Eisoptrofobia

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Hace ya muchos años un amigo y yo presentamos un homenaje a la obra poética de Borges; entre otras cosas la presentación incluía un breve análisis sobre su fobia a los espejos basándose en Los Espejos Velados, que figura en El Hacedor:
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«Uno de mis insistidos ruegos a Dios y al ángel de mi guarda era el de no soñar con espejos. Yo sé que los vigilaba con inquietud. Temí, unas veces, que empezaran a divergir de la realidad ; otras, ver desfigurado en ellos mi rostro por adversidades extrañas. He sabido que ese temor está, otra vez, prodigiosamente en el mundo».
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Siempre pensé que esta cita y el poema Los Espejos eran una suerte de epifanía y ahora que me encuentro reconstruyéndome siento un poco de nostalgia de los cafés, los poetas queridos, las fobias y las filias.
Nunca viene mal el recuerdo.
Los espejos
Yo que sentí el horror de los espejos
no sólo ante el cristal impenetrable
donde acaba y empieza, inhabitable,
un imposible espacio de reflejos
sino ante el agua especular que imita
el otro azul en su profundo cielo
que a veces raya el ilusorio vuelo
del ave inversa o que un temblor agita.
Y ante la superficie silenciosa
del ébano sutil cuya tersura
repite como un sueño la blancura
de un vago mármol o una vaga rosa.
Hoy, al cabo de tantos y perplejos
años de errar bajo la varia luna,
me pregunto qué azar de la fortuna
hizo que yo temiera los espejos.
Espejos de metal, enmascarado
espejo de caoba que en la bruma
de su rojo crepúsculo disfuma
ese rostro que mira y es mirado,Infinitos los veo, elementales
ejecutores de un antiguo pacto,
multiplicar el mundo como el acto
generativo, insomnes y fatales.

Prolonga este vano mundo incierto
en su vertiginosa telaraña;
a veces en la tarde los empaña
el Hálito de un hombre que no ha muerto.

Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro
paredes de la alcoba hay un espejo,
ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo
que arma en el alba un sigiloso teatro.

Todo acontece y nada se recuerda
en esos gabinetes cristalinos
donde, como fantásticos rabinos,
leemos los libros de derecha a izquierda.

Claudio, rey de una tarde, rey soñado,
no sintió que era un sueño hasta aquel día
en que un actor mimó su felonía
con arte silencioso, en un tablado.

Que haya sueños es raro, que haya espejos,
que el usual y gastado repertorio
de cada día incluya el ilusorio
orbe profundo que urden los reflejos.

Dios (he dado en pensar) pone un empeño
en toda esa inasible arquitectura
que edifica la luz con la tersura
del cristal y la sombra con el sueño.

Dios ha creado las noches que se arman
de sueños y las formas del espejo
para que el hombre sienta que es reflejo
y vanidad. Por eso no alarman.

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delirios

Tinta.

Chorreaba tinta.  Una delgada línea  se  deslizaba por entre las comisuras de sus  labios.  Esta, como tantas otras veces,  a sus pies se formaba un charco de color violeta inconfundible. Él la recordaba por las marcas que dejaba sobre sus sábanas y por su olor.  De vez en cuando el viento le hablaba de ella, pero esta noche no había nada.  Miraba hacia el horizonte pensando en que las montañas se dibujaban como en el esfumato renacentista, pero faltaba ella y su grave figura desvaneciéndose entre las sombras. Sus labios alguna vez le habían hablado de Ítaca, de magas, de ferrocarriles.  Su boca dibujaba en el aire caminos hacia ningún lugar; le ofrecía a diario el infierno con todas sus llamas y cada uno de los elixires que manaran de su cuerpo.  Tantas noches había sido su morada, ella le contenía entre sus muslos mientras el resto de criaturas de la noche aguardaban una señal para levantar el vuelo hasta que llegue el día y esconderse. 

-¿Quién lo habrá encendido?, pídele por favor que apague el sol-. 

Las sombras dibujadas en el piso indican que ella está por partir.  Su aroma impregna las cortinas y por la ventana se resbala la primera gota que como tinta indeleble ha resultado de la unión de ambos cuerpos.

 Admira ella un cuerpo ahora laxo, de respiración pausada que irradiaba la luz del ocaso; encendida, abrasadora ahora, desfalleciente luego.  -¡Oh Ángel Caído, dentro de tu cuerpo se halla la esencia de la magia.  Por tus poros y tu boca han penetrado las tintas con que se escriben cada una de las letras del Caos.  Nunca más pequeño mío.  Nunca más!-.  

En la mesa de la esquina el humo se eleva hasta llegar a una ventolera por la que se desvanece.  Las risas de las mujeres le aturden, tantos cuerpos contorsionándose en ese mínimo espacio le asfixian.  Se levanta, deja el vaso con los restos de lo que fueran dos hielos y piensa en que hoy más que nunca tiene que escapar.  ¿Quién carajos le mandó a ser ilusionista? Si fuese una simple puta o una sombra estaría mejor. Cierra los puños apretándolos fuertemente y se va.  Un rastro como de mercurio se escurre por el piso. 

Caballero,  ¿me podría dar fuego?  -abre los ojos con el sobresalto de quien sale de un trance-. Había pasado tiempo recordándola, repasando sus formas en el espacio vacío, había logrado hacer al menos un palíndromo con su nombre y al fin estaba ahí, sonriéndole, atrayendo todo su cuerpo hacia ella, sus ojos castaños parecían tener la misma iridiscencia que tiene la flama.  Parada frente a él simulaba un espejismo, sus labios simplemente le invitaban a beber su tinta y respirar el delicado aroma que dejaba para asegurar que no era un fantasma.Una vez más él estaba dentro de ella.

Chorreaba tinta, un delicado hilo de ella escapaba detrás de sus cabellos bañándole el brazo.  En realidad era hermosa.  Había esperado por ella varios años.  La besó en la frente, giró sobre su costado y se durmió.A la mañana siguiente sólo encontró las sábanas mojadas y un papel en blanco.

¿A qué deshoras se le había ocurrido ser escritor?

Andrea Torres Armas

cuentos de humo

Pie tras pie, bocanada a bocanada la ciudad se consume.  El vaho asciende desde las alcantarillas, siento frío y miedo y quiero encender un cigarrillo o gritar…

Me comería las uñas si las tuviera, encendería una hoguera con todos los diarios y luego, lentamente, poco a poco, como en una ducha de agua fría, me introduciría en ella: primero la punta de los pies y las canillas, giraría lentamente hasta que las llamas rocen ligeramente las caderas, luego los hombros y las manos acariciando las chispas que las bañan, luego la coronilla y cerrando los ojos al fin, empezaría a girar hasta sentirme envuelta totalmente.  Levantaré las manos al cielo y, cercada en llamas, ahuyentaré a los mendigos y a las sombras.

Daría una gran carcajada y me echaría a correr hasta que, finalmente, exhausta y totalmente desnuda, me detenga en una esquina a llorar desconsolada porque me han dicho que no existe.

Caminaría de nuevo lentamente, paso a paso, pie tras pie, manos en los bolsillos en dirección a casa.  Desbarataría cajas de papeles que afirman una fantasía.  Me revolcaría en el piso gimiendo de rabia y de rencor intentando rellenar con páginas de árboles caídos agujeros en el piso que conducen a la veintiuno dimensión.

Me echaría a llorar, seguro, si tuviera ojos, si los tuviera… o me comería las uñas o me convertiría en sal para escocerme en las heridas.  Gritaría fuerte, muy fuerte, con un grito desgarrador; entornaría los ojos hasta no ver nada, no hay nada que merezca la pena verse o caminar.

Supondré que el olvido es un anhelo, y que como siempre, digo mucho y en verdad no hay nada.  Me vestiré de luto y haré algún ritual de antropofagia para comerme a mí misma, lentamente en cada página.

Mientras desaparece con ese relato mi costilla y con ese otro mi útero o el vientre un amigo entonará alguna melodía que resuma que mi bruja en el espejo está cansada, que mi espejo está hecho polvo, que el licor que bebía cada mañana es arsénico que envenena las mieles y que mi pluma, -si alguna vez estuvo- ahora ya no existe, y que esta ciudad, de lunes siempre gris, lluviosa y triste, fue solamente un hechizo.

Andrea Torres Armas

el espejo de las almas simples

«El 1 de junio en París, las llamas de una hoguera de la inquisición consumieron el cuerpo vivo de una mujer de la que poco se sabe…»

 Resulta que sin previo aviso me hallo en el escritorio de mi trabajo envidiable de librera llorando como una magdalena, o como una Andyt, que es lo mismo.  Todo me pasa por ponerme a espiar en la vida de gente que está del otro lado del mar, me había prometido dejar de preocuparme por cuestiones transatlánticas pero es imposible.  Toda esa gente está metida en la cabeza y en el corazón. 

Hoy en el almuerzo le confesaba a  mi amante el por qué de mis diarios, es el mismo motivo que funda la existencia de este blog del que nadie conoce y de la serie de autoretratos que tomo con mi cámara vieja y nunca revelo: Estoy dispuesta a dejar mi fase mitológica, a sacarme fotos y repartirlas, a subirme de nuevo a los tejados y cantar, a colgar cosas en telarañas y dejar que la gente me putee cuando se de cuenta de que el miedo a los espejos va más allá de un lugar común.

No importa pasarme horas frente a mi computador y patearle por incompresión mutua, no me importa caer en la vulgaridad de presentar mi vida vía sistema binario y con una plantilla prefabricada.  Y Tobi, lo siento, pero las frases largas y existenciales que confunden me encantan.

P.S: Mi querida Laura, también yo metí los pies en aquellas aguas, todo lo que dices es verdad. 

Trastorno bipolar

¿Quién es este engendro que me mira cada vez que veo al espejo? Cierro los ojos, los abro y no desaparece; la última vez que lo vi pensé que era una alucinación porque estaba ebrio pero ahora sigue ahí, estático como queriendo hipnotizarme, topa mi cara examinándose, sonríe con cada cicatriz como si se felicitara y me dice orgulloso “Yo te hice eso y así sí me lo agradeces” se sienta en el piso del baño, se desarregla el pelo y ríe por ver que me ha vencido y ya no tengo un lugar para escapar. Se levanta, tantea algo en el aparador encima del espejo y me alcanza una navaja de afeitar, trato de asesinarle pero se aleja, huye jadeante mientras le grito que no escape, que podría terminar siendo destruido por su propio mecanismo para sobrevivir. Regresa, ve directamente a mis ojos y me dice: !sal de aquí¡, no pierdas el tiempo ahora que al fin has conseguido un poco de actitud! Me da las espaldas y se aleja con un fuerte portazo tras de mí. Hoy es un gran día –me digo– deberías empezar a vivir.