierno. Posteriormente, y con la expansión de la cultura occidental, el 1 de enero se convirtió en una fecha de carácter universal que anunciaba el inicio de un nuevo ciclo.
Desde el año 46 a. C. hasta 1582, el calendario que se utilizó fue el llamado Juliano —instaurado por Julio César— que reemplazó al caótico calendario romano que era particularmente manipulable porque no estaba sincronizado con las estaciones de la Tierra; políticos y comerciantes añadían o quitaban días o meses al azar. El calendario juliano, aunque había sido el más preciso hasta entonces, no era lo suficientemente exacto porque el año tropical (lo que la Tierra tarda en completar una vuelta completa alrededor del Sol) no dura 365 días y 6 horas —según los cálculos julianos—, sino 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos.
Esta diferencia de 11 minutos y 14 segundos, que parececía mínima, no lo era, ya que cada 128 años estos minutos se convertían en un día completo. En 1582, el papa Gregorio XIII instaura un nuevo calendario (el Gregoriano que utilizamos hasta ahora) para eliminar ese desfase y con él fijar el momento astral en que debía celebrarse la Pascua y, en relación con esta, las demás fiestas religiosas móviles. Lo que importaba era la regularidad del calendario litúrgico; así, se debía corregir calendario civil para que este se adapte al litúrgico y este a su vez al año trópico.
Antes de Gregorio, la Pascua debía conmemorarse el domingo siguiente al plenilunio posterior al equinoccio de primavera en el hemisferio norte (equinoccio de otoño en el hemisferio sur).
Solsticios y equinoccios: nuevos ciclos
Mencionamos que el calendario se instauró también para corresponderse con las estaciones (primavera, verano, otoño e invierno), directamente relacionadas con la siembra y la cosecha, los solsticios y equinoccios: ciclos de vida y muerte.
Para muchos pueblos indígenas, el inicio las estaciones implica un renacer natural y espiritual y, por lo tanto, están ligados a sus celebraciones de año nuevo.
En los pueblos andinos, el pueblo kichwa, por ejemplo, estos rituales anteriores a la Colonia aún se mantenien. Garcilazo de la Vega relata que en el incario eran 4 las celebraciones más importantes: Pawkar Raymi, Inti Raymi, Kolla Raymi y Kapak Raymi.
Pawkar Raymi o Mushuk nina que significa literalmente ‘florecimiento’. Coincide con el equinoccio de primavera, que es el día en que todos los puntos de la Tierra el día y la noche tienen la misma duración (21 de marzo). Esta festividad tiene como ritual el Tumarina, que consiste en depositar un poco de agua y flores sobre la cabeza de la otra persona. Las mujeres recolectan flores de chocho, maíz y ñachac y recogen agua de las vertientes sagradas para purificar.
Fiesta de la chonta: Para los shuar, el año inicia con la cosecha del uwy o chonta y el mes en que se celebra (entre mayo y agosto) es un mes sagrado. Los shuar mantienen una comprensión cíclica de las relaciones espacio-temporales que se conciben de manera unitaria y expresan movimiento: el tiempo transcurre y con él, simultáneamente, el espacio. Esta dimensión, Tsawant, no tiene tiempos prefijados.
El Kasama: Los tsáchilas celebran el Kasama (Nuevo Amanecer), en una fecha móvil que suele coincidir con el Sábado de Gloria católico. La celebración inicia a las 03:00 cuando los pone (chamanes) realizan el mukeka que consiste en invocar a sus ancestros para luego tomar un baño de purificación para recibir el nuevo año. El ritual se cumple antes de que los pájaros canten con el fin de recibir purificados la aurora del Kasama.
We tripantu: Para otros pueblos indígenas, como los mapuches en Chile, el año nuevo inicia en el solsticio de invierno austral (de verano en el hemisferio norte) y se denomina We tripantu y significa ‘nueva salida del sol y de la luna’. Esta fecha marca el inicio de la época fría.
De esta manera, lo que para muchos de nosotros significa solamente un cambio de fecha más —aunque de por medio tengamos ritos, cábalas, celebraciones y propósitos cargados de buenas intenciones—, para muchos pueblos —como los indígenas mencionados aquí— implica un renacimiento espiritual vinculado a los ciclos de la Tierra. Como vemos, años nuevos hay muchos, lo que cuenta es que al inicio de cada período lo que cambie y se renueve seamos nosotros.